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Sábado, 25/09/2021 03:25 AM

Libres de críticos, Pinochet y De Castro empezaron a desmontar el Estado del bienestar para alcanzar su pura utopía capitalista. En 1975 recortaron el gasto público el 27% de un solo golpe y siguieron recortando hasta que, hacia 1980, llegaron a la mitad de lo que era con Allende. Salud y educación fue lo que más sufrió. Incluso "The Economist", una animadora del equipo del libre mercado, calificó lo que sucedía como "una orgía de automutilación". De Castro privatizó casi quinientas empresas y bancos estatales, prácticamente regalando muchos de ellos, puesto que lo que quería era ponerlos lo más rápido posible en el lugar que les correspondía dentro del orden económico. No se apiadó de las empresas locales y eliminó todavía más barreras arancelarias. En resultado fue la pérdida de 177.000 puestos de trabajo en la industria entre 1973 y 1983. A mediados de la década de 1980, la industria como porcentaje de la economía descendió a niveles que no se habían visto desde la Segunda Guerra Mundial.

"Tratamiento de choque era un nombre adecuado para lo que Friedman había recetado. Pinochet envió deliberadamente a su país a una profunda recesión, basándose en una teoría sin probar que afirmaba que la súbita contracción haría que la economía recuperarse la salud. En su lógica interna, esta medida era asombrosamente parecida a la de los psiquiatras que recetaron terapia electroconvulsiva en las décadas de 1940 y 1950, convencidos de que las conmociones deliberadamente inducidas con las descargas conseguirían mágicamente reiniciar los cerebros de sus pacientes.

Causar una recesión o una depresión es una idea brutal, pues conlleva crear pobreza generalizada, motivo por el cual ningún líder político hasta ese momento había estado dispuesto a poner a prueba la teoría. ¿Quién querría ser responsable de lo "Business Week" denominó "un mundo a la doctor Strangelove en el que se impulsa deliberadamente la recesión"?

Pinochet quería serlo. En el primer año de la terapia de "shock" recetada por Friedman, la economía chilena se contrajo un 15% y el desempleo —que sólo sufría un 3% con Allende— alcanzo el 20%, un porcentaje inaudito en el Chile de la época. El país, ciertamente, se convulsionaba bajo el "tratamiento". Contrariamente a lo que Friedman predijo con optimismo, la crisis duró años, no meses. Hacia 1986 uno de cada cinco trabajadores industriales había perdido su empleo. La Junta, que había adoptado inmediatamente la metáfora de la enfermedad que utilizó Friedman, no se arrepentía de nada y explicaba que "se había escogido ese camino porque es el único que ataca directamente las causas de la enfermedad". Friedman estaba de acuerdo. Cuando un periodista le preguntó "si el coste social de sus políticas no sería excesivo", respondió: "Esa es una pregunta estúpida". A otro periodista le dijo: "Lo único que me preocupa es que perseveren el tiempo necesario y con la fuerza necesaria".

Un año después de que Friedman recetara el "shock" máximo, escribió una airada "Carta abierta a Arnold Harberger y Milton Friedman" en la que utilizó su formación en la Escuela Chicago "para examinar cómo ha respondido el paciente chileno a su tratamiento".

Calculó lo que significaba para una familia chilena tratar de sobrevivir con lo que Pinochet afirmaba que era un "sueldo mínimo". Aproximadamente el 74% de sus ingresos se dedicaban simplemente a comprar pan, lo cual obligaba a la familia a prescindir de "lujos" como la leche y el autobús para ir a trabajar. En comparación, bajo Allende el pan, la leche y el autobús alcanzaba el 17% del sueldo de un empleado público. Muchos niños tampoco tenían leche en las escuelas, pues una de las primeras medidas de la Junta Militar había sido eliminar el programa de leche escolar. Como resultado combinado de ese recorte más la situación desesperada de las familias, cada vez más estudiantes se desmayaban en clase, mientras que otros muchos dejaron de acudir a la escuela. Gunder Frank vio una relación directa entre las brutales políticas económicas impuestas por sus antiguos compañeros de estudios y la violencia que Pinochet había desatado contra el país. Las recetas de Friedman eran tan dolorosas, afirmó el desafecto hombre de Chicago, que no podían "imponerse ni llevarse a cabo sin los elementos gemelos que subyacen a todas ellas: la fuerzas militar y el terror político".

Chile avanzaba en territorio desconocido y los partidarios del libre mercado en todo el mundo, acostumbrados a debatir los méritos de tales políticas en marcos puramente académicos, le prestaban mucha atención. "Los manuales de economía dicen que ésa es la forma en que debería funcionar el mundo, pero ¿en qué otro lugar se puede ver puesta en práctica?", se maravillaba la revista norteamericana de negocios "Barron’s". En un artículo "Chile, laboratorio para un teórico", The New York Times destacó que "pocas veces uno de los principales economistas convencido de sus ideas recibe la oportunidad de probar recetas concretas en una economía gravemente enferma. Resulta todavía menos habitual que el cliente del economista sea un país que no es el suyo". Muchos se acercaron a ver en persona el laboratorio chileno, entre ellos el propio Friedrich Hayek, que viajó al Chile de Pinochet en varias ocasiones y que en 1981 escogió Viña del Mar (la ciudad en la que se tramó el golpe) para celebrar la convención regional de la Sociedad Mont Pelerin, la asamblea de cerebros de la contrarrevolución.

La situación era tan inestable que Pinochet se vio obligado a hacer exactamente lo mismo que había hecho Allende: (nacionalizó muchas de estas empresas). La causa principal fue que las pirañas, las empresas financieras al estilo de Enron a las que los de Chicago habían liberado de cualquier tipo de regulación, habían comprado los activos del país con dinero prestado y acumularon una enorme deuda de 14.000 millones de dólares.

—La única cosa que protegía a Chile del colapso económico total a principios de la década de 1980 fue que Pinochet nunca privatizó Codelco, la empresa de minas de cobre nacionalizada por Allende. Esa única empresa generaba el 85% de los ingresos por exportación de Chile, lo que significa que cuando la burbuja financiera estalló, el Estado siguió contando con una fuente constante de fondos.

¡La Lucha sigue!

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