Esto me parece concluyente. En manos del periodismo está la suerte de la Historia. Si el periodismo no se deja sobornar y se atiene a sus principios deontológicos, bastan unos titulares conforme a estos para que difícilmente el poder político, el poder militar o el judicial lleven numerosas situaciones al precipicio de la Historia. El periodismo es más poderoso que todos ellos por separado y por supuesto que la diplomacia. Al periodismo he hecho siempre responsable de las decisiones de los poderes nominales del Estado. El y su cobardía son los autores intelectuales de todas las desgracias…
Sin embargo, las lecciones que el periodismo ha recibido de la guerra, perdón, la invasión de Irak, no han servido para nada. El 5 de febrero de 2003, en Irak, en la ya célebre comparecencia del Secretario de Estado Colin Powell, tanto él como el ministro español, Javier Solana, político del psoe, que había sido secretario general de la OTAN, entonces representante del Consejo para la Política Exterior y de Seguridad Común de la Unión Europea, aseguraban la existencia de armas de destrucción masiva a partir de la imagen de lo que parecía el fotograma de un tejido aumentado mil veces o la estructura de un infusorio visto a través del microscopio. Los editoriales de buena parte de la prensa al día siguiente dieron por buenas sus afirmaciones, que tiempo después se comprobarían falsas.
La confrontación muda entre los periodistas que honraban su profesión, y los que aceptaban sin rechistar las fuentes gubernamentales, ahora sabemos que fue épica por parte de los primeros. Épica, para los periodistas que pretendían seguir los cauces deontológicos del periodismo, que cuestionaban hechos y circunstancias que a su vez chocaban frontalmente contra la lógica y la verosimilitud, como la tarea de los inspectores de la ONU que habían ido a Irak “a probar lo inexistente”. Y en algunos casos, además, épica trágica de algunos periodistas que fueron asesinados por la Administración Bush, como el caso de José Couso y Taras Prosyuk en el hotel Palestine -un asesinato presenciado por decenas de periodistas- y otro reportero más en la sede de Al Jazeera.
Cuando días antes de los primeros bombardeos los inspectores de la ONU abandonaron el país -sin que importara su veredicto-, el Pentágono telefoneó a los directivos de algunos grandes medios de Estados Unidos para indicarles que la prensa estaría mejor empotrada con el ejército estadounidense y no en la capital iraquí trabajando por su cuenta.
En Estados Unidos pero también en la España de Aznar, la mayoría de la profesión se ajustó a las tesis de la administración Bush. Algunos fueron despedidos de sus medios por ser escépticos ante las posiciones oficiales, como Phil Donahue o Peter Arnett- y las principales cadenas de televisión llenaron su programación de interlocutores defensores de la “operación” militar.
Uno de aquellos periodistas, John Walcott, ex editor de Seguridad Nacional y Asuntos Exteriores en Reuters y Bloomberg News, actualmente profesor en la Escuela de Servicio Exterior de la Universidad de Georgetown, señalaba recientemente que “las lecciones que los reporteros deberían haber aprendido tras los fallos en la cobertura de Irak son: 1 los periodistas tienen la obligación de investigar si las afirmaciones gubernamentales, corporativas o de otro tipo son verdaderas. 2. El valor de una fuente, a menudo es inversamente proporcional a su rango o celebridad“.
Bien, tras esta monstruosa experiencia de Irak, Afganistán, Libia… tiempo caótico, de un caos provocado por quienes se sintieron atraídos por la depredación salvaje como un planeta por una estrella. ¿hay alguna prueba de que el periodismo rampante que ocupa la mayor parte del espacio informativo, tanto internacional como nacional y en especial el español, y la clase gobernante hayan espantado, civilizados, sus delirios y hayan corregido sus lacras, o intentad corregirse? Yo creo que no. Como tampoco se ha corregido la pederastia del clero católico. Ni se corregirán. Decía Voltaire que la civilización no ha corregido la barbarie, la ha perfeccionado. Eso es lo que representan gobernantes como Bush, Aznar, Powell y Solana. De modo que si triunfase alguna vez en la vida el bien, que no es el caso, el periodismo honesto hubiera podido disuadir a la camarilla Bush de cometer aquellas atrocidades de Afganistán, de Irak y de Libia en un puñado de años. Pero la potencia, el magnetismo, el pragmatismo anglosajón y la ideología neoliberal de la Thatcher señalando con el dedo en 1985 los pozos petrolíferos de Oriente Medio, enloquecieron a los psicópatas de la política que tarde o temprano habrían de llegar, desde luego allí, en la nación imperial, en la nación que lleva su misma sangre y en España cuyo caldo de cultivo del disparate es bien conocido por los españoles despejados. Y no solo a los psicópatas de la política, también a la mayoría de los que están “empotrados” en el periodismo. El feísimo asunto de la pandemia, de las falsas vacunas y de los Laboratorios farmacéuticos, fue una réplica de esa psicopatía que comparten gobernantes y periodistas. Y ahora todo parece indicar que también ha llegado la patología al asunto del clima. No otra cosa es el empeño en controlar el clima, su manipulación y los efectos catastróficos que se avecinan, de momento en España, y luego, a saber la secuencia que habrá de seguir en el resto del planeta… Porque hay otra de clase enfermos de la cabeza y del espíritu que mangonean sin ser muy visibles en la sociedad. Son esos que, como al parecer decía Einstein, consienten, pudiendo evitarlo, a los psicópatas y a los perversos.
Parecen inconexos los avatares, pero todo está relacionado con lo mismo: con la pleitesía que se rinde a personajes públicos miserables antes de cometer sus crímenes y fechorías, mientras los cometen y después de haberlos cometido respaldándoles con el voto y aparentando, simulando, teatralizando todos los poderes y el propio pueblo, que es el pueblo quien gobierna…