La auto-explotación de la conciencia y los medios digitales

Miércoles, 07/02/2024 01:02 PM

Las denominadas redes sociales se han convertido en catalizadores de consumo identitario que, en una u otra manera, tienden a reforzar el sistema capitalista global (incluyendo, paradójicamente, aquellas que exhiben una actitud antisistémica o anticapitalista). Éstas han establecido unos patrones de conducta que responden a nuevos deseos, nuevos hábitos y nuevos valores, inducidos por quienes, desde los grandes centros de poder hegemónico, dirigen dicho sistema, todo en función del incremento de sus ganancias exorbitantes. El nuevo estilo de vida (del cual muchos se ufanan al creer que es lo más avanzado en la evolución humana) es un elemento importante de la nueva estrategia de acumulación capitalista que tuvo como marco propicio para su expansión el desarrollo de las nuevas técnicas de la información y de la informática, además del confinamiento obligatorio ordenado por causa de la mortalidad del Covid-19; originando nuevos negocios y una nueva estrategia de acumulación capitalista. El tiempo dedicado a la conexión con estas redes termina siendo un tiempo de consumo obligatorio, ocasionando -como efecto colateral- una situación de gran dependencia y de vulnerabilidad psicológica (lo que se reconoce actualmente en el gremio médico como una nueva y peligrosa adicción que abarca, sin discriminación, a todos las edades y los segmentos sociales).

En su artículo «El nuevo capitalismo de plataformas y vigilancia, ¿el adiós a la esperanza?», el periodista y comunicólogo uruguayo Aram Aharonian asegura que «las revoluciones tecnológicas no han sucedido por casualidad, sino que son la forma de asegurar el proceso de acumulación del beneficio capitalista en cada etapa de su desarrollo histórico». Esto se ha comprobado al revisar cómo las empresas de internet se han beneficiado altamente con los datos (materia prima) aportados, generalmente, de manera gratuita por los millones de usuarios adscritos a sus plataformas bajo el señuelo de que su afiliación y permanencia en ellas es sinónimo de libertad y de diversidad, sin considerar apenas el contenido restrictivo o sesgado de sus condiciones de uso. Continuando con lo expuesto por Aharonian, «este ahora llamado capitalismo de plataformas lo han bautizado con distintos nombres: inteligencia colectiva, web 2.0, capitalismo de vigilancia, feudalismo digital. No es una tecnología, ni una aplicación, sino el modelo de negocio, de la agricultura a la educación, del transporte a la administración pública, de la economía a la comunicación o la salud». Por eso mismo, sus implicaciones son aún mayores y no presagian un mejor futuro para la humanidad, en un sentido emancipatorio garantizado, todo bajo la perspectiva del dominio de un totalitarismo tecnológico, a semejanza de la narrativa de algunas producciones cinematográficas.

Roberto R. Aramayo, filósofo español, nos hace ver que, en el caso de millones de personas alrededor del planeta, «canjeamos amistades por likes y tendemos a creer que podemos conseguirlo todo en un instante. Los planes a largo plazo pierden interés y ni siquiera se plantean. Los nuevos medios tecnológicos nos hacen rendir culto a lo instantáneo y a no apreciar la credibilidad. De igual modo, nos hacen acariciar una prepotencia que nos hace despreciar esa incertidumbre que resulta consustancial a la naturaleza humana, sin dejarnos apreciar que nuestros mejores logros en cualquier ámbito se deben a nuestra fragilidad e interdependencia». De allí a la autoexplotación de la conciencia sólo hay un paso. En la actualidad es algo muy común que ciudadanos de distintos niveles de formación tengan que recurrir al uso de internet, de manera que puedan publicitar sus servicios y productos, al mismo tiempo que ofrecen información sobre sí mismos y de quienes interactúan con ellos, sin tener mucha perspicacia de ello y, a veces, ignorándolo adrede, con cierta resignación de su parte, al no tener algún control efectivo respecto al medio por ellos utilizado. «De esta manera, -afirma Sally Burch en su artículo "Conglomerados mediáticos, redes sociales digitales y vigilancia"- millones de personas pasan de ser consumidoras de información a ser también productoras de la misma, lo cual repercute en la creciente importancia de las redes digitales en el espacio público. No obstante, desde que la modalidad de desarrollo empresarial de internet se tornó dominante hacia inicios del presente siglo, unas pocas empresas transnacionales terminaron por asumir el control de estas dinámicas, al encontrar nuevas -y muy lucrativas- formas de rentabilidad que transitan por la mercantilización de casi todo lo que fluye por la red, incluyendo muchos asuntos que antes nadie hubiese considerado una mercancía, como el mismo comportamiento y las emociones humanas».

Por otra parte, se ha producido una hiperinformación que más bien conduce a una evasión de la realidad. La emisión cada vez más frecuente de juicios subjetivos en los diversos espacios de internet que sustituyen la verdad de las cosas, ha generado un cúmulo de basura comunicacional y noticias falsas (o "fake news", como estilan algunos) que impiden en un segmento importante de personas una mejor comprensión de los hechos que tienen lugar en cualquier parte de nuestro planeta. A estos se agregan las nuevas sensibilidades que terminan por delinear -a través de los medios digitales identificados como redes sociales- una nueva forma de intolerancia en nombre de la tolerancia y de la defensa de personas y grupos sociales que, hasta la fecha, habrían sido víctimas de la discriminación por parte del resto de la sociedad; lo que representa un contrasentido.

No hay más que recordar lo que escribiera en su distopía «Un mundo feliz» Aldous Huxley: «la dictadura perfecta tendría apariencia de una democracia. Sería esencialmente un sistema de esclavitud en el que, a través del consumo y el entretenimiento, los esclavos amarían sus servidumbres». Dicha distopía tiende a concretarse desde ahora al constatar la actitud y las creencias asumidas por un porcentaje significativo de personas alrededor del planeta que viven sumidos en una realidad virtual, sin atender a más razones que a las transmitidas a través de internet, lo que limita enormemente el reconocimiento de la verdad de las cosas, a pesar de todos los detalles o datos que develen las mentiras divulgadas. Esto exigirá un gran esfuerzo de grupos sociales y políticos, pueblos e individuos -aprovechando los logros de las tecnologías de la información e informática- para contrarrestar los efectos nocivos de la basura comunicacional y las noticias falsas que inundan regularmente los medios digitales; en aras de garantizar los derechos individuales y colectivos contemplados en una verdadera democracia, sin que haya más interés que proteger la libertad (ejercida con respeto y responsabilidad) y sin que sean afectados la dignidad y los derechos ajenos.

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