Juan Guaidó un “presidente” sin gobierno

Viernes, 26/07/2019 03:12 PM

Un "presidente sin gobierno" es como un rey sin corona o un rico sin dinero. Un rey sin corona no posee el símbolo de realeza. Es decir, un hidalgo sin la testa nimbada por la joya real está falto de trono y de poder, por lo tanto, no tiene súbditos a quien gobernar. Así mismo, un rico sin dinero no tiene recursos para adquirir los íconos que distingue a un potentado: no podrá adquirir un jet, un yate, una casa en Vermont, un apartamento en París, mucho menos podrá afiliarse a los clubs de los grandes capitalistas, así mismo, jamás aparecerá en la revista Forbes, entre los más ricos del planeta. En ambos casos, tal realeza o tal riqueza no pasan de ser la ilusión de unos tontos.

Un presidente de verdad tiene el control del gobierno, es decir tiene poder. En el caso de un gobierno constitucional, este posee el poder otorgado por el pueblo que lo eligió. Un vez que un presidente es designado por el voto popular deberá ejercer el poder y su obligación es conservarlo. Es decir, debe emplear el ejercicio de las leyes que le da la Constitución, defender la soberanía e imponer la autoridad con el fin de alcanzar el bien común de los habitantes de una nación. Quien tiene el poder, en este acaso el presidente, está en una situación de control. Esto le permite fiscalizar las acciones del gobierno utilizando los recursos que le otorga la ley a través de las entidades encargadas, entre estos, las fuerzas policiales y los militares. De igual modo, da las órdenes para organizar la producción y distribuir los beneficios obtenidos que generan las riquezas y los impuestos. Así mismo, la posibilidad de castigar o recompensar. Es el presidente de una nación quien aprueba o rechaza el presupuesto necesario para llevar a cabo la gestión de gobierno.

No se puede entender el ejercicio del poder sin autoridad, esta recae en la ley y en quienes está en la obligación de hacerlas cumplir, es decir, la fuerza policial y las fuerzas armadas, en el caso de Venezuela la FANB. Ciertamente, la soberanía reside en el pueblo, es inalienable e imprescriptible y su ejercicio está delegado en los poderes legislativo, ejecutivo, judicial, ciudadano y electoral. Es indudable, el poder ejecutivo reside en el presidente de la república y este se lo otorga el pueblo para ejercerlo.

Tal como dice la canción "la vida te da sorpresa" y es factible que nunca falta un demente o un imbécil que alguna vez se lo ocurra alguna acción que deja estupefacto a miles o a millones personas. En alguna oportunidad conocí a un borracho llamado Gaudencio, un lugareño nativo de un pueblo del oriente del país, quien por efecto de los efluvios alcohólicos se consideraba el jefe civil de la comarca. Una vez que se le pasaba la borrachera regresaba tranquilamente a sus funciones de jornalero de una hacienda. Así mismo, supe de la loca Matilde, una pobre mujer que los desengaños y las turbulencias de su existencia la trastornaron hasta perder la cordura; entre sus arengas desquiciadas se autoproclamaba como la reina del universo porque dios le había otorgado este privilegio. Pasado el tiempo pensé que ya había visto todo en materia de borrachera, de locura y de estupidez, pero la vida me había reservado un nuevo y absurdo episodio.

En el mes de enero del año en curso observé y escuché por un noticiero televisivo a un esperpento que jamás había visto en vida. Un sujeto, elevado sobre una tarima quien, en una plaza pública levantó la mano imitando un acto de gran solemnidad, se autoproclamó presidente de la república, de seguida fue aplaudido por una turba poca numerosa. Tal disparate se lo atribuí a una borrachera como la Gaudencio, o a una locura como la de la loca Matilde o una estupidez como las que comenten numerosas personas. Por lo menos la desquiciada alegaba que fue dios quien le otorgó el fuero o la patente para ejercer su reinado terrenal, pero el mequetrefe, que según me enteré después se llamaba Juan Guaidó, el privilegio de autoproclamarse presidente se lo había concedido el "gran emperador", el rubicundo Donald Trump.

Creo que a pesar de mis años acumulados, con la parte de mi cerebro que todavía funciona, traté de explicarme la conducta de aquel disociado parado frente un grupo poco numeroso, para asumir las riendas de un gobierno sin el voto popular. En la media que pasó el tiempo, cuando otros presidentes, los cachorros del imperio, promovieron el reconocimiento de la autoridad de la marioneta, entonces comencé a entender la situación. Unos cincuentas presidentes representantes de gobiernos neoliberales, testaferros de los grandes consorcios económicos, financieros y de las empresas fabricante de armas, reconocieron inmediatamente al gobierno ilegitimo. Me sorprendí nuevamente, entendía que la aprobación del presidente elegido era función del pueblo que vota y no de los presidentes de países extranjeros. Aquellos gobernantes se arrogaron un derecho que no les concierne. Considero que a los referidos solo les incumbe la apropiación (el robo) de las riquezas del país, sin importarle la opinión de los otros 140 presidentes, los cuales conforman el tinglado internacional de la ONU y quienes si admiten sin reparos el gobierno del presidente MM.

Me sorprendí, que a pesar de que la primera obligación de un presidente constitucional es la defensa de la soberanía, el monigote Juan Guaidó continuamente amenaza al pueblo de Venezuela de solicitar a su jefe, el presidente de EEUU, una intervención militar para masacrar al pueblo. Si al autonombrado no le importa la seguridad de los venezolanos, dadas las sanciones, el bloqueo económico, los ataques a los servicios y las amenazas continuas de una invasión militar, me puse a buscar una explicación de este inaudito y criminal comportamiento. O el referido está loco, o está borracho o es un soberano estúpido. Si descarto las dos primeras y acepto la última, me obligo a juzgar que solo la imbecibilidad de una persona lo conlleva a promover una agresión y una invasión militar a un pueblo, con las consecuencias nefastas que tal acción ocasionaría.

La borrachera pasa, de la locura no es culpable quien la padece, pero creo que la estupidez es peor que las otras dos. Juan Guaidó se autoproclama "presidente" de la nada dado que carece de gente a quien y con quien gobernar. Se ha dedicado a nombrar "embajadores" en los países que lo reconocen, a pesar de su ilegitimidad. Pero tales emisarios no pueden hacer nada, ni siquiera firmar un pasaporte dado que es el SAIME, la oficina del Ministerio de Relaciones Exteriores del presidente MM, que los otorga.

Un "presidente" que no posee una Fuerza Armada para defender la patria; que no maneja el presupuesto de la nación; que no paga sueldos; que carece de una administración para resolver los problemas del país; que no tiene reconocimiento en la ONU y ni de otras organizaciones internacionales; que nombró un TSJ de forma ilegal, que además es itinerante; que carece de poder de convocatoria; que se ha convertido en el hazmerreír de muchos medios de comunicación internacional; que carece de la legitimidad que le otorga la Constitución de la República Bolivariana de Venezuela, simplemente no gobierna y si no gobierna no tiene poder. Quiere decir que el gobierno de Juan Guaidó no es más que una burda mentira, además, su auto juramentación constituye un delito por el cual tendrá que pagar, él y quienes lo acompañan en esta siniestra aventura.

El único poder que posee el monigote de Juan Guaidó fue el conferido por el gobierno de USA para sustraer de forma ilegal el patrimonio de citgo y de otras instituciones que pertenecen al pueblo de Venezuela.

Para finalizar utilizaré dos aforismo para que el lector haga su propio juicio sobre las opiniones de otros. Afirmó Cornelio Tácito historiador romano "El poder conseguido por medio culpable nunca se ejerció con buenos propósitos" y lo afirmado por Camilo Beso, conde de Cavour (1810-1861) político italiano: "Con un poder absoluto hasta un burro le resulta fácil gobernar". Ni con el poder absoluto que Donald Trump le otorgó a Juan Guaidó, este nunca gobernará a Venezuela. Lee que algo queda.

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