El jalabolismo de Juan Guaidó

Viernes, 14/02/2020 01:09 PM

Dentro de los aposentos del rey, durante las vetustas monarquías europeas, acontecía un casi un evento obligado al cual acudían los áulicos o cortesanos, tal suceso se llamaba el “besamanos”. Una vez que el monarca se levantaba de la cama los hidalgos asistían en grupo a la audiencia, se acercaban, se arrodillaban y le besaban la mano al monarca como prueba de sumisión. En algunos casos, era tan escatológica y repugnante esta experiencia de obediencia, que la recepción se hacía en el cuarto donde el soberano se arrellenaba en una silla, con un hueco en el medio, para descargar su mayestática víscera. Ante tanta fetidez  real los nobles se sentían orgullosos de acompañar en su asquerosa intimidad a quien con certeza tenía la facultad de otorgar enormes beneficios. En mis lecturas, tanto biográficas, como en las novelas de caballería y de ficción nunca  experimenté tan repugnante y exagerada demostración de adulancia.

Con el tiempo esta manifestación de humillación fue cambiando, transformándose en gestos y halagos laudatorios, regalos o cualquier otra expresión de sometimiento, que al final se convertiría en un rédito para  el reverente proveniente de quien recibía los encomios. Es decir, esta adulancia descarada y pública podría ser recompensada, es decir producía beneficios. Este tipo de comportamiento no fue solo de los aristócratas hacia el rey, transcurridos los siglos tales prácticas se hicieron normales y frecuentes entre el poderoso y el obediente. Este último es fácil identificable en las oficinas de gobierno, en la iglesia, universidades, empresas de todo tipo, siempre y cuando exista un regente (presidente, ministro, gobernador, director…) y un empleado sumiso. Este último, es capaz de cargarle el maletín a quien tiene la posibilidad de elevarle el sueldo o de ascenderlo a otro cargo con mejoras económicas. En nuestro lenguaje coloquial a este adulante se le conoce con el epíteto de jalabolas o lameculo y como están presentes en todas las sociedades y en todos los países, aquellos reciben otro calificativo como lambiscón, adulón, arrastrado, camelador, candongo, cepillero, chupamedia, cobista, come mierda, franelero, lavacaras, jala mecate, entre tantos adjetivos que reciben los “obsequiosos” que de alguna manera nunca faltan en los lugares donde exista un jefe y numerosos empleados.

Es por todo conocido que el jalabolismo es un arte, una disciplina o un oficio practicado por los seres humanos en todos los lugares del planeta. El jalabolismo radica en la acción de adular a quien tiene mucho o  poco poder en el ámbito económico, político, social o en cualquier lugar donde exista un tipo de relación laboral. Todo esto con la finalidad de que el jalabolas, quien practica el jalabolismo, reciba ciertas dádivas o beneficios personales.

La dinámica social, la tecnología y la globalización me obliga a clasificar los jalabolas en varios renglones: el local, el nacional y el internacional.  En primer caso se ven, por ejemplo, en las universidades donde uno de los borlados, con aspiraciones a rector o decano, le jala bolas al jefe de la fracción de un partido para que lo proponga como candidato al cargo. En el caso de una empresa, el jalabolas siempre acude a la oficina del jefe, le lleva un café y le mete los chismes del día. El jalabola nacional se hace más evidente en la política, cuando uno de los copartidarios del gobernante, el jalabolas, lo llena de encomio para conseguir un ministerio o la dirección de una de las empresas nacionales. En política es notoria la presencia de los jalabolas. Siempre están al asecho en la búsqueda de conseguir un cargo, una curul y sin disimulo jalan bolas con descaro. Para esto son capaces de desacreditar a otro colega con la posibilidad enemistarlo con el jefe para ocupar el cargo que el lambiscón aspira. Por lo general, en la política, el adulante es chismoso y hace todo lo posible para impedir que alguien le dispute el escritorio o la oficina que él desea.

El jalabolas internacional merece un párrafo aparte. No todos somos capaces de jalar bolas, esto es una especie de arte. El jalabolas debe ser creativo, el adulante estudia las debilidades del personaje al cual le va jalar bolas. Si es un mujeriego le consigue mujeres, si es proclive a los vicios busca cual es el preferido para hacerle llegar la sustancia que lo va serenar, en fin, siempre está en todo y dispuesto. El jalabolas no solo piensa en el presente, el jalabolas actúa a futuro, pensando que el personaje influyente puede ascender y con esto, él también podría beneficiarse. El jalabolas es traidor, cuando se da cuenta que existe otro acreditado que lo podría elevar en un cargo mejor, no duda en saltar  la talanquera y cambiar de opinión. Este tipo de jalabolas no tiene ningún tipo de convicción, no obedece a un credo político, ni tampoco a una filosofía que le guíe su accionar. El jalabolas es egoísta y su único interés es trepar, no por su trabajo sino por  la adulancia descarada.

Actualmente el ámbito internacional ve con sorpresa la competencia entre tres personajes, quienes parecen rivalizar por el premio del jalabolas del año internacional. Estos son:  Luis Almagro, el ministro de las colonias de EEUU; Nayib Bukele; el presidente del Salvador y Juan Guaidó, la nada, puesto que no es ni presidente encargado pero si encharcado, ni tampoco presidente de la AN, ni un coño. No puedo negar que todos los nombrados tengan méritos para ser electo, para ser ungido con una corona de laureles, dada sus profusas y desfachatadas adulaciones en el ámbito universal. Los tres actúan con descaro, si Donald Trump se descuida sus testículos con el tiempo desaparecerán, dado que no solo jalan bolas con reciedumbre, además de esto, se guindan y se balancean.

Luis Almagro no pierde oportunidad para retratarse  mostrando la sonrisa del perfecto jalabolas al lado  del rubicundo Trump o con  Mike Ponpeo o con Mike Pence. Esto le asegura, en la próxima votación, su nominación y reelección en el cargo como secretario general del misterio de las colonias de EEUU, motivo por el cual adula con pujanza. No pierde un selfie cerca de uno de estos funcionarios y si es al lado de Donald Trump la sonrisa pone en peligro las orejas del adulante sureño.

El presidente del Salvador ha dado prueba fehaciente de que sus manos parecieren tener guantes de seda, de manera que al jalarle bolas a Donald Trump, este sienta la lisura de su adulancia. No encuentra forma de jalar bolas y por eso en sus intervenciones públicas coloca de un lado la bandera de su país y del otro el blasón de bandas y estrellas. Su actuación es un reto ante las adulancias de Almagro frente al patrón de ambos personajes.

Sinceramente no creo que el jalabolismo de Almagro  y el de Nayib pueda superar el de Guaidó. Este último es el titán de la jaladera, no tiene retador, merece el Oscar de la academia, merece la copa del mundial del jalabolismo. Si yo votara para la escogencia de seguro que le concediera el sufragio. Tengo la certeza que no existe un mejor jalabolas en el mundo que Juan Guaidó. Para alcanzar las lisonjas de Donald, la recompensa en dinero de los activos robados al pueblo de Venezuela, la promoción y el reconocimiento como presidente “encargado”, bien vale la pena una buena jalada de bolas. Este badulaque no solo sería capaz de acudir al besamanos, estaría dispuesto hasta del besaculo para conseguir un abrazo del criminal emperador. Para tal estimación no le importaría rematar el país, en caso negado de llegar a la presidencia, tampoco le interesa los sufrimientos ni las arrecheras de millones de personas. Así mismo, a Juanito Alimaña le pinta un carajo los degradantes espectáculos internacionales de solicitar sanciones económicas para perjudicar a millones de inocentes, de igual manera, no le concierne las pesadumbres de los afligidos, consecuencia de las penurias derivadas de las sanciones que él suplica en los países hacia donde  llevan al títere sin cerebro. El ominoso Donald Trump le dio la orden a sus vasallos y por eso se abraza con Macron, le besa el cachete mofletudo a la canciller Angela Merkel, se toma un té con Boris Johnson y comparte una copa de vino con Justin Trudeu, todos estos, jalabolas de menor rango. Son los presidentes y primeros ministros, mejor dicho, los cancerberos de los empresarios donde residen los consorcios transnacionales que aspiran ponerle las garras a las riquezas venezolanas. A pesar de todos estos malabarismos y de su jalabolismo, aquí en Venezuela, Juan Guaidó no tiene pueblo, es la nada, porque cada día se va disipando, con el tiempo se desvanecerá totalmente como el humo en el aire y de seguro, de este jalabola no quedará ni el recuerdo. Por eso mi voto por el jalabola del año es por Guaidó, quien no tiene rival. Voy hacer mía una frase del filósofo griego Antístenes, fundador de la escuela cínica: “Vale más caer en las patas de los buitres que entre las manos de los aduladores, porque aquellos solo causan daños a los difuntos, y estos devoran a los vivos. Lee que algo queda. 

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