Casi disparando desde la cintura, a horas apenas de conocerse los primeros resultados de las elecciones primarias convocadas por la Plataforma Unitaria, podemos aventurar un primer balance.
Lo primero es que, votos más, votos menos, ese evento resultó un éxito incontestable. Por tanto lo es para quien ganó esos comicios, la candidata María Corina Machado. Reciban las felicitaciones de quien suscribe. Es claro el hartazgo luego de un cuarto de siglo de hegemonía chavista. El padecimiento humano y social adonde nos trajo la devastación económica perpetrada por los tres gobiernos de Chávez y profundizada por el primer gobierno de Maduro ha engendrado desde el fondo del alma nacional una rabia inconmensurable que aprovechó la ocasión que se le ofrecía para expresarse. Machado supo conectarse con esa emoción negativa. A eso debe buena parte de su victoria. No importa que la crisis haya sido ahondada desde 2014 y 2016 hasta 2021 por el confrontacionismo político y las "sanciones" de EEUU de los que Machado ha formado parte protagónica. La culpa suele achacársele principalmente al gobierno.
La circunstancia actual se parece, como ya es lugar común decirlo, a lo que pasó con Chávez en 1998. Casi puede decirse que es una ley histórica que cuando los regímenes hegemónicos se vienen abajo, cuando son atrapados por esa tenaza despiadada conformada por dos ideas terribles (que son las dos caras de una misma moneda): no hay nada peor que esto y cualquier cosa es mejor, y cuando las alternativas moderadas se ausentan o se inhiben, la resulta es su contrapartida más extrema que casi siempre comporta retrocesos y destrucción. En la España de 1936, la incapacidad de la centro-derecha y la centro-izquierda democráticas para construir una alternativa moderada condujo a la confrontación entre dos extremos: el fascista y el comunista-anarquista. En la Venezuela de 1945, el extravío de la razón de Escalante disipó la esperanza de esa alternativa moderada que pudiera proseguir y desarrollar el cambio en paz, progresivo y democrático, iniciado por López Contreras, y la secuela fue un golpe militar con participación de un partido de izquierda marxista como era la Acción Democrática de entonces, el encrespamiento político y social del país, la inestabilidad institucional, y, a la postre, la involución a otra oprobiosa dictadura militar. En los 90 venezolanos, la incapacidad del MAS y la Causa R, partidos hermanos, hechura de la democracia, para construir una alternativa moderada de cambio democrático frente al agotamiento del proyecto puntofijista, permitió que el espacio político de cambio fuese ocupado por la antítesis del sistema adeco-copeyano: la figura de un militar golpista, con verbo de izquierda y amigo de Fidel Castro. Nada más pero nada menos.
Hoy pasa lo mismo. El "autosuicidio" (como dijo aquél) del G3 al abandonar la ruta democrática que había conducido con éxito indudable desde 2006 hasta 2015, dejándose arrastrar por el extremismo oposicionista desde 2016 en adelante, hasta hacerse parte de esa tragicomedia que fue el dizque "interinato", por una parte; y, por la otra, la incapacidad del centro democrático para construir una alternativa creíble, atractiva, eficaz (sin desconocer los efectos de la infame campaña de desprestigio que se emprendió desde los laboratorios de la sombra contra toda disidencia frente al extremismo); todo esto dejó abierto un espacio que con comodidad ocupó Machado. Contorsión y prestidigitación mediante, como hizo Chávez en 1998, se desplazó de un extremo del tablero hacia el centro, hasta colocarse en un doble deslinde contra el chavismo-madurismo y contra la oposición clásica. Obviando sus numerosos fracasos (como Chávez con su discutible actuación el 4F y el 27N), confiscando el discurso de quienes por años hemos dicho ni gobierno ni oposición sino todo lo contrario (como Chávez con el discurso de cambio democrático levantado por el MAS y la Causa R desde los 70 a contrapelo del extremismo de izquierda), tomando distancia a tiempo de un "interinato" cuyo error de origen compartió, Machado consiguió atrapar la magia de la política y ponerse a la cabeza de las aspiraciones de cambio del pueblo.
Por lo pronto, al G3 sólo le queda inclinar la cerviz, entregarle el testigo a la candidata electa y dejar que sea ella quien, dedazo mediante, designe a su sustituto o a su sustituta, a ver si es que el régimen autoritario de partido-Estado no lo o la inhabilita también. Es lo que podemos llamar la estrategia Cámpora, quien, como se recordará, fue candidato del peronismo con un Perón inhabilitado y fue luego presidente durante pocos meses sólo para abrirle el camino a su tutor: de hecho, su consigna era Cámpora al gobierno, Perón al poder. Imagino que en la cabeza de Machado (bastante más amueblada que la de su apocado antecesor) revolotea la idea de ganar la presidencia por interpuesta persona, quien una vez en posesión del Poder Ejecutivo la indultará y designará como su vicepresidenta, convirtiéndose en el poder real detrás del trono. Pero, ¿Maduro y el PSUV permitirán pasivamente que todo esto tenga lugar? Hay un error de cálculo que se suele cometer al comparar a Chávez 1998 con Machado hoy: este régimen autoritario de partido-Estado no tiene los escrúpulos democráticos que, a no dudar, tenía el puntofijismo.
Me ronda la idea de que tal vez la actitud más conveniente es que las demás fuerzas opositoras, tanto las del G3 como las del centro, le despejen el campo a la ganadora de este domingo para que ella despliegue sus estrategias a su saber y entender. Si logra el cambio para bien que todos anhelamos, celebrada sea. Si no lo hace, si Maduro sigue bajo el solio presidencial en 2025, ganancia igual, pues a Machado habrá de evaluársele por sus frutos, como a los falsos profetas, y quedará, ojalá que para siempre, diluído el mito. En fin, que nada hay más nocivo para el ideal republicano y democrático que los mitos.
Machado tiene ante sí una oportunidad histórica. Con ella, las reservas son naturales. Su naturaleza de "escorpión extremista", que como en la fábula responde a sus instintos aún a riesgo de su propia vida, está allí como una amenaza. ¿Comprenderá que para que el cambio sea viable y exitoso debe hacerse en paz? ¿Irá ahora ella a negociar en México? ¿Admitirá por fin que para poder ganar debe anunciar su disposición a cohabitar con una AN, un TSJ, un Fiscal, un Contralor, un Defensor, 20 gobernadores, 200 alcaldes y… una Fuerza Armada chavistas? ¿Tendrá la capacidad de propiciar la conformación con el PSUV de un nuevo consenso nacional donde ninguna de las dos partes pretenda imponer a la otra a troche y moche su visión única de la realidad? ¿O nos va a conducir a un nuevo "choque de trenes" como los de 2002, 2005, 2014, 2016, 2017, 2019, todos ganados por el gobierno? Si es este último el caso, no les arriendo la ganancia ni a ella, ni a la oposición, ni tampoco al país, que saldrá de ese episodio, como ya ha pasado, más destruído y más pobre.
Y por el lado de su contraparte, ¿tendrá Maduro a su vez la estatura de abrir ante Machado las puertas que la conduzcan a una negociación aceptable para todos? Ambos, tanto Maduro como Machado tienen la invalorable oportunidad de pasar a la historia como los dos estadistas que fueron capaces de sacar a Venezuela del lodazal de la parálisis política, del autoritarismo y del atraso económico y social. Podrían ser ambos dos los componedores de una Venezuela posible, con libertad y con progreso material para sus hijos, construyendo los acuerdos sobre los que pueda fundamentarse el gobierno de unidad nacional que esta apaleada nación demanda a gritos.
Maduro y Machado tienen para escoger la luz o la sombra. En nombre de mis hijos y de mis futuros nietos, y de los hijos y los nietos de todos aquéllos que tienen o tendrán hijos y nietos, ruego al Dios de mis padres que provea en ellos entendimiento, cordura, perdón y sentido de grandeza.
La oportunidad de Machado… y de Maduro
Por: Enrique Ochoa Antich
Lunes, 23/10/2023 12:19 PM