"Cuando miro el mundo soy pesimista, pero cuando miro a la gente soy optimista" (Carl Rogers).
Ante de dar algunas pinceladas sobre la oposición que tenemos, que es propia y única, comenzamos diciendo que en nuestro país existen problemas, por doquier, solo un dogmático podría negarlo.
Que el gobierno bolivariano está en deuda con los sectores del trabajo, de los que menos tienen, de los de a pie, con los descamisados, y que falta mucho por andar. Que es necesario que, después del triunfo del 28 de julio, el gobierno bolivariano, que tendrá el apoyo de la mayoría de los votantes, asuma su compromiso de combatir, con toda su fuerza, a los enemigos internos que tiene, y se anidan en la corrupción y la burocracia, pero se mimetizan vociferando que son más chavistas que el propio comandante eterno, Hugo Chávez Frías. Sólo un fanático lo negaría.
Por eso, lo que viene es serio, no es cualquier cosa.
Pero al frente, lo que tenemos, y es una realidad absolutamente evidente, es que, en este proceso electoral, en Venezuela, la oposición que existe tiene unas series de características que la hacen ser única en el mundo. Y sólo un eunuco lo negaría.
Es una oposición que sufre del "síndrome del coloniaje", porque no hace nada sin que su amo del norte se lo indique.
Una oposición que no tiene sentido de patria y que valora muy poco el gentilicio venezolano.
Una oposición que hace fiesta y se beneficia directamente de que a Venezuela se le apliquen las medidas coercitivas unilaterales y que se le despoje de muchas propiedades, importándole un bledo que eso afecte al pueblo que, luego, le solicitan el voto.
Una oposición que tiene un candidato que no es candidato en el sentido de lo que realmente ello significa y, que, además, tiene una señora haciendo campaña, cuando resulta que está inhabilitada, para ejercer cualquier cargo público.
Cosas veredes.
Ante ese panorama, la escogencia está claro y no existe duda alguna. Nicolás Maduro es la alternativa, es la opción.