El candidato, agobiado por la presión política, se desbarató en llanto.
─¡No puedo más! ─gimió lastimeramente─. ¡Tengo familia y, con esta derrota, que tú le llamas triunfo, lo que he ganado es perder la paz y que me persigan esos miserables chavistas por todas partes! ¡Nooo…! ¡Perdí el país, la tranquilidad para caminar por mi plaza, comer al aire libre…! ¡Saludar…! ¡Ver los pájaros…! ¡Desterrado…! ¡Sniff! ¡Nunca, nunca debí aceptarte nada!
La candidata, mucho más joven, lo asió por el antebrazo y lo retrajo hacia sí, procurando despejar su cabeza del marco de la ventana. Su rostro también expresaba cansancio, pero jamás perdía su sesgo displicente.
─¡Párate, párate, chico! ¡Deja eso! ¡Sé hombre, señor! ─le dijo dirigiéndole al mismo tiempo una orden a su asistente con la mirada─. ¡Levántalo, ponlo por allá, tráele agua o un trago que le guste! ¡Sírvenos tequila!
Pero el candidato, flojo como un muñeco, nunca tensó su cuerpo y se dejó derrumbar sobre el sofá. Mantenía los ojos cerrados y gimoteaba con convulsivos movimientos de pecho. Entonces la candidata cambió de estrategia. Se acercó maternal, con dulzura, y peinó hacia atrás sus blanquecinos cabellos.
─Tranquilo, corazón. Estarás bien. Se entiende que vivimos un capítulo durísimo con estos chavistas basuras, pero venceremos. Verás… ¿De que te preocupas? Tu familia y mis hijos están en el exterior, a buen resguardo. Si alguien muere en este relajo, no serán los nuestros. Eso está arreglado. Trata de serenarte, aguanta un poco más. Verás cómo desvirtuamos ese triunfo del chavismo. Tenemos la fuerza del mundo con nosotros; tenemos al norte, a Europa. ¿Por qué te pones así? Fíjate que ahora tienes mucho dinero, padre, además de que pasaste a la historia de este país y, como una eminencia, podrás pasearte en esos países del primer mundo que nos apoyan. Ya verás cómo aislaremos a Venezuela. Mira, yo tengo rato ya trabajando para esto que vivimos y, si aguantas, verás una gran recompensa para ti. Formaremos otro grupo de Lima, pera esta vez en Chile, con Paraguay, Uruguay, Colombia, Brasil, Perú, y muchos más. ¿No te da confianza eso? No estamos solos. Siempre podremos retirarnos para donde queramos con tantos aliados. Míralo así: tu serás presidente de este país, reconocido por medio mundo, y no tendrás que desgastarte con nadie porque yo me encargaré de esas movidas. ¿Sí, sí…? ─en ese ínterin se acercó el asistente y la candidata tomó de sus manos sendas copas de licor─. ¡Ven, bebe, trata de levantarte un poco!
Entonces el candidato se irguió un levemente sobre su asiento, colocando uno de sus brazos sobre el descanso del mueble, aceptando un sorbo del licor de la mano de la candidata. A su peculiar modo, como por brinquitos, posó varias veces su mirada en el rostro de su compañera política, sorprendido por tanta andanada de cariños procedentes de su persona.
─Está bien, amiga mía ─resopló─. Excúsame. Soy viejo ya y no tengo esa reciedumbre de tu juventud. Quisiera complacerte, llevarte el paso… Tu tienes pasión, carisma... En verdad te admiro, caramba, en especial por esa habilidad de convertir una derrota en victoria, incluso contra el TSJ y el país entero… ¡Es grande! ─exclamó el candidato con rostro ingenuo, como buscando valor en sus palabras para recuperarse─. ¡Y esos amigos que tienes, los más poderosos del mundo…! Pero…
─Pero… ¿qué, señor…? ─preguntó estropeadamente la candidata, agarrando de pronto la cabeza del candidato, quien se derrumbó de nuevo sobre el sofá, bañado por el licor y las copas.
─¡Yo lo que quiero es comerme una buena empanada con picante en cualquier lugar sin que nadie me vea con ojos torcidos! ─berreó otra vez el candidato, sollozante─. ¡¿No puedes entender eso…?!
Y la candidata, en efecto, como lo describió el candidato, torció los ojos hacia el cielo en medio de un infinito gesto de fastidio.