Los desastres del cambio climático: qué hacer

Viernes, 28/10/2022 07:50 AM

Empiezo por citar una entrevista hecha al célebre periodista científico estadounidense David Quammen, publicada en el diario El País de España (19/04/2020). Quammen hablaba de la falta de preparación de los Gobiernos y los sistemas sanitarios públicos para afrontar una pandemia como el coronavirus: "Me sorprende y me decepciona. La ciencia sabía que iba a ocurrir. Los Gobiernos sabían que podía ocurrir, pero no se molestaron en prepararse (...) Los avisos decían: podría pasar el año próximo, en tres años, o en ocho. Los políticos se decían: no gastaré el dinero por algo que quizá no ocurra bajo mi mandato. Este es el motivo por el que no se gastó dinero en más camas de hospital, en unidades de cuidados intensivos, en respiradores, en máscaras, en guantes (...) La ciencia y la tecnología adecuada para afrontar el virus existen. Pero no había voluntad política (...) Tampoco hay voluntad para combatir el cambio climático".

Hay quienes dicen que la naturaleza está tomando venganza del hombre por la destrucción del medio ambiente. La naturaleza no tiene esos bajos sentimientos, ni ningún otro, porque la naturaleza no es humana. El budismo zen maneja un concepto, el Tao, definido como el principio fundamental de la existencia, que para mí revela el más nítido concepto de lo real universal: significa, sencillamente, "lo que es", "lo que existe".

La naturaleza es una entidad eterna. Algunos físicos teóricos opinan que el universo es infinito. Otros, por el contrario, que es finito, y que en algún lugar inefablemente lejano, al cual nunca llegaremos, está la frontera final, que sería una especie de muro. Sobre esto Albert Einstein conjeturó que acaso el universo es finito, pero que aun en este caso no tendría límites, no habría ninguna pared. Un ejemplo de este concepto es la tierra misma: si usted sale de un punto del planeta y camina buscando el final, nunca lo hallará. Simplemente regresará al punto de partida. La tierra tendría muchos principios y muchos fines, y realmente ninguno. Esta paradoja sería aplicable al espacio-tiempo universal: la naturaleza es eterna, no tiene principio ni fin, es además todopoderosa, omnipotente, omnisciente, ubicua. Por ello para mí la naturaleza es lo que la gente llama Dios.

El humano es tan soberbio, tan narcisista, que ha llegado a pensar que es capaz de hacer algo distinto a la naturaleza, que puede actuar al margen de ella, que su cultura es ajena a la entidad natural. Yo sostengo que esto es una muestra del antropocentrismo, que está en la base de todos nuestros males.

Hace poco leí un artículo de un humano que plantea que el "capitalismo no es natural", lo que equivale a decir que el hombre no es natural. Si aceptamos que el hombre es parte de la naturaleza, entonces todo lo que le concierne es igualmente natural: lo que concebimos como bueno o malo, lo que nos gusta y lo que nos disgusta, el arte y la guerra, el amor y el odio, la idea de Dios y la idea del diablo, todo, absolutamente todo.

Esta condición natural de todo lo humano tiene que ver, por supuesto, con la "inmensa pequeñez" de la especie. Ya lo he demostrado en artículo anterior ("5 y 5: Desconexión". Aporrea.org, 13/05/2022): "¿Cuál es la dimensión física del ser humano? (...) ¿cuántos planetas hay en el universo? (...) simplemente para entender cuál es la magnitud de lo que hablamos, podemos hacer una sencilla regla de tres extrapolando los datos que conocemos sobre el universo. Si tenemos en cuenta que nuestro sistema solar cuenta con 8 planetas y extrapolamos ese número de planetas en todos los sistemas solares podemos ir multiplicando para sacar el número de planetas que hay en el universo conocido: (...) En nuestro sistema solar hay 8 planetas... En nuestra galaxia hay 300.000 millones de sistemas solares... En el universo observable hay más de 2.000 millones de galaxias... Si multiplicamos 8 (planetas) por 300.000.000.000 (de sistemas solares) por 2.000.000.000 (de galaxias) nos da, solo en el 0,1 % del universo, un número inefable de planetas: 4.800.000.000.000.000.000.000.000 planetas ¿Alguien puede dudar, después de conocer estas asombrosas cifras, que nuestra pretensión de ser dueños de la naturaleza, de ser "los seres superiores", es una insania, un despropósito, una estupidez, una muestra patética de nuestra descocada vanidad?".

Ahora bien, no voy a seguir discutiendo con los negacionistas del cambio climático y sobre cómo influye en él el factor antropogénico, porque negar algo tan obvio, evidente y científicamente demostrado no es una opinión sino una estupidez (o una canallada, cuando es financiado por los millones de dólares de las corporaciones petroleras). Tampoco seguiré empeñado en el debate con las sandías, es decir los "ecosocialistas" (verdes por fuera y rojos por dentro), que ponen la esperanza de sobrevivencia de la especie en manos de una utopía, de una hipótesis, de una entelequia: el socialismo. Pero no convertiré mis ideas en un nuevo dogma: de pronto los ecosocialistas tienen razón y el elusivo socialismo nos salvará del desastre, pero no apostaría ni un centavo a que esto ocurrirá antes del colapso. No lo hago por soberbia, sino porque mi tiempo de vida, de aquí en adelante, es cada vez más limitado y tengo que invertir toda mi energía en aquello que me parece fundamental: qué puedo yo hacer para enfrentar los males concretos que provoca la acelerada destrucción del hábitat humano.

Me decanto por el colapsismo preparacionista: el capitalismo es la fase terminal de la civilización fracasada ancestral, es efecto y no causa, y además es consecuencia de la naturaleza humana (es decir, de la especie natural de la cual formo parte). El colapso civilizatorio es inevitable y hay que prepararse para el apocalipsis. Es la única forma, según mi creencia, de intentar prolongar la existencia de la especie o, al menos, evitar el máximo dolor y sufrimiento para las personas que ya están padeciendo los efectos del cambio climático y las que sufrirán los peores eventos catastróficos que están por venir.

Muy lejos de mí alguna idea mesiánica. No estoy proponiendo una fórmula para salvar a la humanidad sino un método para morigerar el dolor que ya nos toca y que se acrecentará en el futuro.

¿Qué significa prepararnos para el colapso? Este es un asunto ineludible que los gobiernos de nuestro desdichado mundo esquivan de muchas maneras. Casi todos los creadores de opinión pública (políticos, sociólogos, intelectuales, artistas, comunicadores, etc.) coinciden en la necesidad de cambiar el modelo de desarrollo que se atribuye, desde las izquierdas, al capitalismo (yo lo concibo como la evolución natural de las sociedades humanas, aun aquellas distantes y hasta incomunicadas entre sí en el tiempo y en el espacio). Pero es muy poco lo que hacen por dicho cambio. Un ejemplo para mí es el caso de Venezuela. Después de la tragedia de Las Tejerías, el presidente Maduro insistió en repetir los dogmas del ecosocialismo, hablando una vez más de la necesidad de cambiar el modelo socioeconómico actual y construir el "socialismo" ¿Lo está haciendo su gobierno? La respuesta rotunda es ¡no! ¿O acaso un proyecto como el de las Zonas Económicas Especiales apunta al cambio del modelo capitalista? Es un plan de desarrollo capitalista con un papel fundamental del capital privado nacional e internacional. Claro, es lo normal en un país capitalista como Venezuela, pero entonces no me hablen de "cambio de modelo". La insistencia de las sandías en sus ideas es también una forma de negacionismo: la responsabilidad es de terceros, según ellos, y así se salvan a sí mismos y acaso le echan una lavadita a su conciencia. Yo, en cambio, me siento absolutamente responsable de todo lo malo que nos ocurre. Me explicaré.

La idea del capitalismo como un fenómeno externo a nosotros mismos es irresponsable. Yo, tú, todos llevamos el modelo capitalista por dentro y muy poco hacemos por combatirlo en nosotros mismos. Aquí cito de nuevo la entrevista a Quammen: "Todos los humanos, todas nuestras decisiones: lo que comemos, la ropa que vestimos, los productos electrónicos que poseemos, los hijos que queramos tener, cuánto viajamos, cuánta energía quemamos. Todas estas decisiones suponen una presión al mundo natural".

Yo soy un depredador, un contaminador, un destructor del hábitat humano, no un salvador, ni un enviado de Dios para cambiar el mundo, no soy un Cristo redivivo. Los humanos estamos atrapados en un modelo que nos condena a cadena perpetua ¿Cómo hago para dejar de consumir plástico, si el plástico me rodea por todas partes? ¿Cómo puedo contribuir para reducir las emisiones de gases de invernadero, si para transportarme uso vehículos de combustión fósil? ¿Cómo reciclar mi basura en un país sin cultura de reciclaje? Vivo en una Venezuela que anda buscando la manera de venderle petróleo a la principal potencia depredadora del mundo, y que cuenta entre sus queridos socios a dos de las cinco potencias capitalistas más contaminantes del planeta, China y Rusia. Maduro, el Gobierno, el PSUV y las oposiciones están tan presos del modelo como yo, la diferencia es que yo lo reconozco, al fin y al cabo no tengo ningún interés en el poder.

Dice Quammen: "Los humanos somos más abundantes que cualquier otro gran animal en la historia de la Tierra. Y esto representa una forma de desequilibrio ecológico que no puede continuar para siempre. En algún momento habrá una corrección natural. Les ocurre a muchas especies: cuando son demasiado abundantes para los ecosistemas, les ocurre algo. Se quedan sin comida, o nuevos depredadores evolucionan para devorarles, o pandemias virales las derrumban. Pandemias virales interrumpen, por ejemplo, explosiones de población de insectos que parasitan árboles. Ahí hay una analogía con los humanos". ¿Es, pues, el cambio climático, una acción ecológica de la naturaleza? ¿Está defecándonos el universo? ¿Está poniendo orden en nuestro desorden? ¡Vaya preguntas! ¡Vaya problema! En todo caso, como especie nos toca defendernos, es lo que hacen todas las especies, y tenemos que prepararnos para ello, es la tarea más urgente y necesaria ante el avance indetenible del apocalipsis.

¿Cómo prepararnos, entonces? Lo ideal sería que esta preparación la asumiera en primer lugar el Estado, pero ya sabemos que no podemos poner nuestra esperanza en el Estado que administra el modelo capitalista. Es necesario que las personas comunes y corrientes, la gente de a pie, asuma el preparacionismo como una tarea que podría salvar a nuestra descendencia de tanto dolor que se anuncia: exijamos que en todas las escuelas y otras instituciones educativas se priorice la formación preparatoria para los desastres naturales que se avecinan y que serán cada vez más devastadores.

Actuemos en las comunidades, creemos muchos grupos preparacionistas, generalicemos los conocimientos de supervivencia: cómo resolver las necesidades fundamentales humanas en situaciones de emergencia, por ejemplo agua, alimento y refugio. Qué insumos deberíamos tener a mano siempre para ayudarnos a sobrevivir, por ejemplo sacos de dormir, una lupa, una sierra manual, un botiquín sanitario, un cuchillo o navaja de supervivencia.

Todos los niños y el mayor número de personas deberían adquirir conocimientos médicos básicos, sobre todo de primeros auxilios: cómo restablecer y mantener la respiración, detener hemorragias, limpiar y vendar heridas y quemaduras, inmovilizar fracturas y otros. Cómo obtener agua potable (de agua de lluvia, por ejemplo) y almacenarla, cómo purificar el agua. Qué tipo de alimentos almacenar y cómo preservarlos, instrucción en técnicas de caza y recolección. Cómo improvisar o identificar refugios naturales. Cómo producir fuego en la naturaleza y como preservarlo. Como comunicarse por medio de distintas señales y procedimientos. Si no se cuenta con una brújula, como orientarse por medio de la observación de los astros.

El conocimiento colectivo de estas técnicas preparatorias y otras, permitirá salvar muchas vidas y evitar al máximo las dolorosas consecuencias del colapso y acaso hasta salvar a la especie humana de su posible extinción. De aquí en adelante voy a hablar con mucha gente, escribir, organizarme para ayudar a preparar a mis congéneres para las tragedias que nos acechan.

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