El agua cubre más del 70% de la superficie del planeta, aunque en total equivale a la milésima parte de la masa de éste. Entre sus subproductos, la vida. Ésta surgió de los océanos, sin romper nunca la dependencia del agua. Los ríos llevan al mar todos los desechos de la tierra, entre ellos la sal, que los hace impotables para quienes los abandonaron. Sólo un 2,5% del agua es dulce. De esta modesta fracción dependemos todos.
Nuestro cuerpo contiene un 90% de agua. Hay quien resiste ayunos de un mes; no es posible subsistir más de seis días sin agua. Un cálculo aproximado revela que producir un kilo de carne requiere unos 6 de vegetales y 15.000 litros de agua. Provechoso entretenimiento resultaría saber las magnitudes exactas que requieren la producción de un vestido, un palacio, una muralla, un arma.
Cada modo de producción tiene su manera de tratar el agua, que se parece a la forma en que trata a los humanos. La vida vegetal, animal y humana tiende a concentrarse en los humedales; las primeras civilizaciones, en el curso de los ríos. Su aprovechamiento mediante represas, canales y acequias sustenta las grandes poblaciones de Mesopotamia, Egipto, la India, China, Tenochtitlán. Del excedente económico de los cultivos brotan las más complejas formas de la cultura.
El modo de producción capitalista redujo al hombre a mercancía, y trata de hacer lo mismo con las aguas. Aprovechó la abundancia del uno y las otras para explotarlos inmisericordemente; envileció y contaminó a ambos. En su Diccionario del siglo XXI, predijo Jacques Attali que las guerras de esta centuria serían por el agua. Quien lo dude, puede observar cómo la mayoría de los ríos europeos, y gran parte de los del Asia, están defendidos por complejas maquinarias militares capaces de aniquilar el mundo. Hace siglos que los imperios flanquean las desembocaduras de los grandes cauces de agua con bases que les permitirían dominar el interior: desde los tiempos clásicos enclaves en las bocas del Nilo; Shangai en la salida del Río Amarillo; Cartagena de Indias cerca del Magdalena; Manhattan en el desaguadero del Hudson; Trinidad frente al Delta del Orinoco; las Malvinas en las cercanías del Río de la Plata; el cinturón de bases estadounidenses alrededor de los ríos que nutren el Canal de Panamá. El Mississippi permitió articular el Norte y Sur de Estados Unidos; estratégicos canales podrían unir el Orinoco con el Río Negro, a éste con el Amazonas y el Paraná y el Río de la Plata para integrar económicamente América del Sur. Sobre la erección y posesión de estos enclaves y canales se han constituido y hundido poderes.
El control sobre las riquezas del mundo requiere el de la vida que las produce, distribuye y consume; y el control de la vida requiere el del agua. La privatización de ambas significa que caerán bajo el control del 1% de la población adulta mundial que en la actualidad posee más del 45% de la riqueza del mundo. Casi no hay poder que no haya intentado apropiarse del preciado líquido. El capitalismo financiero dio el paso decisivo en tal sentido a mediados de diciembre de 2020, cuando los títulos de derecho al uso de agua cotizaron en la Bolsa de Wall Street a 486 US$ por un millón 233 litros en el "Indice del Agua Nasdaq Veles California", del grupo CME. En las experiencias conocidas hasta ahora, los capitalistas han utilizado el control de los sistemas de acopio, tratamiento y distribución de las aguas en beneficio propio y no de los usuarios. Salvador Peniche Camps, economista y académico de la Universidad de Guadalajara, apunta que "Al inversionista le interesa asegurar que le vas a pagar y que va a recibir dinero independientemente de la salud y del ciclo del agua, y el agua no es infinita, ni la puedes hacer, le estás poniendo un precio a la vida" (https://www.animalpolitico.com/elsabueso/agua-cotiza-wall-street-a-que-se-debe-y-significa/).
El Tercer Mundo posee la mayor parte de los recursos del planeta; América Latina tiene cinco veces más agua per cápita que Asia Oriental (https://blogs.worldbank.org/es/opendata/siete-cosas-que-tal-vez-no-sepa-sobre-el-agua). La rebatiña se desata sobre el Nuevo Mundo. Quien lo dude, recuerde que en 1993 el estado mexicano de Aguascalientes privatizó el servicio del agua a favor de una empresa que aumentó la tarifa en 170% y a pesar de ello debió ser rescatada por el Fisco (Torregrosa et al., pp. 37-38 y 41-44). En Buenos Aires, la empresa Aguas Argentinas incrementó las tarifas 88,2% entre 1993 y 2002, periodo durante el cual la inflación aumentó apenas 7,3%. En Tucumán, en 1993 se otorgó una concesión a la empresa Aguas del Aconquija, la cual incrementó sus tarifas 106%. A principios de siglo en Bolivia una ley privatizó el suministro de agua, prohibió a los particulares cavar pozos para obtenerla o almacenar la de lluvia: una sublevación popular suspendió el negocio. En Venezuela, Hugo Rafael Chávez Frías vetó una Ley Orgánica de la Hacienda Pública Estadal que permitía privatizar ríos, lagos y lagunas por mayoría de una Asamblea Legislativa estadal. Alrededor del Acuífero Guaraní, la mayor reserva subterránea de agua dulce del mundo, situada en la Triple Frontera de América del Sur, se han plantado estratégicas bases militares estadounidenses que permitirían su control en caso de disputa.
Sobre estas desdichadas experiencias concluye José Esteban Castro que "El análisis del proceso de privatización de los servicios de agua y saneamiento en América Latina revela que éste fue producto de decisiones orientadas por la ideología neoliberal y no el resultado de la búsqueda de una solución efectiva a la crisis del sector. Esta estrategia, además, ha ignorado la evidencia histórica que demuestra que la universalización de estos servicios en Europa y Estados Unidos fue consecuencia de una acción decisiva del Estado. Pero aunque el enfoque privatizador ha fracasado, las transformaciones institucionales y políticas que se pusieron en marcha continuarán afectando la capacidad de los gobiernos de la región para superar la crisis de estos servicios esenciales" (Nueva Sociedad 207, Enero - Febrero 2007, ISSN: 0251-3552).
En las cuatro o cinco décadas que restan antes del agotamiento de la energía fósil, adquiere cada vez mayor relevancia el empleo de la fuerza hidroeléctrica que pueden generar las aguas dulces en su sosegado curso hacia los mares. Las represas segmentan los cauces de agua, con efectos negativos en la ecología, pero en la actualidad producen un 3,6% de la energía que el mundo consume, y que éste requiere cada vez más (REN21. (2017). Renewables 2017 Global Status Report. Recuperado de https://goo.gl/Pc2WuA). Se puede fabricar una represa, pero no el río que la llena ni las nubes que lo nutren. Una vez más debe el hombre respetar la naturaleza.
Privatizar las aguas es privatizar la vida.
TEXTO/FOTOS: luis britto