Un, dos o tres árboles, un bosque, la selva o la jungla nos conectan con la vida, con la disponibilidad de oxígeno, con la sensación de aire puro, con el verdor del paisaje, con la diversidad biológica, con lo silvestre, con la obtención de madera, nos conectan con el frescor y la posibilidad de cobijarnos con la sombra y protegernos de los rayos solares, incluso guarecernos de la llovizna, en fin, nos conectan con la naturaleza.
Cuando formamos conciencia de la importancia de esta conexión, que a nuestro juicio se fundamenta en la reciprocidad, entonces debemos asumir plenamente tal conexión, es decir, sin ambages y sin prejuicios; debemos poner en práctica los principios de la conservación, defensa y mejoramiento del ambiente en general y de los árboles en particular. Estamos convencidos de que esta actitud es la correcta, pero ocurre que a veces nos extraviamos y en consecuencia arremetemos contra los árboles, contra los bosques; en un accionar contra natura y vil los anillamos, los talamos, los podamos ignorando criterios técnicos, los plantamos en sitios inadecuados donde no se garantiza su permanencia en el tiempo, o peor aún, los incendiamos de propósito. En ese suceder de actuaciones erradas, los árboles son acusados, injustamente, de romper con sus raíces aceras, pisos y paredes, de ensuciar con sus hojas, incluso de ser reservorio de insectos vectores de enfermedades, entre otras barbaridades. Es allí donde radica un círculo vicioso que conduce a la disolución de la conexión antes referida. Dada esa realidad, se impone urgentemente la reflexión profunda en función de cambiar de actitud, es decir, corregir ese círculo orientándolo a uno virtuoso y de esta manera honrar la reciprocidad a cabalidad, plantando árboles en sitios apropiados y protegiéndolos, reafirmando así la conexión pronatura.
Desde una perspectiva histórica los árboles han estado consustanciados con el devenir del país y de los venezolanos, recordemos la ceiba de San Francisco en Caracas, el samán de Güere en Aragua, el cují de la plaza de Mitare, el jabillo en Morón, el saqui-saqui icónico llamado el abuelo en la reserva forestal de Caparo, el carutal y el guamachito de Simón en el llano, sin olvidar las caobas, cedros, apamates y araguaneyes que, entre muchas otras especies forestales, se distribuyen en todo el territorio nacional, pero que lastimosamente han sido diezmadas por la acción del ser humano.
La conexión pronatura también se evidencia en la fitotoponímia de poblados y ciudades, es decir, poblaciones con nombre de árboles como por ejemplo: Boca de Mangle, Cabimas, El Caraño, El Ceibal, El Dividive, Guama, Guamacho, La Ceiba, Palmichal, Santa Cruz de Bucaral, Sunsún, entre otras.
A manera de reflexión final decimos, hoy último domingo de mayo cuando se celebra el Día del Árbol en Venezuela, que el significado más importante de los árboles es el hecho de expresar la divinidad en toda su extensión y bien lo dice la letra del Himno al Árbol: "...jamás olvidemos que es obra de Dios".
*Ing. Forestal. M.Agr.
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