Alienación es un término muy caro a Karl Marx. Y aunque en su obra poco a poco desaparece la palabra a partir de 1845, nos atrevemos a afirmar que el concepto se mantiene, si bien con variaciones, hasta su obra tardía. El conocido apartado del primer capítulo de "El Capital" llamado "El fetichismo de la mercancía" conserva muchos elementos de ese concepto. Siguiendo la obra de Ludovico Silva podemos afirmar que en ese apartado subyace la quinta forma que toma la alienación humana, a saber la alienación ideológica. La palabra "alienación" tiene origen en el latín "alien", significa "lo otro extraño". Hay una conocida película con ese nombre "Alien. El octavo pasajero", que trata un tema alienígena, de vida extraterrestre. "Alienación" significa así "extrañamiento". Los traductores castellanos de Marx suelen usar el sinónimo de enajenación para expresarlo. Se trata de un concepto complejo, que se presta a no pocos equívocos, muchos de esencia psicológica. Sin disponer de espacio para desarrollar esta cuestión, digamos que en Marx la alienación refiere en primera instancia al no reconocimiento del ser humano con sus producciones, con sus obras. Digamos también que si bien los efectos son psicoideológicos, el origen de este fenómeno descansa para Marx en una estructura social escindida por relaciones de dominación. Esto quiere decir que se trata de un fenómeno histórico, sometido a las variaciones en el tiempo de la empresa vital humana. En otras palabras, no es un fenómeno ontológico, insuperable, sino histórico y superable. Lamentablemente los socialismos realmente existentes para nada la superaron sino que la agudizaron y cronificaron volviendo la sociedad una inmensa jaula de hierro burocrática, un panóptico Gran Hermano asfixiante de cualquier libertad posible.
Con Ludovico Silva hemos enunciado una quinta forma que toma la alienación humana en el tiempo histórico del modo de producción capitalista. Hay otras cuatro. Las que Marx presenta en sus Manuscritos de París de 1844. La primera es la enajenación del trabajador con el producto de su trabajo. Por consecuencia de la propiedad privada sobre los medios de producción el trabajador moderno, poseedor de su fuerza de trabajo pero desposeído de los medios para producir, tiene que vender su fuerza a quien se la compre (el capitalista) a cambio de un precio que es su salario. De tal modo, el producto de su trabajo nunca es suyo sino que de quererlo tendrá que comprarlo en el mercado como cualquier otra mercancía. Igual pasa con su propia actividad como trabajador, la segunda forma en que se manifiesta la alienación. Difícilmente hace lo que le nace de sus aptitudes y vocaciones, hace simplemente lo que el patrón le manda a hacer según el trabajo que pueda conseguir. Por ello, no pocas veces se siente incómodo en su trabajo, siente que está perdiendo su vida. Más complejas resultan la tercera y cuarta formas de alienación, la genérica y la de los humanos entre sí. Marx sostiene que los humanos no solo trabajamos para cubrir necesidades biológicas básicas de autoconservación y reproducción, también trabajamos para el género humano, para satisfacer necesidades espirituales, culturales. Reinaldo Armas o Beethoven no componen música para alimentarse con el papel de las partituras. Pueden quizás ganar su sustento diario con su trabajo de compositor musical, pero el resultado de su actividad se dirige a fines trascendentales propiamente humanos. Igual puede decirse de otras actividades artísticas y realizativas de la condición humana. En el caso del trabajador moderno desposeído de sus medios de producción, el trabajo difícilmente lo realiza en la potencialidad de su género. Trabaja, más bien, nos dice Marx, como un buey que mueve un molino, trabaja porque lo obligan a hacerlo y puede hacerlo porque en su atormentadora actividad el amo le da el alimento para que se autoconserve y se reproduzca como buey. El trabajo moderno reduce al trabajador a trabajar para reproducirse como tal, lo reduce a su condición biológica básica negándole sus posibilidades. Finalmente, este tipo de estructura social capitalista divide al género humano en partes enfrentadas: trabajadores y capitalistas, campesinos y citadinos, mujeres y hombres, jóvenes y viejos, blancos y negros, venezolanos y colombianos y así sucesivamente. No nos reconocemos como humanos, estamos alienados en nuestra humanidad común, precisamente aquella que recientemente las ciencias biológicas han confirmado mediante el genoma humano. Tampoco podemos desarrollar aquí más aristas de la riqueza compleja de este concepto de alienación. Digamos que a las cuatro formas mencionadas Ludovico Silva agregó la alienación ideológica como una quinta, una alienación que reside en nuestras representaciones y discursos aprendidos del mundo, representaciones y discursos que nos configuran subjetiva e intersubjetivamente a aceptar la condición alienada que padecemos como una condición "natural", ontológica. "El mundo es así", "Dios lo ha querido así" decimos, sin percatarnos que hemos sido nosotros como humanos los hacedores de este mundo histórico.
Para nada renegamos del concepto marxiano de alienación y del aporte adicional que nos ofreció Silva. Por el contrario, frente al inmenso número de marxismos creemos que una vacuna ante el marasmo existente en ese universo consiste en regresar a Marx. Por supuesto, bajo la obligación de actualizar sus conceptos, de someterlos al juicio de su vigencia con relación a los temas de nuestro tiempo. En muchas ocasiones hemos sostenido, y lo seguiremos haciendo hasta el cansancio, que el tema primero de nuestro tiempo es el tema ecológico pues en esta cuestión va sencillamente la vida, y sin vida ninguna otra cuestión hay. Pues bien, ¿puede decirnos Marx algo sobre esta cuestión primera? Creemos que sí aunque dentro de ciertos límites. Incluso el propio Marx de los "Manuscritos" hace referencia a la enajenación que padecemos con nuestro cuerpo y entorno natural, entorno que afirma que es nuestro cuerpo extendido.
Y es que la principal alienación es la de ese cuerpo extendido del que nuestro cuerpo individual forma parte, a saber, la naturaleza. Esta alienación tan bien expresada en el supremo modo moderno, el modo cartesiano de concebir las realidades del mundo como res cogitans y res extensa, como sujeto y objeto, es una enajenación transversal a todas las demás formas de alienación. La conciencia cartesiana en tanto que conciencia alienada de la modernidad no se reconoce como parte de un sistema mayor ecológico que alteramos con nuestras acciones sino que a la manera del Dr. Frankenstein o de Pinky y Cerebro se piensa, con su saber científicotecnológico y sus prácticas productivas, soberana del mundo. De lo que se trata es de conquistar el mundo, le dice Cerebro a Pinky. Y seguidamente trama con su conocimiento tecnocientífico realizar la nietzscheana voluntad de poder. Pues bien, afirmo que todas las formas marxianas de alienación suponen originariamente esta separación falsa entre humanos y naturaleza. De hecho, la propiedad privada sobre los medios de producción descansa sobre la apropiación violenta de los entornos naturales, es originariamente propiedad sobre la tierra y sus productos.
Nada en el planeta dice que aquí comienza Venezuela y allí termina Colombia, o que aquí nace España y allí finaliza Portugal. Las fronteras, como nos enseñaron en la geografía escolar, son imaginarias. Como imaginarios son también los linderos que separan una parcela de otra. La propiedad y las fronteras estatales descansan en acuerdos sociales resultado de algún ejercicio violento sobre la naturaleza, tanto la externa como la interna (humana). La conciencia alienada emerge históricamente del humano que para realizar su hogar, su hoguera, se enfrenta a su entorno mediante su trabajo. Se agudiza cuando las comunidades más exitosas en esta tarea someten y esclavizan a otras. Cuando la naturaleza es troceada mediante la propiedad privada se cronifica. Cuando las fuerzas productivas se desarrollan en el marco de esta propiedad privada y se configuran como modo de producción capitalista, o en la versión socialista realmente existente, esta enajenación ecológica alcanza su cenit. La obsesión productivista y orientación al consumismo de estos modos de producción, la urgencia permanente por aumentar el P.I.B., llenan de miseria la humanidad y llevan a nuestros ecosistemas a sus límites de tolerancia. El Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA) ya ha declarado 2023 como el año de la historia con mayores emisiones de dióxido de carbono (CO2) desde que se llevan los registros, alcanzando una concentración en la atmósfera de 421,08 partes por millón, toda una cifra récord que seguro se superará de nuevo al cierre de este 2024. Ante esto, los sistemas ecológicos, gravemente alterados, buscan retomar su equilibrio poniéndose en peligro de modo claro la vida en el planeta. Pero la conciencia alienada prosigue en su enajenación. La COP29, la cumbre climática celebrada apenas hace poco más de una semana en Azerbaiyán, no ha contado con la participación protagónica de los principales contaminantes del mundo: China, Estados Unidos, Rusia. El lema esbozado, quien más contamina más paga, todo un absurdo, no termina de entender que de nada vale que estos países paguen más para generar políticas con el propósito de evitar el calentamiento global si continúa el mismo modelo civilizatorio que produce todos estos males. Por otra parte, la contaminación de estos países afecta a todo un planeta que no reconoce la enajenada forma de los estados nacionales modernos.
El Marx de los Manuscritos de París contenía elementos epistemológicos y teóricos muy promisorios para comprender que la naturaleza es un sujeto y un gran sistema, para comprender que hay una alienación originaria del humano con la naturaleza. Un gran investigador como Alfred Schmidt (1931-2012) lo apreció adecuadamente. Pero el Marx posterior a 1845 tiene recaídas en el cartesianismo, en una filosofía de la conciencia diría Habermas. Su eje puesto en la economía política y el desarrollo de las fuerzas productivas desdibuja el concepto de alienación, aunque no termina de desaparecer en su obra. Después la versión leninista, voluntarista, autoritaria y surgida en un país sin mayor desarrollo capitalista, inició el trayecto de torcer muchos de los planteamientos marxianos primeros. Luego, la política del "socialismo en un solo país", defensiva ante los fracasos revolucionarios en Europa central, sirvió de bastión a un socialismo burocrático y depredador. El mayor tema de nuestro tiempo, el tema ecológico, exige otros marcos epistemológicos, teóricos y metafísicos que den lugar a otras prácticas bien distintas de las civilizatorias actuales. El Marx más próximo a sus orígenes en el idealismo alemán, el que a mi juicio se puede actualizar en diálogo con la Naturphilosophie de ese idealismo en la versión de Schelling y antes de Goethe, puede contribuir sustancialmente a esta tarea de construir otra cosmovisión más amable con nuestro único hogar real: la Tierra. La naturaleza está gritando, la vida se apaga.