El cacique de los karitianas levantó la vista y apuntó al horizonte, donde se podía ver una espesa columna de humo emerger por sobre la selva, a un lado de la Reserva Nacional Bom Futuro.
"Cada año empeora la situación por el fuego. Hoy el viento sopla hacia el sur, si no, esa humareda la tendríamos acá. Estamos preocupados por la salud de nuestra gente; cada vez hay más chicos y ancianos con tos, gargantas irritadas y narices sangrando", explicó a LA NACION José Antonio Karitiana, 44 años, activo jefe de la aldea central de esta tribu indígena que vive en un territorio protegido de 89.600 hectáreas, unos 100 kilómetros al sudoeste de Porto Velho, la capital del estado de Rondonia, rodeado de los peores incendios forestales que ha visto la Amazonia en años.
Después de haber estado al borde de la extinción en la década del 70, los karitianas hoy cuentan con una creciente población de 400 miembros, distribuidos en seis aldeas de simples casas de madera y techos de palmas (llamadas ocas). Dos de estas aldeas, las más alejadas, están aún en proceso de demarcación y protección oficial. Se trata ahora de un trámite mucho más difícil por las políticas del presidente Jair Bolsonaro, que ayer mismo reiteró sus posturas respecto de la demarcación de tierras indígenas en todo Brasil.
"Es mucha tierra para poco indio...y sin lobby. ¿Cuál es el interés detrás de eso? Mi decisión es no demarcar más tierra para indios. Y aquellas que fueron demarcadas de forma irregular serán revisadas", prometió.
Al igual que los líderes de las otras 420 tribus indígenas que existen en el país (287 de ellas, en la Amazonia, con cerca de un centenar aún aisladas en la selva), los karitianas saben que se viene un período de fuerte resistencia y lucha para hacer prevalecer sus derechos y garantizar su supervivencia. De hecho, hace casi un año -cuando comenzó la campaña electoral y Bolsonaro empezó a divulgar sus ideas-, se incrementó la presión de los grileiros, usurpadores de tierras que presentan escrituras falsificadas (las guardan durante un tiempo en cajas con grillos -de ahí su nombre-; el excremento de los insectos los amarillea y su roído los hace ver más antiguos), y de otros invasores.
"Los hacendados, garimpeiros [extractores de metales] y madereros clandestinos buscan entrar con tractores, motosierras y machetes. Nosotros hacemos siempre las denuncias, pero persisten para desgastarnos y humillarnos. Los incendios son también una forma de intimidarnos, de intentar sacarnos de aquí, donde están nuestros cementerios, donde están enterrados mis abuelos, nuestra historia", resaltó el cacique.
Lejos de acobardarse, el joven liderazgo karitiana está preparado para responder a estos desafíos con información y tecnología. Junto al Instituto Chico Mendes de Conservación de la Biodiversidad (ICMBio) ya capacitaron a la primera brigada totalmente indígena para combatir los incendios forestales.
"Nosotros no provocamos incendios en la selva, solo prendemos fuego para comer. Cuidamos la selva porque en ella hay animales, plantas, mucha vida y energía. Las quemadas que realizan los productores agropecuarios para limpiar y ampliar sus tierras de cultivo o ganado son una amenaza para todo el ecosistema; no se puede devastar la selva", apuntó Nelson Karitiana, de 46 años y maestro principal de la escuela de la aldea.
Antes normalmente incomunicados con el mundo exterior porque aquí no llega ninguna señal de telefonía celular, los karitianas instalaron en sus aldeas antenas satelitales para tener servicio de TV e internet. Con sus teléfonos celulares, ahora se comunican a través de WhatsApp entre las aldeas y los miembros que estudian en Porto Velho. Escriben en lengua karitiana, comparten fotos y videos e información sobre los riesgos que enfrentan, desde los invasores e incendios hasta los problemas de salud que afectan a la comunidad.
"Esa comunicación, el intercambio de información en nuestra lengua, nos ayuda a fortalecernos y preservar nuestra identidad", comentó Milena Karitiana, de 40 años, que acaba de recibirse de enfermera en Porto Velho y volverá a instalarse a la aldea central -donde viven su esposo y sus cuatro hijos- para servir a su tribu. Como ella, muchas otras mujeres karitianas se formaron recientemente, luego de parir varios hijos, como parte de una política consciente de reproducción para evitar el temido exterminio.
No todos los pueblos indígenas amazónicos tuvieron el mismo éxito que los karitianas. En Rondonia -que junto con el vecino estado de Amazonas tiene la mayor diversidad de tribus- solían vivir unos 80.000 indígenas hasta mediados del siglo XX. Hoy, según el Consejo Indigenista Misionero (CIMI, ligado a la Conferencia Nacional de Obispos de Brasil), restan apenas 18.000, divididos en unos 60 pueblos, como los oro-waris, los karipunas, los kwazás, los uru-eu-wau-waus, los cassupás o los akuntsus, con solo siete sobrevivientes. Los grandes proyectos de obras públicas en la región -rutas, represas hidroeléctricas-, el desarrollo de la actividad económica -ganadería, agricultura, minería- y nuevas enfermedades -cáncer, diabetes, obesidad, hipertensión- los desplazaron y causaron estragos entre los indígenas.
"En todo Brasil la población indígena fue diezmada, y mucho más en la Amazonia, rica en recursos naturales que otros buscan explotar fácilmente y sin control en la selva", remarcó Cyntia Marques da Silva, coordinadora regional del CIMI, quien se quejó también de la falta de eficiencia de la Fundación Nacional del Indio (Funai, vinculada al Ministerio de Justicia), cuyo papel es proteger las tierras indígenas.
"O no tienen agentes para la fiscalización o algunos ahí adentro están combinados con intereses ganaderos, madereros, mineros? hay mucha corrupción. Y, encima, el gobierno de Bolsonaro retiró de la Funai su autoridad para demarcar las tierras indígenas, que ahora pasó al Ministerio de Agricultura, donde lo único que les importa es usar más tierras para el agronegocio", advirtió.