Dice el filósofo neerlandés Baruch Spinoza (1632-1677), en su Ética, IV.7, que: "Un afecto no puede ser reprimido ni suprimido sino por medio de un afecto contrario y más fuerte que el que ha de ser reprimido". Ya que, el afecto, constituye, para el "poder del pueblo" y la "soberanía popular", una manifestación de identidad; lo que, lo define como un principio fundamental en las acciones humanas. Por tanto, el pueblo debe ser entendido más allá de una visión esencialista que lo concibe solo como un referente sociológico, o como un dato empírico; en ese sentido, sugerimos concebirlo como una categoría política.
Tal vez, ello se debe a que -para la construcción del Pueblo- hay que romper con una gramática y una forma de pensar raizalmente anclada en valores del pasado, a los cuales –ciertos sectores- han sido y son muy refractarios; imaginar una nueva forma de pensar la relación Estado-sociedad; construir la comuna como nueva forma de organización del pueblo, a partir de la cual se edifique el poder popular; hacer de la democracia una forma de vida y no solo un sistema político en donde, las demandas de seguridad y protección del pueblo, estén garantizadas; hacer de los principios de justicia social, equidad, igualdad, libertad, fraternidad, solidaridad y felicidad derechos humanos; es por lo que, los afectos y el sentido común no pueden ser considerados solo como sentimientos personales; debemos hacer de ellos, referentes a partir de los cuales podamos construir una nueva identidad política. Es por ello que, el fraguado de una sociedad en donde el pueblo, convertido en ciudadano, no sea solo el habitante del país, que sea el sujeto de la construcción de la democracia participativa, es lo que le confiere a la comuna la condición de base fundacional del nuevo Estado Socialista que estamos empreñados en construir en Venezuela.
Necesario es, asimismo, entender que la política trasciende lo individual. Que su ejercicio, es profundamente colectivo. Que la construcción del sujeto pueblo, es inseparable del bien común, categoría esta que no puede ser construida solo a partir de las "verdades" de los manuales; entender que, el sentido común, constituye una fuente inagotable en la realización del acto político. Y, como dice Raffaele La Capria, "el recurso al sentido común puede y debe servir como antídoto contra el abuso de los conceptos". Y es que, el sentido común, trasciende los conceptos a partir de ellos mismos; porque, el sentido común, no es un concepto, sino un sentimiento, un afecto, socializado. El sentido común nos es útil para "articular lo diferente y fraguar una voluntad colectiva". Es, precisamente, de la comprensión de éste relacionamiento de donde pueda inferirse el realismo de la acción política.
El Pueblo, como sujeto social, trasciende el concepto de ciudadanía. El Estado Comunal es, en ese sentido, un modelo de organización de la sociedad vivo y activo. En él se establece un relacionamiento, entre líder y pueblo, no autoritaria. Porque, la institucionalización del poder no se establece a partir de una sustitución del pueblo, sino de una relación de representación. Y es que, en un sistema democrático, representación y participación no son contrarios, sino complementarios. La participación no niega la representación; ya que, a partir de ella, se establecen las funciones, alcances y limitaciones, que definen la identidad de los sujetos políticos.
Es por ello que, el fraguado de un imaginario político de nuevo tipo, que tenga como objetivo la construcción de una voluntad política colectiva, es necesario. Y es que, en éste tiempo, en que avanzamos hacia la edificación de un nuevo orden mundial, de un mundo multipolar, en que se avanza hacia la edificación de una nueva civilización que trascienda los marcos de los sistemas sociales que han existido, el acto político ha adquirido un sentido distinto. Pero, la construcción de esa voluntad colectiva solo es posible fraguar si logramos definir quiénes son sus adversarios, al que no hay que despreciar ni minimizar.
Pues bien, es en este orden de ideas que le conferimos a los afectos, al sentido común y al realismo político una nueva dimensión. La que asumimos a partir de lo que Gramsci definía como una profunda "reforma intelectual y moral"; sustentada, en nuestro parecer, en los más caros principios éticos del humanismo.
Ya que, los seres humanos en su relacionamiento con los demás seres humanos y con la naturaleza, en su vida social, han logrado crear una variedad infinita de "objetos sensibles". En su trashumancia ha logrado dotarse de una imaginación inimaginable e inagotable. Aprendió a vivir su vida y a transformarla, desde su real parecer. Pero, apareció la modernidad occidental capitalista y todo lo transformó. La relación entre yo y mi mundo, fue sustituida por una relación entre yo y otro mundo.
Transición ésta que no era casual. La relación con su mundo lo inducía a pensar su vida en él. A saber, cómo se había formado y de qué estaba hecho. Pero, sobre todo, a conocer cuál era la importancia de su mundo. Y ese conocimiento podía adquirirlo a través del sentido común. La imagen de la vida vivida, dejo de ser su realidad. Su nueva realidad fue convertida en una formula intelectual abstracta.
El cientificismo moderno iniciaba su dictadura. Se desconoció que el sentido común es muy anterior al conocimiento científico. El concepto sustituyó el sueño y, con ello, la esperanza. El conocimiento sensible fue sustituido por una "niebla conceptual", la cual se apoderó de nuestro ser.
Infinito ha sido (y es) el vocabulario que la modernidad occidental ha utilizado para imponerse como civilización universal. Vocabulario del cual ha sido extrañado el sentido común porque él no es (ni debe convertirse) en un concepto. Reducirlo a tal condición sería desnaturalizarlo, quitarle el rostro, despojarlo de su razón de ser, como fuente para la explicación de la vida social de los seres humanos.
Necesario es, devolverle al sentido común su razón de ser, como fuente del conocimiento sensible de nosotros mismos y del entorno en el cual trascurren nuestras vidas. Necesario es, devolverle su condición de creador de conciencia, para pensar la vida como convivencia humana entre humanos. De allí, su carácter impugnador a toda forma de dominio.
Raffaele La Capria, dice que el sentido común, "es un duendecillo intolerante y rebelde, que tiene por característica asombrarse sin cesar, porque mantiene siempre los ojos abiertos a la realidad,…" Y, la realidad política que vivimos los venezolanos nos dice que, el sentido común es esencial en el ejercicio del acto político; nos dice que, no hay posibilidad de hacer política -de manera concreta-, si no lo hacemos teniendo presente el sentido común de nuestras acciones, hacia quién va dirigido ese quehacer.
En razón de ello, me permito señalar que, junto a la fundamentación teórico-conceptual que le demos a la propuesta del Socialismo Bolivariano, la consolidación de éste no será posible si no tenemos claro cuál es la Venezuela de este tiempo. Y, cuando habló de la Venezuela de este tiempo, su ubicación temporal está referida a los años de gobierno del Presidente Nicolás Maduro.