El cielo era una sabana azul y límpida donde los caballos de los luceros parecían que corrían a paso ligero. ¿Será que se imaginaban y querían esconderse? Pero lo cierto fue que la canción hermosa y bendita de la lluvia, llegó a esa noche y luego volvió al otro día y las plantas entonaron el canto de una melodía verde tierno y le ofrendaron sus sonrisas.
El periodista Juancho Marcano, esa noche observaba el espectáculo y pensaba en otros tiempos cuando sus antepasados hacían vida en la tierra, y la lluvia se convertía en motivo de alegría y celebración. "Cómo se hubiera alegrado mi abuelo si en estos tiempos de sequía, como lo es agosto en la Tacarigua de Margarita, hubiesen caídos estos aguaceros que ahora han venido este año a esta hermosa tierra, probablemente habitada por Dioses en épocas inmemoriales", se dijo el reportero.
Mientras escuchaba el relajante y cautivante canto del chubasco, Juancho también recordó que en esos tiempos, debido a la temporada seca, su abuelo y sus amigos, buscaban sembrar en los conucos que estaban hacia la cumbre de los cerros, con el fin de que la neblina y las pocas lluvias, hicieran el milagro de darse el maíz, para poder hacer la arepa que era el pan de cada día. "Cuantas veces comí casa de mi abuelo, aquellas arepas redondas y gruesas de maíz, que hacía mi abuela, después de pilarlo y molerlo", rememoró Juancho en aquella noche de lluvia.
"La Tacarigua de Margarita, le dijo Juancho a su esposa, fue una tierra reconocida por su hombres guapos de azadón y machete, y por sus mujeres bellas y guapas, capaz no sólo de pilar, sino de sembrar y hasta de buscar leña, sin perder la coquetería de ser fémina a tiempo completo".
- Era la vida fuerte aquí y sobre todo para las mujeres, dijo María, la esposa de Juancho, quien le señaló: "Así era, por ello muchos fueron a dar a tierra firme y por allá hicieron familia y sembraron raíces, e incluso unos ya no volvieron a esta tierra y allá dejaron sus cenizas.
La lluvia había calmado y los potros de las estrellas, volvieron a la sabana azul del firmamento, mientras Juancho Marcano y su esposa, guardaron silencio.