Cuento o razón

La paraulata en las creencias margariteñas

Jueves, 04/03/2021 03:57 PM

Las sombras de los árboles le daban paso a los tiros destellantes que el batallón del sol disparaba hacia la tierra. Los árboles para ahorrar agua, dejaban caer ciertas hojas para cubrir el suelo y protegerlo. Mientras tanto las guacharacas estaban sintiendo que el fantasma de la sequía pronto aparecería y tomaban las previsiones para no morir en el intento.

El periodista Juancho Marcano, junto al perro Pipo, luego de limpiar, regar y recoger ciertos frutos, se dedicaron a retirar las hojas secas que se amontonaban en una esquina, con la finalidad de cubrir con éllas determinada parte del terreno y protegerla así de la erosión de la resolana.

A medida que el reportero iba recogiendo las hojas y el terreno iba quedando limpio, se acercaban las chulingatas (paraulatas) y se posaban sobre aquella la tierra desnuda y se deleitaban con ciertos insectos que quedaban a la vista. Juancho las observaba y contemplaba de cerca su belleza, y no se explicaba por qué ciertos hombres eran capaces de fusilar en el paredón de la maldad, aquellas aves bellas y cantoras, pero tan indefensas.

Pipo qué observaba a Juancho que lelamente miraba a las aves, le preguntó:

- ¿Como si te traen recuerdos las chulingatas, Juancho?

- Si Pipo, pues me acuerdo que mi abuela Leticia tenía la creencia que si una Chulingata, cantaba muy seguido cerca de la casa, era que se iba a recibir una carta, y en efecto llegaba dicha correspondencia con noticias de familiares lejanos y que se habían marchado hacía años para otras tierras.

También se creía que los niños que tenían dificultades para hablar, se les daba de comer huevos de chulingatas en la mañana, y después no había forma de callar aquel muchacho y más aún si todo el día se la pasaba pidiendo comida.

- Creencias de otros tiempos, Juancho, pues ahorita las chulingatas cantan a toda hora y no vienen cartas, ni visitas ni menos lluvia, dijo Pipo.

- Es verdad Pipo, contestó Juancho y le hizo señas al perro de seguir recogiendo las hojas, pues ya el sol había partido al día en dos mitades.

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