El concierto de las chicharras empezó temprano ese día. El periodista Juancho Marcano y su perro Pipo, luego de recoger frutos y realizar ciertas labores en el conuco, se sentaron bajo la sombra de su amiga la mata de mango, que le obsequió varios frutos en plena sazón, y hombre y perro empezaron a degustar los exquisitos mangos con gran placer.
- Mira Pipo, dijo el periodista, yo recuerdo cuando era niño que mi abuelo me llevaba a su conuco y ahí, como ahorita, tú y yo, nos poníamos a comer mangos, y me contaba que el canto de las chicharras hacía sonreír al sol porque lo ponían contento, pues estos insectos con sus trinos, lo que hacían eran rendirle tributo al astro rey y hasta llamarlo para que saliera y sonriera. Es decir, que nuestros antepasados odiaban el canto de las chicharras, porque llamaba al sol y alejaba la lluvia, la cual es necesaria para el sembradío.
- Ah, pero tú también me has contado Juancho, que tu abuelo sentía un gran aprecio por los amigos y que tenía un gran amigo llamado Julio, dijo el perro.
- Claro, Pipo, mi abuelo decía que la amistad era una flor inmarchitable y los amigos había que quererlos y respetarlos, que tú no podías tener un amigo para mal ponerlo o burlarse de él, así tuviera ciertos defectos, porque todos tenemos defectos, porque lo que había que hacer era alabar sus virtudes públicamente, porque para eso eran los amigos, ya que aquel supuesto amigo que busca desprestigiarte ante los demás, será de todo menos amigo.
- O sea, Juancho, que la amistad no puede ser como un pote en el suelo, que pasa cualquiera y le cae a patadas.
El periodista Juancho Marcano, escuchó la frase de su perro Pipo y se impresionó y por eso le dijo: "Exactamente, esa es la idea, es lo mismo que tú que eres más que mi amigo, mi hijo, yo te encuentres echado en el garaje y venga y te dé un punta pie".
- ¿Y tú eres mi amigo, Juancho?
- Claro, Pipo, hasta el fin, dijo el periodista y abrazó a su perro, luego recogieron las cosas y tomaron rumbo a la casa.