Después de seis meses, volvemos al arcano silencio de las quimeras…

Viernes, 10/03/2023 06:49 AM

14-2-23: Pagan un Bono de la Patria. Salimos de compras temprano, y al fin movemos la camioneta, que únicamente la estamos usando para ir a La Coromoto. En Mérida todas las diligencias las hacemos a pie o en buseta y consideramos que, en medio de tantas estrecheces, no deja de ser un verdadero milagro el que aún sigamos dándole mantenimiento a nuestro trajinado carro. Lo mantenemos estacionado (con la batería desconectada) desde hace un mes, y con algo más de 40 litros de gasolina que conseguimos ponerle con grandes esfuerzos y harta suerte, buscando dólares y haciendo colas hasta de varios días. Han sido muchos los intentos por ir a La Coromoto, pero nos tuvo varados el tiempo infame de lluvias, de las infernales vaguadas y tormentas sin parar, que han desolado gran parte del Estado Mérida. Ni una guerra feroz habría causado tantos daños: derrumbes en cientos de caminos y carreteras, multitudes de puentes caídos, los túneles a El Vigía tapiados, destrozos en el sistema eléctrico y acueductos, cientos de casa ahogadas, y un cambio brutal en el paisaje de nuestras serranías. En varias ocasiones habíamos preparado viaje, habíamos hecho la abultada hallaca en la tolva para la partida, cuando de pronto un percance, y venga a desembalar porque no se reúnen las condiciones necesarias para un viaje tan largo. ¡Entonces cuántas encomiendas detenidas! ¡Cuántos frustrantes planes paralizados! En las navidades, además de las lluvias nos hubo de frenar además de los detalles principales ya señalados, unas extrañas fallas en los frenos de la camioneta. Hay que tener en cuenta que ahora al menos se requieren seis horas para cubrir el trayecto hasta La Coromoto, por caminos muy accidentados, pendientes y peligrosos.

No hay que olvidar que en noviembre de 2022, ocurrió una espantosa vaguada en La Coromoto que provocó el arrase definitivo de lo que había quedado de aquella, la más famosa y hermosa mucoposada de los Pueblos del Sur: Las Hortensias. El propio pueblo de Canaguá se vio al borde de la desesperación durante un mes de incesantes diluvios. En esos días nuestro amigo Ángel Mora nos llamó para advertirnos: "-Cuando ustedes vuelvan por aquí no reconocerán los predios de lo que fue la casa de Neptalí, esto está irreconocible…".

Pues bien, a nuestro rocín de hierro, un poco vapuleado ya por los años, le prensamos en su gurupera, lo que llevamos de comida, un alimento para las cabras de Toñito, cinco litros de gasolina comprada a dos dólares el litro que le manda Angibel a su padre, unos ladrillos (teniendo que dejar de lado unas tejas para reparar goteras que no cupieron), y variados instrumentos para el trabajo en el campo.

Antes de la partida, espalillamos lo del Bono de la guerra económica en verduras y frutas, pan, unos bizcochos, unos huevos, galletas y cambures para ir engañando a las tripas por el camino. Como es bien sabido ya, cada vez que cae un Bono lo que procede en los pobres, es al ESPALILLAMIENTO GLOBAL, antes de que se vuelva sal y agua. Así hicimos, como cada cual en este momento.

En cogiendo carretera hubimos de parar en el semáforo de Guerrero, en Ejido, para recoger unas paledonias y unos caramelos que Ana Mora le mandaba a su padre, el señor Corsino. Recogida esta encomienda, seguimos adelante con los faroles, por esas carreteras tan queridas y añoradas que llevábamos tanto tiempo sin ver. Íbamos sin desayunar para ir ganando tiempo, y llevando en nuestro avío dos arepas rellenas con queso y un refuerzo de agua de panela para refrescar el gaznaste. Apenas comenzamos a subir la cuesta de Estanques comenzamos a toparnos con los primeros grandes obstáculos, sobre todo la maleza que nos impide la visibilidad y esquivando en lo posible los recrecidos cráteres en la vía. Vamos casi todo el tiempo emprimerados porque los baches son rocosos y profundos. Toda esa primera zona de bosque nublado con el que nos topamos, presenta el aspecto de haber sido barrida por diluvios, cascadas desbocadas o torrenteras y callejones desbordados. Se muestran grandes apilamientos de ramas, troncos, enormes árboles arrancados de raíz, y llevados al borde de los precipicios.

A las 10:30 hicimos la primera parada en Las Labranzas, donde está una bodega y un desolado restaurante afincados en la punta de un barranco. Imagino que el supuesto restaurante está habitado por gallos y gallinas que deambulan cerca, pero ni siquiera un perro. Nosotros, con nuestras arepas y guarapos nos sentamos en un banco, colocado en el filo de un terraplén con vista al abismo infinito en el que se pierden a lo lejos multiplicidad de dispersos caminos y caseríos, que nadie sabe cómo y por qué alguien pudo escoger estas inmensidades, tan apartadas, para asentarse en ellas. Vi allá, en la lejanía de unas profundidades, una fila de unas cuantas casas con techos de zinc, a los alrededores nervaduras que van haciendo las vacas, muestra de que esa gente lleva bastante tiempo radicada allí. Allí estuvimos un rato, embebidos en aquel aire limpio y fresco, en aquella conmoción de silencio y soledad, plenos de inocentes e infantiles aromas.

En todo el camino sólo vimos seis carros: dos jeeps, dos camiones, un fiat y una buseta.

Luego de más de cinco horas de viaje y al acercarnos a El Rincón, comenzamos a ver los grandes patios en los que se está secando café, el producto que le da sustento a toda esta región. Hay caficultores que hace un año llegaron a sembrar, cada uno, más de 25 mil matas de café, pero ahora esta producción se está expandiendo de manera vertiginosa, y digamos que hasta desbocada, sin estudio ni control. Hay que tomar en cuenta que por cada mata de esas se llegará a cosechar un kilo de café en azul. Eso quiere decir que si usted siembra 25 mil matas éstas le reportarán, tal a como está el precio en este momento, unos 125 mil dólares. Pero muy poca gente sabe todo lo que hay que invertir para producir eso y luego el trabajo que se requiere para procesarlo.

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