19-2-23: Tuve un sueño con fluviométricas riadas de piedras anegando caminos, iglesias y puentes, en una mezcla chocante de muladares y estiércol, porque alguien estridente y grosero decía: "- ¡Vaya por Dios, esto no son vaguadas sino caguadas!" Para completar el absurdo cuadro del sueño, veía que se apilaban montones de feroces avispas sobre mi cabeza, enormes y parecidas también a lajas. Signos y símbolos de las vaguadas o caguadas, digo, desgajándose unas tras otras, con oleadas de ramas, tan altas que oscurecían el cielo. Así anduve en el sueño, discurriendo por cementerios de peñascales en los que para más absurdo, creí ver la vieja casa donde nací, allá en Las Mercedes del Llano… Todo arbitrario y surrealista, con un significado inútil y plagado de incógnitas, así lo imaginaba, cuyas señales me habría gustado que el señor Freud me desentrañara.
Pero cuando amanece veo lo contrario: otro día de esplendoroso verano. Por eso el sueño debe estar diciéndome algo terrible sobre las "Pintas" de este año. Nunca he podido entender por qué uno sueña lo que sueña, a veces con cosas tan ridículas y arbitrarias, que uno va olvidando, aunque a la vez sienta que nos esté diciendo algo. Recuerdo a los Idus de Marzo, y con esos pensamientos en la cabeza me voy al patio. Con mi esposa ponemos a secar pipas de café. Con ese bello sol también colmamos los tendederos con ropa, cobijas y toallas.
Hoy haremos un buen caldo de pollo dominguero, pero antes daremos una caminata hasta casa de Ramón Isidro. Miro hacia las montañas que dan a El Cobre. Hay una cuesta, a un lado del río, un sendero muy hermoso, el camino viejo que conduce al pueblo, por el que bajan y suben diariamente todos los que tienen sembradíos de café por esa zona: Neptalí y sus hijos, Jairo, Ramoncito y su esposa, Carmelina y su esposo Luis… y todo eso lo sigo atentamente, mientras trabajo en nuestra parcela. "-Allá va Jenifer", "Ahí baja Toñito", "-Ahí viene Jairo con una carga…", "-Esta ahora subiendo Juvencio en su mula Blanca Nieves…", "Viene Avenildo con sus cuatro perros cazadores…".
Seguimos con los arreglos de la casa. Tronchamos definitivamente el ficus que estaba en el porche y el viejo árbol de orégano cerca de la troja. La casa, como hemos dicho, la tenemos en venta, pero la cuidamos como si nunca fuéramos a salir de ella. A lo mejor no se venda durante un largo tiempo, porque las ventas de viviendas están muy difíciles en este momento, a menos que se dé como dicen por ahí, botada.
A las dos llega Ángel para ir hasta la finca de Ramón Isidro. Está haciendo un sol de los mil demonios. Cojo mi sombrero, morral y bordón, y emprendemos la partida. Al pasar por El Cobre, vemos que Neptalí y su hija Natali, cada cual en su moto, se preparan para ir al pueblo. Natali está preciosa, muy bien arreglada, pues es una de las candidatas a reina del pueblo con más chance, en estos carnavales. Repito, tiene las más altas probabilidades de resultar ganadora. Eso de los reinados, aquí en Canaguá la gente se los toma muy en serio. Lleva Natali varias semanas de trajines con su preparación para la competencia, que en este pueblo son bien reñidas dada la alta calidad de las bellezas que por aquí siempre participan en estas competencias. Las sesiones para optar al reinado exigen presentaciones en todo tipo de trajes, pasarelas, maquillajes, cursos sobre cultura general que incluye sobre todo la historia de Canaguá, claves para desenvolverse en público, dominio del léxico y de la retórica. Para mí las mujeres más bellas de los Andes son las canagüeras.
Llegamos a El Cobre y saludamos a Marcolina y a Toñito, prometiéndoles que en la vuelta les visitaremos.
Proseguimos la marcha, ascendiendo por una empinada cuesta, luego traspasamos el tercer portón, cogemos por una umbrosa vereda en la que cunden los tóxicos árboles de pepeo y seguidamente otra cuesta más en las que nos vamos encontrando con las fincas de Gaudencio y de Onofre, todo esto en medio de una belleza conmovedora, sintiendo, ¡carajo!, que verdaderamente los humanos no merecemos tanta grandiosidad, tanta generosa visión de los cielos, de la luz, de la eternidad, de los cantos de los pájaros y aleteos de coloridas mariposas, de la dulce brisa, de ese Creador que está en cada, tempestades de libertad, de los sentidos, de cuanto vibra en el silencio majestuoso de la naturaleza. Así nos sentimos dioses, y a la vez que poca cosa nos volvemos cuando pensamos en las palancas que hay que mover para la ruda existencia en la ciudad. Somos libres y dioses apenas unos pocos minutos en la vida, el resto es cárcel y dolor, incertidumbres y penas.
A la izquierda nos topamos con grandes terrenos sembrados de café de los hijos del finado señor Antonio. Más allá de la finca de Onofre miramos hacia el desfiladero y al fondo está la carretera en la que se ha formado una larga cola de carros para poner gasolina. Esa cola está desde ayer. Nos dijo Carlos Chacón que la cisterna para la gasolina sólo está trayendo diez mil litros, lo que quiere decir que muchos se quedarán sin poder surtir.
Al llegar donde Ramón Isidro, salen unos perritos a saludarnos. Ahora avanzamos directamente hasta la nueva casa que con grandes esfuerzos finalmente ha sido terminada. Una casa realmente soberbia por una ubicación que da hacia el boquerón del valle, en una extensión de tres kilómetros, por donde avanza el río, teniendo al fondo la carretera en la que en este momento están, digo, los carros haciendo la consabida cola. La casa tiene techo de mapora como la de nosotros, el corredor es amplio, tiene una vista como la de Neptalí, pero por los alrededores con una vegetación más tupida. Saludamos a Cileni a quien encontramos bastante delgada, y a Adolfo (hijo del finado Antonio Rojas) quien le hace trabajos a Ramón Isidro. Nos instalamos en el placentero corredor, embebidos con ese paisaje al fondo, recibiendo una brisa sabrosa, y a los pocos minutos llega Cileni obsequiándonos café con leche y un buen trozo de torta de cambur. ¡Qué sabrosa torta, carajo! Vemos deambular a los pavos reales y a las gordas gallinas, a mi derecha se desparraman unos extensos camburales, una ladera con 14 mil matas de café que han estado retoñando después de haber dado frutos durante trece años. Al rato llega Ramón Isidro acompañado de un primo y nos dedicamos a conversar un poco de la situación nacional, de la guerra de sanciones a las que nos tienen sometidos, del suplicio de la falta de gasolina. Del valor de la moneda en el siglo XIX, de lo que valía una morocota cuando Gómez su valor en pesos y su equivalencia en bolívares. Admiro todo lo que sabe Ramón Isidro, realmente una enciclopedia del conocimiento y que no entiendo con qué tiempo pudo aprender tantas cosas, siendo que trabaja de sol a sol.
Finalizada la visita volvemos, pues, por la empinada y culebrérica cuesta que conduce al camino real. Lo hacemos con toda la calma del mundo, deteniéndonos y mirando a los lados, como tratando de engañarnos de todo lo que nos falta por recorrer. La tarde está hermosa y, repito, que con paso lento y en conversa al boleo, tanto sobre personajes locales como de política nacional. Vamos remontado la parte más dura del recorrido. El silencio y la grandiosidad de la nada es abismal, y así disueltos en ese vacío universal vamos andando hasta llegar donde Neptalí que aún no ha llegado del pueblo. Qué exigente ha sido para Neptalí los preparativos del reinado de estas ferias. Pero bueno, su hija está haciendo historia en este pueblo, y él se ve arrastrado por la ilusión del triunfo, que también ha calado muy hondo en su esposa Marcolina. Seguimos la marcha, corre una brisa helada, y cuando llegamos a nuestra casita ya está oscureciendo, refulgiendo apenas la luna nueva en un cielo rojizo encantador.