De la sala de máquinas de la planta se escuchaban ruidos ensordecedores; ambiente que se había hecho normal en los operadores y gentes que con regularidad tenían que desplazarse por aquellos lares; estruendos que provenía de la velocidad con que el agua del Río Aguadias movían sendas turbinas creadoras de energía que se transportaba como si fuera la propia agua por cables de cobre, colgados en postes de madera; era el medio de conductividad por donde fluía la electricidad a la población de Los Humogrias.
El caudal del Río Aguadias era la sumatoria de unión de quebradas Las Porqueras y la Honda, líquido cristalino que chorreaba desde los espejos de agua proveniente de lagunas glaciales protegidas por millones de frailejones, allá en el páramo Cimarronera; correntias que fueron domadas en pequeña presa que permitían llevarla en especie de acequia y que los citadinos dieron en llamar: La Toma de La Planta y, de ahí la masa de agua se convertía en torrente al ser lanzada por tuberías de acero en caída libre - obligando girar las turbinas alemanas - lo que dio como resultado "el milagro de convertir el agua en energía que daba luz"- como hubo de explicar en homilía el joven prelado José Teodosio, el día que por primera vez, en algunas calles de la ciudad, cuando El Sol declinaba e irse alumbrar la cara del otro lado de la tierra; dejando la sensación de presencia de miles de cocuizas metidas en botellas de vidrio, que con el pasar de los tiempos el joven Eliseo Duque, colgaba en los postes con su vara de maguey - para alumbrar espacios que por siglos se habían resignado solo a la espera de la fase de luna llena -
Por el camino que viene y servía igualmente de retorno todos los sábados a los hombres gigantes de piel blanca, ojos claritos de tonos azulados y pasos apresurados - por cierto - muy de mañanita - raudos con esa especie de tren o hilera de burros cargados con leña; combustible por encargo que habían de llevar hacía las calles 2 y 4 de la ciudad cubierta a esas horas de neblina a ras del empedrado de sus calles, donde era cotidianidad ver sobrevolar y entre cruzarse juguetonas golondrinas que de noche adormitaban en los huecos de las paredes de pisón de las casonas aledañas a la plaza del epónimo de la ciudad.
A eso de diez de la mañana de cada sábado, la gente gigantes del pequeño caserío de Osorio, aparcaban la recua de burros entre calle primera y entrada del camino Mata de Guineo, a esas hora casi siempre habían descargado la leña en las tiendas de Evangelista y Candelario; tiempo que aprovechaban para convenir, como de costumbre el trueque de ciertos productos a cambio de sendas cargas de leña y el resto en monedas de cuatro fuertes de plata, lo que significaba 20 bolos o en todo caso a 5 pesos que en sumatoria igualmente equivalía a 20 bolívares de plata constantes y sonantes.
A los hombres gigantes y sus mujeres se les podía ver los domingos, visitando religiosamente el templo de diseño colonial, que la gente dio por llamar iglesia de arriba, tenían promesa de llevar como presente a la virgen, casi siempre dos cargas de leña, y un litro de leche de burras paridas que tomaba por las noches el párroco, endulzada en miel de abejas y copa de brandis, en compensación recibían la santa bendición; claro que nunca faltaba el recordatorio de dejarse ver de la Santa Virgen de Los Ángeles - la venidera semana -
Era rutina el retorno a eso de tres de la tarde, carrilera de burros, comenzaban a ser arriados en movimiento lento desde Mata de Guineo donde tenían de bebedero el manantial de agua del callejón San Francisco; camino empedrado que colindaba con extenso sembradíos de caña panelera, y de ahí cruzar por El Altico y Peralvillo, hasta llegar al potreros los Pumarosos, donde anidaban tijeretas en ciertas temporadas de cada año; y de allí cruzar cuesta arriba para tomar bajada que lleva hasta La Planta; donde volvían escuchar el ruido que por supuesto - no era molienda de caña - sino del agua asumida como milagrosa del Río Aguadias, que la inventiva del hombre convertía en luz.
(*) Dedicado a Isaías Contreras, descendiente de aquellos gigantes, y en él, a todos los habitantes del caserío Osorio.