*En este escabroso suceso temimos también por nuestra vida.
Cambiando un poco nuestro estilo tradicional de presentar entregas relacionadas con el acontecer político del país, hoy pasamos una vez más a publicar otra vieja experiencia, está vez un suceso, que a lo largo del tiempo, ejerciendo el periodismo, se ha mantenido de manera marcada en nuestra memoria.
Por ello pasamos a narrar como ocurrieron los hechos, relacionados con el deceso de un viejo abuelo que fue atacado por un enjambre de abejas africanas, mientras se dedicaba a buscar leña.
Esta noticia la dimos a conocer a finales de los años 90, o tal vez a principios del año 2000, mientras cubríamos, como reportero, la fuente de sucesos en el Diario Yaracuy al Día, cuya sede principal se encuentra ubicada en San Felipe, estado Yaracuy.
Esta nueva experiencia periodística, al igual que otras tantas, nos marcó notablemente, por cuanto corrimos el riesgo de perder también la vida, por el ataque ocasional de un enjambre de abejas asesinas.
Todo ocurrió en un área rural, ubicada entre San Felipe y la población de Cocorote, cuando un sexagenario, de mediana estatura, salió en horas de la tarde a buscar leña, en los alrededores de una quebrada que atravesaba una especie de pequeño bosque, entre dos medianos cerros, que casi a diario recorría la víctima de esta historia.
Es costumbre para el periodista de sucesos, una vez que llega temprano a la sede del diario, iniciar todo un proceso de chequeo de la fuente policial, para constatar que nuevos hechos se produjeron, en toda la entidad, la noche anterior, para darle cobertura y una vez redactada la noticia, pasarla al Jefe de Redacción para que sea publicada al día siguiente en el rotativo.
De esta manera nos enteramos que un abuelito agricultor estaba desaparecido desde el día anterior, pero una vez que los Cuerpos Policiales realizaron las correspondientes averiguaciones de rigor, pudieron comprobar que el sexagenario había fallecido producto del ataque de las abejas africanas, que al parecer tenían su enjambre precisamente en la parte alta del pequeño bosque, por donde transitaba con frecuencia la desafortunada víctima, a través de un pequeño camino de tierra.
De inmediato que chequeamos la fuente periodística, en este caso Policía, PTJ (hoy CICPC) y la Guardia Nacional, acudimos al sitio, junto al reportero gráfico, Fernando Bolaños(+), para tomar las correspondientes fotografías y precisar, muy bien, los datos, que nos permitieran redactar una interesante noticia, de esas que venden muchos periódicos.
No más al llegar a la entrada del área, en dónde ocurrió el fatídico hecho, pudimos constatar que ya habían allí apostados, conformando una especie de reunión, distintos funcionarios policiales, que no se atrevían llegar al sitio exacto en donde estaba el agricultor muerto.
Después, de tanto batallar, pudimos comprobar que el cadáver se encontraba en medio de la quebrada, que se abría paso entre dos pequeños cerros.
Todo hizo presumir que el abuelo buscando leña se desplazó por el caminito limpio que se notaba en la parte alta del referido cerro, pero se cree que una vez que hizo ruido, fue allí donde lo sorprendieron las abejas asesinas, sin poder defenderse.
También se presume que en medio de la desesperación, ante el mortal ataque, el agricultor trató de bajar rápidamente para refugiarse dentro de las pocas aguas de la quebrada, y así evitar las picaduras, por demás mortales, de las peligrosas abejas asesinas.
Todo esto, después de poner en práctica un análisis, se llegó a la conclusión, que el esfuerzo hecho por el agricultor no tuvo ningun efecto a su favor, pues se estimó que el pobre hombre, antes de llegar al arrollo, perdió el equilibrio, lo que hizo que cayera velozmente de la parte alta del cerro, para ir a parar a la quebrada, llena de piedras, contra las cuales de seguro se golpeó.
Deseosos de llegar al sitio exacto, en donde se encontraba el cadáver, tratamos de caminar una distancia de unos 200 metros, pero de inmediato fuimos advertidos que no lo hiciéramos, pues de seguro seríamos también atacados por las temibles abejas.
Pasados escasos minutos, pudimos apreciar que varios bomberos aparecieron de repente corriendo hacia nosotros, pues las abejas los obligaron abandonar el lugar, cuando trataban de rescatar el cuerpo del infeliz agricultor.
Así fue pasando toda la mañana, y cada cierto tiempo la misma escena se repetía, pues las abejas, sensibles al ruido, impedían que los distintos funcionarios se acercarán al sitio.
Entre intentos iban y venían, llegó la tarde, con un calor infernal.
Recordamos que ese día cubríamos nuestro cuerpo con una chaqueta de cuero negra, que en ese entonces estaban de moda.
Previendo una mala situación, me subí el cierre de la prenda de vestir hasta el cuello, desde luego eso hizo que sintiéramos mucho más calor.
De verdad que este caso se había complicado más de lo esperado, pero como "la curiosidad mató al gato", no aguantamos más, y fue así que junto a tres PTJ decidimos caminar con mucha cautela, evitando hacer ruido, hasta el lugar exacto en donde estaba el cadáver, desde el día anterior.
Una vez que nos ubicamos en la parte alta del cerro, podimos ver finalmente, en medio de la quebrada, el cuerpo inerte del pobre hombre, semi sumergido en un pequeño pozo de agua, que nos imaginamos debió sufrir una muerte horrible y dolorosa producto de las picadas de las temibles abejas africanas.
Fue en ese instante que otros funcionarios que venían detrás de nuestro grupo de repente echaron a correr, debido a un nuevo ataque de las enfurecidas abejas.
Este último hecho nos sorprendió a todos, e hizo que encendimos las alarmas.
Mi grupo en vez de correr de regreso, salieron todos hacia adelante, disparados como balas o potros salvajes.
En lo personal nos vimos forzado hacer lo mismo, detrás de los detectives de la PTJ, que después de haber recorrido cierta distancia perdieron el camino, lo cual los obligó abrirse paso en medio de un pastizal alto, repleto de obstáculos, para evitar las abejas.
Algunos corrían dándose manotazos, cuando en ese instante sentí que sobre mi cabeza volaban varias abejas, que procuraban inocular su veneno, en nuestro cuerpo, por medio de su aguijón.
Desde luego hicimos lo mismo que los demás, y sin dejar de correr, ya exhausto, comenzamos también a lanzar manotazos en todas las direcciones.
Incluso, ante el miedo y el terror que nos invadió, algunos del grupo se les oía gritar, con voz de desespero, palabras subidas de tono.
En lo personal, por lo cansado que ya estaba, llegué a pedir apoyo también con la voz resquebrajada, producto del pánico, pero nadie, como era de esperarse, atendió nuestro llamado.
Para sorpresa de todos, los primeros funcionarios que iban huyendo a la velocidad que les permitían sus piernas, de repente suspendieron la carrera, pues se hallaron al borde una especie precipicio, que quien cayera desde ahí, tendría una muerte segura.
Ya en este lugar y por fortuna, las abejas no se sentían, eso permitió que todos buscáramos un lugar apropiado para saltar al otro extremo en dónde comenzaba otro cerro.
A todas estas, ya el sol se estaba ocultando, eso hizo que en mi caso sintiera más miedo, aún.
Llegó un momento que consideramos que era totalmente errado, que siguiéramos alejándonos del lugar, pues no teníamos la menor idea hacia donde nos dirigíamos.
Uno de los PTJ, quizás cansado de la temible situación, decidió regresar, de inmediato todos los demás hicimos lo mismo.
Cuando llegamos a estar próximos al sitio, donde se presumía estaban las abejas y el cadáver, el funcionario que iba adelante se lanzó a correr, sin ni siquiera avisar.
De nuevo fuimos sorprendidos, pero el resto del pequeño grupo hicimos lo mismo hasta llegar, felizmente sanos y salvos, al sitio donde estaban concentrados los pocos funcionarios que aun permanecían junto a nuestros vehículos.
A todas estas, se nos informó de seguida, que los bomberos, después de intentarlo repetidas veces, lograron al fin rescatar el cuerpo del sexagenario.
Cansados y agotados, hubo alguien que nos dió a tomar agua, pero en ese mismo instante sentimos en nuestra espalda la punzada ponzoñosa de la picada de una abeja.
De inmediato, producto del dolor, no sin antes golpearnos en la espalda, nos quitamos la pesada chaqueta de cuero, eso permitió que mi amigo Bolaños nos revisara, y en efecto encontró una abeja aplastada entre mi cuerpo y la camisa.
La muy condenada abeja asesina se salió con la suya, logró picarme, pero aún me preguntó: ¿cómo hizo para meterse entre mi cuerpo, si aun yo cargaba puesta la chaqueta?
Ya en el diario, y sin perder ni un minuto más del tiempo, redactamos la noticia diciendo: "Enjambre de abejas africanas le ocasionan la muerte a un agricultor, mientras buscaba leña".
No puedo negar que ese día, en medio del susto y de la desesperación, llegué a pensar que esas abejas africanas también acabarían con nuestra vida.
Cómo buen cristiano, aferrado a Dios, le dimos las gracias infinitas por haber evitado lo que parecía también una muerte inminente y prematura, a consecuencia del ataque, poco visto, de un enjambre de abejas asesinas.