La vida es una tómbola. Lo de las alpargatas a las cholas de caucho de carro

Miércoles, 06/10/2021 04:42 PM

Empezaré por confesar mi ignorancia. Hasta hace pocos minutos, pese mi larga edad, no tenía idea exacta de lo que significaba la palabra tómbola. Pues nunca antes la había usado, tanto como que no aparece asociada a nuestro lenguaje coloquial y vida cotidiana.

Eso sí, la palabra me suena desde hace mucho tiempo. Creo que, desde los tiempos de la década del 60 del siglo pasado, cuando se puso de moda una canción titulada "la vida es una tómbola".

Siempre tuve la idea, pese nunca le presté atención a la letra de la canción, que la palabra estaba asociada a la azaroso. Como en efecto, tómbola no es ni más ni menos que lotería. La misma que en mi pueblo, en los años de muchacho, décadas del 40 y comienzos del 50, del siglo anterior, era una de las formas de distraerse y matar el tiempo libre, entre familiares y amigos, dado que la televisión era un sueño. Y lo era aún, pese que, aquel detective americano de las tiras cómicas de los diarios, que llamaban Dick Tracy, portaba un reloj pulsera mediante el cual recibía y enviaba mensajes auditivos y de imágenes, lo más parecido a lo que ahora es el teléfono celular o la computadora.

Sólo que nuestra lotería la formaban unos cartones rectangulares llenos de figuras, fichas, redondas o cuadradas, con las mismas figuras distribuidas aleatoriamente en los cartones. Dichas fichas se introducían en una bolsa de tela de fabricación casera, como el equipo todo. "El cantador" de la lotería, que lo eran todos los jugadores, pues esa función era rotatoria, después de agitar o "mover" la bolsa iba sacando las fichas y cantando las figuras correspondientes hasta que, en alguno de los cartones, a los cuales, sobre las figuras que emergían de la bolsa, estampadas en ellos, dadas determinadas circunstancias del juego, se diesen la condiciones para que su portador o "dueño", cantase "lotería" o tómbola, como dicen en otras partes, lo que significaba el cierre de la ronda de juego. Había un ganador.

La vida, como el juego, trae sorpresas y es en veces un ir y venir. Como ayer, me causó mucha risa, cuando una vieja amiga, de visita en nuestra casa, nos dijo:

- "¿Se enteraron? Los pantalones de mangas "anchotas" de nuevo se ponen de moda."

Y esto me causa risa, porque según mi manera de medir el tiempo, los pantalones "tubitos", esos pegados, casi adheridos a las piernas de los usuarios, hablo exclusivamente de hombres, parecieran no haber terminado de gustar mucho, como que no parecen elegantes o los inversores en la moda están demasiado ávidos de dinero, que se los llevan como con demasiada rapidez, si me atengo a lo que nos informó nuestra amiga. Aunque pudiera ser, por lo engorroso que parece ponerse o quitarse un pantalón de esos, más si alguna comida nos cae mal u otra circunstancia tan inesperada, intempestiva, como esa, nos asalta.

Y esto de los pantalones, porque la vida es una tómbola, "la vida te da sorpresas, sorpresas te da la vida", no es más que un juego de los fabricantes, viejo truco del capitalismo, para aumentar las ventas. Lo duradero y perdurable no está en sus reglas e intereses, más bien si todo lo que ayude a esquilmar, exprimir, el producto del trabajo y al planeta. La obsolescencia no es entonces un asunto de sólo una máquina o aparato que se daña de manera definitiva, con prontitud, dentro de lo programado por el fabricante, sino también de la moda y esta, como factor cultural, tiene tanto peso, que hace obsoleto algo que todavía esté nuevo y usable, como un vestido. Sólo que en este caso cuando se dice, "fulano está obsoleto, viste a la vieja usanza", se está diciendo simplemente "está fuera de la moda".

La obsolescencia planificada, un tema que tocó un autor norteamericano, cuyo nombre ahora no recuerdo, vainas de viejo, no sólo se aplica en los aparatos, utensilios y máquinas en general, sino en eso que llaman la moda, referido a la vestimenta. La vida útil de cada cosa está planificada, es parte del proceso digestivo del sistema capitalista.

Pero resulta que habiendo leído la nota resaltada por RT, según la cual un niño sacó ahora en Venezuela a su familia de la pobreza, fabricando unas "cholas", como solemos decir los orientales o sandalias, con plataforma de caucho, o de los neumáticos en desecho de los automóviles, se me ocurrió escribir esto y usar en el título la palabra tómbola, que me suena más llamativa que azarosa y hallé que, se usa en otras partes donde se habla nuestra lengua, como sinónimo de lotería, pero también azaroso. Porque los resultados de la lotería son azarosos. Y es azaroso y espectacular ver volver algo que creía olvidado.

Cuando fui niño, en los mismos tiempos que jugábamos a la lotería, usábamos las alpargatas como calzado. Los zapatos, de cuero y suela, eran un lujo. Los pobres que podían comprar zapatos, los reservaban para momentos muy especiales, como ir a la escuela. Y era tanto el cuidado que uno ponía en esos zapatos que, si llovía y se inundaba la calle, lo que era habitual, uno se quitaba los zapatos y sumergía los pies descalzos en el agua.

Las alpargatas estaban formadas, por lo que en el lenguaje coloquial de entonces se le llamaba la "capellá". Siendo este o esta un tejido de lo que los cumaneses llamábamos "hilo de alpargata" y los caraqueños pabilo. Esta parte iba adherida a la suela, que era elaborada a partir de la piel de ganado que se procesaba para obtener de ella también el cuero de los zapatos, carteras, correas, etc. En las cercanías a mi barrio, había una "curtiembre", es decir una pequeña empresa que se encargaba de curtir esa piel.

En veces, esas alpargatas de suela, era el único calzado de una buena parte de la población. En otras cosas, era para estar en casa y andar por allí, por los alrededores del barrio, jugar a la pelota o al futbol, al escondido y los zapatos se conservaban para determinadas circunstancias. En el caso mío y de los muchachos pobres como yo, los zapatos se conservaban casi exclusivamente para ir a la escuela, al cine y hasta a la iglesia en los tiempos de misas de aguinaldos. Era poco usual, salvo cuando uno, muchacho al fin, violaba las reglas sanitarias, que andásemos descalzos, dado que nos movíamos en espacios muy contaminados y de eso estábamos muy conscientes.

Las alpargatas de "suelas de camión", porque para eso se usaban estas, supongo porque abundaban los camiones, en mi ciudad los automóviles eran muy contados, comenzaron a aparecer cuando ya estábamos al final de la adolescencia, con esto quiero decir, comienzos de la década del 50 del siglo pasado. Y bien lo sé, porque Cumaná y Carúpano fueron en aquellos tiempos, centros donde la confección del calzado, tanto zapatos como alpargatas, alcanzaron mucho éxito y renombre. Y en mi barrio y hasta en mi familia, hubo artesanos que a eso se dedicaban. Las zapaterías caraqueñas se esmeraban en contratar zapateros de estas dos ciudades. Una de esas zapaterías caraqueña fue la célebre y prestigiosa Condesa Ana.

Es decir, esas alpargatas fueron un producto entonces novedoso, pues como dije, antes y después, se usaban las de suela de piel de ganado curtida. De donde llamo la atención que hablamos de un producto cultural de muy vieja data.

Pero a esto corre otra historia o circunstancia. Esas alpargatas de "suelas de camión", no fueron muy exitosas, pese eran más baratas, dado que parte de la materia prima se conseguía sin ningún costo para quienes las elaboraban. Bastaba ir a los basureros o los estacionamientos de camiones, mayormente de los organismos del Estado, para conseguirlo, mientras que el cuero o suela, era relativamente costoso. Pero, por su bajo costo, no por otra cosa, pues no lucían muy elegantes, atractivas, ni cómodas, no era fácil para el artesano manejar y domar aquel material, comenzaron a ser usadas por los más pobres, entre tanta pobrecía como había en aquella Venezuela que apenas comenzaba a producir petróleo a muy bajo costo para EEUU e Inglaterra, países a los que pertenecían "las siete hermanas", las empresas petroleras que entonces dominaban el negocio a nivel mundial.

Pero había otra circunstancia, esas "suelas de camión", aparte de lo estético, no del gusto entonces, pese su bajo costo, producían demasiado calor y en consecuencia se hacían muy propicias para reproducir o favorecer la aparición, formación de hongos y malos olores en los pies.

Claro, hoy esto se puede minimizar tomando ciertas medidas profilácticas, de higiene y prevención como usar esos calzados con medias, más considerando que ahora podrían ser más baratos que otra opción, como lo fue antes; digo podrían porque, el capitalismo es una vaina tan cruel que, no importa que el costo de producción sea bajo, basta que la demanda aumente para que la mercancía llegue cara a las manos de la gente.

Menciono lo de las medias porque, en mi tiempo, esa opción estaba descartada culturalmente. Usar alpargatas con medias, podía significar dos cosas, que el personaje tuviese "cagalera" o diarrea y siendo hombre, esto quedaba en duda. Y ambas circunstancias entonces eran penosas y por tanto incómodas.

Vuelven los pantalones de piernas anchas, para después volver a reducirse; es el vaivén de la moda y hasta un signo de bienestar, pero la vuelta de las cholas o sandalias de "suelas de caucho de carro o camión", es como un volver a algo que uno creía dejado en el pasado, dado que la suela de las alpargatas, de los zapatos de vestir y, hasta los deportivos, habían sido por años los más demandados y hasta hace poco de no mucha dificultad para pagarlos.

Pese la euforia de RT, lo ingenioso del muchacho, que ofrece una opción a los pobres para calzarse ante la crisis, percibo el volver a la pobreza de los tiempos de la segunda guerra mundial. El exitoso y creativo muchacho se constituye de hecho en una magistral denuncia y en mal recuerdo para quienes como esto escribe.

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