Hoy iré con el último desequilibrio que asigno a la civilización fracasada que desemboca en el desastre ambiental, después de haber tratado en artículos anteriores los otros cuatro: apropiación, representatividad, desintegración y ensimismamiento. El quinto es la desconexión con la naturaleza.
Antes que todo aclararé que cuando hablo de desconexión con la naturaleza no me refiero al ámbito físico. No es posible que los humanos nos desconectemos de la naturaleza, así como no puede hacerlo ninguna otra especie animal, vegetal o mineral. Nuestra unión con el Universo, con lo natural, es inconmovible, esencial. Somos parte de este todo físico y eso no depende de nuestra voluntad o de nuestras acciones, y esta realidad no podrá ser cambiada jamás por nada ni por nadie. De manera que la desconexión a la que me refiero es de índole psicológica, espiritual. No es más que una idea que hemos forjado en nuestra mente, una muy dañina para nosotros mismos.
La desconexión tiene que ver con el desconocimiento de nuestro carácter de especie animal. El antropocentrismo y la idea de superioridad humana hace que nos consideremos como algo distinto al resto de los participantes del todo universal.
En un artículo anterior de esta serie ("5 desequilibrios y 5 preponderancias". Aporrea.org, 29/03/22) afirmé que "La primacía de la inteligencia racional por encima de otras facultades humanas como la intuición y la imaginación, expresiones de la inteligencia alternativas a la razón, ha conducido a la civilización a la situación post génesis, a la condena del humano de parte de la naturaleza, por su afán de saberlo todo, de abarcarlo todo con su mirada, de enseñorearse del mundo, de ser un Dios todopoderoso, omnisciente y dueño de la totalidad de lo que existe". Este concepto se vincula con la imagen de desconexión con la naturaleza que priva en la mente humana. Es una tergiversación creada,
consolidada y alimentada a lo largo de siglos de la historia conocida y en parte también de la mayormente desconocida (la prehistoria). Ya en el mito creacionista cristiano, vemos como el hombre es creado por separado de la naturaleza y asumido como un privilegiado de Dios. Tal idea es tan descabellada que no resiste ni el más elemental análisis científico, como se verá a continuación
¿Cuál es la dimensión física del ser humano? Comencemos por debajito: el 99% de la masa de nuestro Sistema Solar está constituido por el sol, es decir, nuestro planeta es solo una pequeña parte del restante 1% del sistema. Un dato adicional es que Júpiter es 1.000 veces más grande que la Tierra.
Sigamos: la Vía Láctea es la galaxia en la que se encuentra el Sistema Solar y, como consecuencia, la galaxia en la que se encuentra la Tierra y los humanos todos. Nuestra galaxia se encuentra dentro de un sistema de galaxias conocido como Grupo Local y, junto con otra galaxia llamada Andrómeda, es la más grande de este grupo. El diámetro de la Vía Láctea es de 100.000 años luz, es decir, se podría pensar que es muy grande, pero en realidad, como veremos, no es más que un rinconcito infinitesimal del Universo.
La verdad es que no sabemos cuántos planetas hay en la Vía Láctea, nuestra tecnología aun no lo permite. Según el más reciente estudio realizado en la materia, a la fecha en que esto escribo, 12 de mayo de 2022, que además es el más exhaustivo de la historia, hay en nuestra ínfima galaxia cerca de 160.000 millones de planetas. ¡Sí, ciento sesenta mil millones! El 62% de esos miles de millones de planetas son, como mínimo, 5 veces mayores que la tierra.
Finalmente: ¿cuántos planetas hay en el universo? No es posible dar una respuesta ni siquiera aproximada, teniendo en cuenta que desconocemos incluso la extensión del universo y que la porción del mismo que hemos observado puede no ser ni un 0,1% del universo todo, por eso resulta imposible hablar de cifras precisas sobre el número real de planetas en el universo. No obstante, simplemente para entender cuál es la magnitud de lo que hablamos, podemos hacer una sencilla regla de tres extrapolando los datos que
conocemos sobre el universo. Si tenemos en cuenta que nuestro sistema solar cuenta con 8 planetas y extrapolamos ese número de planetas en todos los sistemas solares podemos ir multiplicando para sacar el número de planetas que hay en el universo conocido:
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En nuestro sistema solar hay 8 planetas.
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En nuestra galaxia hay 300.000 millones de sistemas solares.
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En el universo observable hay más de 2.000 millones de galaxias.
Si multiplicamos 8 (planetas) por 300.000.000.000.000 (de sistemas solares) por
2.000.000.000 (de galaxias) nos da, solo en el 0,1 % del universo, un número inefable de planetas: 4.800.000.000.000.000.000.000.000 planetas ¿Alguien puede dudar, después de conocer estas asombrosas cifras, que nuestra pretensión de ser dueños de la naturaleza, de ser "los seres superiores", es una insania, un despropósito, una estupidez, una muestra patética de nuestra descocada vanidad?
Hay una célebre frase atribuida a Albert Einstein: "Dos cosas son infinitas: el universo y la estupidez humana. Y del universo, no estoy seguro". Es precisamente la inconmensurable estupidez humana la principal responsable de la construcción de la civilización fracasada, que ha generado el concepto absurdo que nos contrapone a la naturaleza y nos desconecta de ella. Recordaré una vez más el mito del Génesis, incluido en una de las obras fundacionales de Occidente, la Biblia, según el cual el quinto día de la creación dijo Dios: "Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza; y señoread en los peces del mar, en las aves de los cielos, en las bestias, en toda la tierra, y en todo animal que se arrastre sobre la tierra" (Gen 1.27) y también: "Y los bendijo Dios y les dijo: fructificad y multiplicaos, llenad la tierra y sojuzgadla" (Gen 1.28).
La desconexión síquica con la naturaleza hace que sobrevaloremos lo humano y subestimemos al colosal universo. Eso explica que incluso personas estudiosas que se preocupan por el cambio climático usen frases absurdas: "salvemos al planeta" o "salvemos la vida" ¿Qué se puede decir en ese sentido?
En un excelente ensayo breve de Ignacio Ramonet ("La pandemia y el sistema mundo". Ultimas Noticias, 1° de mayo de 2020), el autor termina entregado a un valor negativo esencial de la civilización fracasada, el antropocentrismo, una de las causas ya señaladas de la desconexión, cuando afirma que "Nuestro planeta no puede más. Agoniza. Se nos está muriendo en los brazos (…) Es imperativo acelerar la transición energética no contaminante y apresurarse en implementar lo que los ecologistas reclaman desde hace tiempo, un "Green New Deal", un ambicioso Acuerdo Verde".
La idea de que el planeta está muriendo revela cuán sembrada está en la Humanidad la
impronta antropocéntrica, al presumir la equivalencia de la extinción de la especie humana
con el fin del planeta. No es cierto que el planeta agoniza ni que se esté muriendo en
nuestros brazos. El próximo riesgo real para la existencia del planeta Tierra no ocurrirá
antes de más o menos 5.000 millones de años, cuando el brillo del sol comenzará a
aumentar más rápidamente porque el helio acumulado en el núcleo lo calentará,
convirtiéndolo en una estrella gigante roja. Esto se traducirá eventualmente en el fin de la
tierra, ya que es probable que el sol se la "trague" en su proceso de expansión ¡Faltan unas
cuantas lunas para que eso ocurra, hay planeta para rato, con o sin nosotros!
En cuanto a la vida en el planeta, por supuesto que no depende de la existencia de los
humanos, había vida mucho antes de que apareciéramos y seguramente seguirá habiendo, si
nos extinguimos. Algunos ecologistas sostienen que sin la presencia de los mayores
depredadores (nosotros), es muy probable que la vida prospere como nunca.
El humano, en su craso error antropocéntrico y en su desconexión con la naturaleza, se
suele definir a sí mismo como la "especie dominante" ¿Dominante de qué y por qué? ¿Con
que criterios se define a una especie como dominante? Los científicos difieren en estos
asuntos. Si es por la cuantía, una especie candidata al "puesto de honor" serían los insectos, que hoy son la forma de vida desarrollada más cuantiosa. La experta Kate Jones, reconocida zoóloga inglesa, profesora de Ecología y Diversidad en la Universidad de Londres (University College of London) sostiene que, si vamos a medir el dominio en términos de números, entonces los verdaderos ganadores son organismos mucho, mucho más pequeños: "Yo creo que la especie dominante ha sido, sigue siendo y probablemente siempre sea el microbio" (1). Según Jones, no solo se debe a su número y biomasa, sino a que viven en todo tipo de hábitat en la Tierra, desde la Antártida y el Ártico hasta respiraderos en el fondo del mar. También existen desde mucho antes que nosotros: aparecieron hace unos 3.500 millones de años, mientras que el humano moderno (homo sapiens sapiens) hace apenas unos 150.000. En nuestros cuerpos hay más bacterias y otros microbios que células humanas. Debido a su demostrada resistencia, lo más probable es que sobrevivan a una eventual extinción de nuestra especie. Jones agrega que también es posible que la evolución genere nuevas especies grandes, si el humano desaparece: "Creo que sería una especie que pueda adaptarse a las nuevas condiciones, por ejemplo, algo que pueda comer plástico" (2).
El humano no tiene la capacidad de poner en peligro ni al planeta ni a la vida en la Tierra. Puede acabar con especies, arrasar bosques, contaminar el aire, los ríos, los océanos, alterar la temperatura terrestre, pero, a fin de cuentas, se pone en peligro a sí mismo como especie, a su hábitat, a su permanencia en el exuberante jardín donde la ha tocado vivir.
Cuando no existían los telescopios, ni la formas de calcular las distancias estelares, cuando éramos casi vírgenes en el campo de la ciencia, acaso tenían algún sentido los mitos que nos ubicaban en el ápice de la creación universal. Hoy día, continuamos viviendo de otros
mitos y leyendas, como si no hubiésemos aprendido nada. Una socorrida frase atribuida a Simón Bolívar, "si la naturaleza se opone, lucharemos contra ella y haremos que nos obedezca", tenía sin duda un sentido político, pero también portaba el veneno del antropocentrismo y la desconexión. La naturaleza ni obedece ni desobedece al humano, ni permite ni prohíbe, ella está allí, por todas partes, dominándolo todo sin intenciones ni propósitos, solo está.
En nuestro próximo artículo abordaremos el tema de las cinco preponderancias, los cinco hipotéticos antídotos contra los desequilibrios
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Citada en "¿Cuál será la especie dominante si los humanos nos extinguimos?". Revista Semana. 13/08/2020
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Ibíd.