En las últimas semanas ha estado en la palestra pública el magnate Elon Musk. Este opulento personaje es el mandamás detrás de varias de las más poderosas empresas del planeta, donde destacan el sistema de pagos digital PayPal, la fábrica de autos eléctricos Tesla, la empresa aeroespacial SpaceX, una empresa especializada en implantes cerebro-computadora llamada Neuralink y otra del área de tecnología llamada Open AI, dedicada, supuestamente, a promover y desarrollar inteligencia artificial amigable de tal manera que beneficie a la humanidad en su conjunto. Tanto altruismo parece muy sospechoso.
Este controversial personaje no tiene nada de filántropo o cándida paloma. Es un ave de rapiña que por igual entrega jugosas donaciones tanto a los candidatos del partido Demócrata como a los Republicanos. Sus aportes han financiado diversas campañas de candidatos como Bush, Obama o la joya neofascista de Marco Rubio. Sin pena alguna, sus empresas espaciales han hecho lobby permanente, mediante "grupos de presión del Congreso de Estados Unidos", para lograr la asignación de contratos gubernamentales en la carrera espacial.
Como el resto de los ricachones del imperio norteamericano, se ha beneficiado por años de las controvertidas exoneraciones tributarias para evadir el pago de impuestos. Hasta la senadora Elizabeth Warren le soltó en la cara que debería ocuparse de "pagar impuestos y dejar de aprovecharse de todos los demás". Un golpe directo al hígado y al ego del acaudalado personaje.
Pero Elon Musk no está solo. En la lista que han publicado los medios sobre la elite empresarial que paga "menos del 3% de su riqueza" están Jeff Bezos (el dueño de la maquila laboral llamada Amazon), Marck Zuckerberg (creador de Facebook), Warren Buffett o Bill Gates. Una selecta lista de evasores de impuesto, que además destacan por ser explotadores laborales, especuladores financieros y otras mañas toleradas y aplaudidas a rabiar desde la cuna del capitalismo salvaje.
En el caso específico de Bill Gates (que ahora vende su imagen como una inocente mutación filántropo-gurú de la biotecnología, las vacunas y otros temas semejantes), no se debe olvidar que es el fundador de Microsoft, corporación que debe ser considerada como la más despreciable y deshonesta en la historia reciente de la humanidad. La construcción de su poderoso emporio de software se basó exclusivamente en el uso de desleales prácticas monopólicas, el abuso de la posición de dominio y la usura sobre la estructura de costos de sus principales productos (Windows y Office), instaladas de manera obligatoria por todas las empresas de hardware sobre el planeta tierra durante varias décadas. Estos son los que se venden como generosos filántropos y defensores del libre mercado. Nada que ver, no pasan de ser unos ingeniosos rateros y vivarachos que se han aprovechado de los consumidores y de la genuflexa vigilancia de los entes reguladores.
En este mismo escenario se encuentran en la actualidad las principales plataformas sociales. Google, Twitter, Facebook e Instagram que en apariencia son gratuitas, pero sustentan sus multimillonarias ganancias en el manejo (y venta) de la Big Data. Uno de sus filos es que, con los datos de las preferencias y gustos personales de sus usuarios, venden espacios de publicidad a empresas conectadas a esas necesidades.
Muchos hablan de invasión de la privacidad, pero se quedan cortos, pues las principales plataformas se han convertido en actores beligerantes en disputas políticas, conflictos bélicos y otras diatribas más mundanas. Ejerciendo abiertamente el papel de censores, ocultando información, resaltando matrices de opinión, suspendiendo cuentas y queriendo dar lecciones de moral sobre el contenido que expresan sus usuarios. Superando así la ficción de la novela de George Orwell, 1984, donde el "Gran Hermano" nos vigila y pretende modelar el pensamiento de la sociedad toda. Esto es fascismo puro.
Por eso la anunciada compra de Twitter por parte de Elon Musk no debe ser vista como una simple transacción de la bolsa de valores de Nueva York. El magnate mete sus manos allí porque la venta de la Big Data es un negocio altamente rentable para la empresa y este personaje ya ha hablado de incrementar los ingresos monetizando muchos de sus servicios existentes.
De hecho, en la última diatriba de Musk acusa a la directiva de Twitter de sobrestimar los ingresos reales, en base a un informe de la propia empresa donde confiesa que "menos del 5% de sus 229 millones de usuarios activos diarios monetizables eran cuentas falsas o de 'spam', en el primer trimestre de 2022". Es decir, que la directiva de la corporación, la misma que bloquea a diestra y siniestra cuentas legítimas y verificadas de actores políticos, organizaciones sociales, periodistas y afines por emitir su opinión, reconoce que tiene activos, al menos, 11 millones de cuentas falsas (Bots) que, mediante el respectivo pago, se dedican única y exclusivamente a inundar la red con información basura, realizar campañas parcializadas o generar matrices de opinión. Todo esto sin ningún tipo de control o advertencia por parte de la empresa a sus despistados usuarios. Por la plata baila el mono.
Nadie en su sano juicio puede creer que la compra de Twitter por parte de Elon Musk es un acto de defensa de la libertad de expresión. Nada que ver. Esta es una operación comercial, es cierto, pero también tiene el propósito de poner la plataforma al servicio del metarrelato político del magnate y todos sus asociados.