En un mundo ruidoso, los vecinos enmudecen, distancian. No se escuchan

Lunes, 15/05/2023 04:07 AM

El mundo, ese que da tantas vueltas, al que Julio Verne, dio la vuelta "en ochenta días", mientras Julio Cortázar "al día, dio la vuelta en 80 mundos", ha cambiado y cambia tanto que "uno no tiene ni ideas". Los cambios constantes son casi o imperceptibles y cuando se suman para un salto y, uno, éste tardíamente percibe, por lo estremecedor, no dejan de asombrar y menos imagina que otros antes percibió pequeños, se arrejuntaron y dieron una voltereta grande y asombrosa. Y no obstante eso, en veces, uno pareciera creer que todo está como antes era. Y por no ser previsivos, no medir con exactitud, se le pasan los cambios y los "rolincitos" se nos van entre las piernas.

Pero esos cambios, los pequeños que se suman, mezclan, sintetizan y hasta empelotan, han logrado la proeza de acercar a quienes antes vivían muy lejos; uno nada sabía del otro y se le había escondido en la memoria y perdido hasta los afectos, porque lo lejano es hasta más disolvente que la muerte. "Mi hijo se fue hace años a Europa y es poco lo que sabemos de él. De vez en cuando, por el correo nos llega una postal y algún bello recuerdo". Se solía oír decir antes con frecuencia.

Y los cambios engañan, hay quienes juran que el movimiento brusco o suave, porque ambos existen, a uno le voltea la vida de un lado para otro y resulta al revés.

Pero no deja de asombrarnos que el vecino de al lado, el compañero de trabajo, el amigo de las eternas tertulias de la plaza, quien conmigo concurre al mercado y de las eternas luchas por la vida, le percibo muy lejos, no le veo y su teléfono nunca está presto a contestarme. Estamos, quienes vivimos muy cerca, tan separados que ya casi no sabemos nada de nosotros. Nos vemos caminando, una tras de otro, en una fila india, sin hablarnos ni reconocernos. Estamos como insomnes y rendidos.

Antes, los aventureros se iban a las minas, detrás de la vía histórica de "El Dorado", en busca de riquezas y no volvían más nunca; de ellos no se volvía a saber, pese los suyos inventasen historias de la enorme veta encontrada, en cuya búsqueda, hasta el final, donde se disolviese, les ocupaba todo el tiempo y retardaba el regreso y pasaron los años y se llevaron las esperas y el regreso, pero aún le esperaban hasta después de muertos. Marcos Vargas, en "Canaima", se internó en la selva en busca de oro y dejó en el olvido el río Orinoco y la piedra del El medio.

"Dado los desencuentros y decepciones aquí vividos, le enviamos lejos, al fin del mundo, para que todo olvidase y allá lejos de esto, ya nada recuerde, ni siquiera a nosotros mismos".

"Mientras tanto, quienes aquí quedamos, más fuertes y hechos para la lucha diaria, afrontar las dificultades, mantendremos las antorchas encendidas. Nuestros vínculos y solidaridad, el fuego que mutuamente nos damos, nos mantendrá vivos y en la lucha."

Pero el mundo es una caja de sorpresas. Eso solían decir antes y ahora nunca había estado más claro. Es sorprendente como, lo que antes estaba distante, lejano, tanto que la gente se había olvidado de quienes se fueron, ahora nada saben de quién le quedó muy cerca, hasta al lado. Eso hace posible que podamos hablar, sin teléfono, pegar gritos, blasfemar y hasta intentar desacreditar a alguien, mentir descaradamente acerca de él, con la seguridad de que quien tengo al lado nunca llegará a enterarse. Podré morirme pegando gritos, suplicando ayuda y el vecino no llegará a enterarse.

Los obreros, maestros y hasta médicos, aún trabajando en el mismo sitio, no se miran y menos saben de sus dolores. Nadie siente deseo de encontrarse con el otro, de saber de sus calamidades y menos de acordarse para luchar por sus derechos; pues hasta han olvidado que los tienen.

Quienes estamos presentes, parecemos no querer estar, sino allá lejos, donde se fueron quienes se atrevieron o nunca tuvieron los pies hundidos en la tierra. Quienes en esto estamos, tenemos cabeza y sueños afuera, en el verdadera o inventado bienestar de quienes se fueron, que en todo caso pareciera más agradable y por lo menos, una manera poética y patética de evadirse. Son sueños de no irse sino que lo de allá se nos venga o volvamos a ser lo que fuimos.

Ese incesante cambio del mundo y del hombre, ha logrado el milagro que lo lejano e inmediato se confundan y cambien de plano. Ahora, estar lejos no es haberse ido a la cochinchina, allá donde los gritos enormes que uno emita, los ronquidos y las quejas no llegan. Estar lejos de alguien no es distanciarse en kilómetros, espacios geográficos sino perdidos los intereses comunes, los inherentes a lo familiar y hasta la propia vecindad. La miseria y la tristeza hacen que cada quien se concentre en sí mismo. Unos por su lucha feroz, cotidiana y hasta en veces indecente para subsistir y esconder de los suyos que sufren dificultades, su vida llena de oropel y lujos, sin respeto por la moral y menos sin jugarse la vida o la seguridad, en un espacio pequeño donde ambas cosas acontecen. Tiene necesidad de ocultarse por no tener que dar explicaciones que pudieran exigirle y no tiene como darlas. Y esconderlas en la cercanía física, en un espacio reducido es fácil. La gente sólo habla por el móvil y este tiene la magia que pone en sintonía a quienes muy lejos están y desconecta de los vecinos.

Era habitual que alguien preguntase a otro ¿qué sabes de tu hijo, el que se fue Europa?

Ahora es como algo necio. A ese hijo lo tiene en el teléfono o en el móvil, al momento que quiera, en la PC portátil o de escritorio. Por ellos sabe cómo está el clima en aquellos espacios al día y a la hora y lo que habrá de comer en el almuerzo. Sabe de las preocupaciones y avatares del espacio donde aquél vive. Las tarifas telefónicas, los acontecimientos diarios del metro y las relaciones del muchacho con la nueva novia; la de ahorita mismo, no de la semana pasada. Las notas de la escuela y hasta los chismes del vecino.

Sabe bien de las decisiones del ayuntamiento, el horario para recoger la basura, los cortes de luz y las fechas y montos de pagar por la electricidad y el gas. Supo que anoche, en la vecindad madrileña, donde habita su hijo, se fue el agua por breves horas pero también que llegó a tiempo como para no ocasionarle ningún inconveniente. De las diferencias entre los diputados del PSOE y Podemos y de ambos ante el PP. Del estado de ánimo de los reyes y sus preocupaciones por "las malas artes, del Emérito. Y sabe cómo va la guerra ruso-ucraniana y lleva la contabilidad de caídos.

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