El libro de Bolton como para guindarlo, hoja por hoja, en un clavito en el excusado

Sábado, 27/06/2020 04:51 PM

El libro de Bolton, me trae muchos recuerdos, de ellos algunos que sería bueno por allá se quedaran, porque como dice el tango, en veces, "tengo miedo del encuentro con el pasado que vuelve a enfrentarse con mi vida".

Son estos largos y continuos días sin agua y hasta electricidad, aparte que el comer, que debería "ser lo primero", se ha vuelto en un "si acaso queda para eso". Y los días se encadenan con las noches que "encadenan mi soñar".

Porque los sueños que llevan a viejos recuerdos, aquellos de niños, de la Venezuela todavía más agraria que otra cosa, sin que lo agrario tampoco nos sirviera para mucho, que en veces casi parecen pesadillas, nos hace acordar del excusado. Algo como un pequeño lujo en comparación cuando uno tenía que coger para el monte o en la parte de allá, más atrás, del sucio patio, entre aquellas matas y detrás de la plancha de cinc. El excusado era, aparte del desagradable sitio donde uno debía acudir de manera obligada y hasta contingente, cada vez que lo demandaban las circunstancias, además tenebroso y hasta oscuro.

Eso de la falta de agua, de papel toilette o higiénico como más apropiadamente ahora le decimos, que si lo hay pero cuesta tanto como un ojo de la cara, y que quede claro que dije de la cara, me hace de alguna manera recordar al excusado y el monte, la tusa y hasta las hojas de guaritoto.

En el excusado había en la pared dos o tres clavos de los grandes donde se ensartaba el papel, que no era ese higiénico, sino pedazos cortados cuidadosamente calculados, para que abundasen y hasta cuadrados o rectangulares guardando cierta elegancia y formalidad. El papel podía ser ese que llamábamos de envolver o papel de estraza que en cada casa abundaba, pues era el utilizado en las bodegas, no habiendo entonces bolsas de papel ni plástico para tal fin. Y las madres de uno, poco organizadas, nos mandaban a comprar a la bodega infinidad de veces al día, lo que permitía en cada viaje traer de ese papel y también para el mismo fin se usaba el papel periódico.

-¡Mira muchacho! Gritaba la madre de cualquiera de nosotros mientras estábamos anclados en segunda base, "ven rápido y cómprame un centavo e´ sal, para echarle al sancocho".

Y entonces el juego se detenía mientras uno corría a la bodega, porque no había suplentes y las reglas de nuestro juego eso permitían, hacer los mandados sin salir del juego.

Y, "mira muchacho, toma y corre que ya el sancocho está listo y me falta el limón".

Así cocinaban nuestras madres y eso permitía, al final del día, que uno llevase a casa varios pedazos de papel de estraza. El único cuidado que había era tirar los papeles en los cuales hubiese envuelto el bodeguero los ajíes chirel que también vendía.

Los padres nuestros, no obstante aquello, leían el periódico. Mi Papá solía decir, "una un casa no debe faltar una máquina de escribir y un diccionario y lo primero que debe entrar a ella diariamente es el pan, la arepa y el periódico".

Y por supuesto, mientras uno cumplía el ritual habitual, siendo el papel de este último, se enteraba de las noticias, aunque fuesen con 4 ó 5 días de atraso, lo que carecía de importancia, pues en todo caso uno siempre se las pasaría por detrás.

Por eso, cuando leo capítulos del libro de Bolton, me entran unos miedos, aquel "miedo de las noches que pobladas de recuerdos encadenen mi soñar", como dice el viejo tango porteño. Y el miedo se explica por lo que ya dije, el libro de Bolton, del cual he leído unos dos capítulos, me recuerdan al excusado y años de miseria material de mi niñez y adolescencia de los tiempos del excusado. Pero porque la falta de agua y hasta de luz, de salario decente como para comprar papel higiénico, me llevan a él y para completar, ese libro, que, según tengo entendido, es de unas 550 páginas, "sólo serviría", en circunstancias como aquellas, para deshojarlo y una por una, cada página, de corte rectangular, ensartarla en los clavos de la pared de aquel como siniestro espacio de allá del fondo del patio de mi rancho.

¡Ah! Porque me faltó advertir que el excusado, el estar uno montado sobre aquella caja de madera con una abertura circular y aquel hoyo hondo maloliente, donde hasta a uno le decían que se concitaban monstruos, nos producía terror. Por eso uno procuraba ir acompañado y, en cualquier caso no cerraba la puerta ni de vaina.

Los capítulos que he leído están pesimamente redactados; es el estilo de los informes de oficina y del lenguaje oficialmente estereotipado y las informaciones mismas son intrascendentes pues una las ha extraído de los hechos cotidianos. No hay en ese libro valor literario alguno y los análisis políticos son por demás pedestres y si es que hay alguno que merezca tal calificativo. Abundan los chismes y denuncias sobre la conducta política y hasta personal del presidente de Estados Unidos. Si acaso tiene algún valor lo que he leído, es el uso referencial de primera para sustentar las afirmaciones de cómo Trump ha querido sojuzgar a Venezuela, atropellar su soberanía y manejar como si fuesen marionetas o títeres a los supuestos voceros de la oposición venezolana.

Bolton ocupó un cargo importante en la Casa Blanca, fue consultor, diseñador y ejecutor de buena parte de la diplomacia del presidente Trump. Lo que hace que sus historias y chismes tengan valor de primera mano. El sólo tenía que ponerse echar los cuentos a cualquier redactor y no tiene extraño que eso haya sucedido y sería exactamente lo mismo

A Bolton, de manera sorpresiva y como contingente, le destituyeron; así como a alguien que descubren haciendo algo indebido, pudiera haber sido jorungando con un palo el fondo del excusado, alborotando todo aquello y expandiendo malos olores a diestra y siniestra y eso no le gusta a nadie; menos en una fiesta como lo pareciera ser una campaña electoral. Y en el castigado, pese sus culpas, siendo gente de bajo sentimientos, incuba deseos de venganza.

En gente como Bolton, ¡y hay qué ver cuántos como él abundan!, no existe eso de la solidaridad con las ideas ni ninguna causa que pudiera ser justa, porque tampoco la hay ni la buscan. Lo suyo empieza en él y termina no muy lejos que digamos. Y por todo eso, debió de inmediato empezar a maquinar cómo vengarse.

La mejor y más contundente forma de hacerla es, desde su óptica de ex alto funcionario de la diplomacia de Trump, como decimos los venezolanos, "sacándole los trapitos al aire", aquellos que son exclusiva propiedad suya y los que no son también, lo importante es sean "trapitos" o estropajos que sirvan para descomponer aún más, no tanto al presidente, sino al candidato. Pero pudiera haber también gente de mucho poder dentro de los republicanos mismos y el gran capital pensando en deshacerse de Trump y eso, por distintas razones, muy largas de exponer, también sirve de estímulo para que Bolton haga su denuncia. Es un juntarse el hambre con la necesidad.

Pero Bolton como autor, ¡y hay qué ver cómo es de gusto un "best seller"!, estando en plena campaña electoral y siendo, como solemos decir nosotros, "compañero de partido" de Trump, no estuvo en disposición de esperar otro momento, cuando no hiciese daños, para publicar su libro. Y no lo estuvo porque es un problema de la poca moral del individuo. Aparte de vengarse, sabe que este es el momento apropiado para que ese libro, de muy baja calidad literaria y conceptual, donde no hay nada sustancial que aprender, salvo de enterarse de detalles íntimos de la diplomacia de Trump, pueda ser vendido como si fuese lenteja. Es ahora su momento. Después de las elecciones no tendría más valor que el atribuible al papel, pues serían casi 600 páginas. Este es el momento para venderlo, para luego, después de las elecciones, es tarde. Hasta los republicanos lo comprarían en grandes cantidades para repartirlo como el cotillón de las fiestas infantiles y si a uno le llega a caer en la mano, dada las circunstancias que vivimos en Venezuela, le deshojaríamos para guindarlo en los clavos del baño. Y Bolton espera, según se dice por distintos medios, recibir dos millones de dólares.

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