Hasta ahora, lunes 7, siendo las 8 a.m., según lo que he podido saber, las cifras revelan que la participación electoral fue ostensiblemente baja, como habíamos pensado, contraria a lo que hubiese sido nuestro mayor deseo.
En nuestro artículo anterior dijimos, previendo estos resultados que: "hay un hondo y amplio sentimiento ganado a la idea de no votar el domingo, pero no porque se apoye a Guaidó y los suyos o se le dé apoyo a la idiotez antes comentada, sino por el grado de desconfianza, descontento por el grave deterioro de la vida y hasta de decepción por los actos electorales que atrapa a buen número de nacionales. Pero como hemos dicho antes, el nivel de abstención no niega la validez del acto electoral, sus resultados y la legalidad de los representantes escogidos."
https://www.aporrea.org/tiburon/a297944.html
El grado de insatisfacción por lo que acontece, en gran medida determinado por la pobre gestión gubernamental, en donde incompetencia, desidia, corrupción, constituyen ingredientes básicos, ha distanciado a multitudes, que ya se pueden medir en millones de ciudadanos que antes apoyaron con fervor a lo que se llamó la "Revolución Bolivariana".
Por eso dijimos lo anterior, con la certeza que no estábamos equivocados, pese que en nosotros prevalecía el deseo que la votación alcanzase mayores niveles para que quedase establecido, sin duda, para los interesados en la guerra y violencia generalizada y los poco lúcidos, que habían sido derrotados.
La cifra de votantes, que habla de una abstención que ronda el 70 por ciento, no le niega validez y legalidad a los resultados. Es ni más ni menos la cifra que se registran en elecciones como Colombia, Chile, etc., en la oportunidad de elegir, no alcaldes o diputados, sino presidente de la república. Invito al lector revisar las cifras electorales más recientes de esos países y podrá corroborar lo que estamos diciendo, como que los ganadores, Piñera, Bachelet, Santos y más recientemente Duque, lo hicieron con el 12 por ciento del total de ciudadanos con derecho a votar; y eso es peor cuando se trata de elecciones, desde el punto de vista formal, como las que este domingo se realizaron en Venezuela.
Pero en el caso de este evento electoral venezolano, cabe destacar que, pese se trataba de escoger la representación al parlamento, por las particularidades de la historia nacional de ahora, ellas tienen tanta importancia y trascendencia como si se tratase de escoger al presidente. Estas elecciones, en buena medida, fueron una confrontación entre el presidente Maduro, todo lo que él representa, el pueblo de Venezuela con sus aspiraciones, sueños y derechos y los ciudadanos que en partidos políticos tienen una visión y meta diferente.
De manera que no es válido el argumento que ya habrán de manejar los partidarios del gobierno que, el número de abstenciones, nada significan por la poca importancia del evento o la tradicional actitud del nacional o de los votantes en esas elecciones de "segundo orden", pues esta lo fue de tanta trascendencia como si se estuviese escogiendo nuevo presidente.
Es más, desde nuestra perspectiva, estas elecciones tuvieron el carácter de unas directamente relacionados con el primer magistrado nacional y sus políticas; tanto que ese resultado, con cifra de muy baja votación en favor del gobierno, constituye un mensaje del bajo apoyo popular, crítico diríamos, de éste. Más, si tomamos en cuenta todo el esfuerzo y ventajismo del cual gozó en esta singular campaña y como, por razones de lo la prédica abstencionista, ya de larga data, que viene prevaleciendo en el lado opositor.
Pero los hechos revelan algunas verdades trascendentes. Como ya hemos dicho, que el gobierno goza de un apoyo precario, muy precario, que debe obligar a quienes lo conforman a una profunda reflexión. Se podría decir, sin duda alguna, que han perdido poder, carecen de suficiente apoyo popular. Como ya dijimos, no les vale decir que eso fue así por la poca importancia de las elecciones; pues como también dijimos, estas constituyeron y constituyen, por las características casi dramáticas de la historia nacional y el nivel del debate y las contradicciones, unas de tanta importancia, relevancia como si hubiésemos sido convocados a escoger presidente. Ellas, sin la menor duda, fueron una especie de revocatorio presidencial, tanto que el propio Maduro, dijo antes dos cosas, "Si pierdo, me iría del gobierno" y también que, en caso de un resultado adverso, llamaría a la conformación de un gobierno de coalición con los factores opositores. Tal fue la importancia que le dio y le da, sin duda, a este acto y al reconocimiento que sería una trascendente opinión acerca de su gestión. Y es obvio que, según los números, pese haya ganado el gobierno con una cifra que pudiera engañarlos, como el 60 por ciento de los votos depositados, el pueblo de Venezuela está casi absolutamente inconforme con su gobierno y no se siente atraído en particular por nadie.
Es decir, si algo dicen esas cifras es que el pueblo está en muy alta medida inconforme y reclama un cambio de actitud. El gobierno apenas pudo movilizar en su favor, lo que suele llamar el voto estrictamente duro, uno que evidentemente se ha reducido en enorme medida; pero más allá no despierta interés y menos entusiasmo. Es un resultado que, si el presidente Maduro no se quiere engañar, debería interpretarlo como una derrota y pensar en las ofertas que hizo en caso que perdiese. Llamar a nuevas elecciones, esta vez por la presidencia o abrirse para formar un nuevo gobierno con gente nueva, venida de otros factores y romper esa cerca estrecha y casi invulnerable que le han tirado burócratas y jefes de los estrechos grupos partidistas con su gozosa aceptación.
Pero las cifras hablan también de otra cosa. A gritos, dijeron, como la oposición extremista, ganada por los deseos de imponer una guerra y la ilegalidad para favorecer el despojo, el mismo del cual somos víctimas todos los días, se ha vuelto a equivocar. Las cifras revelan que, si hubiesen cambiado de actitud, evitado las divisiones que se produjeron en sus espacios, como las relativas a AD, Copei, PJ y hasta VP y, en definitiva, optado por participar en las elecciones, habría, sin duda, alcanzado el mismo éxito del 2015. Porque, es indiscutible, ellos bien lo saben, el mecanismo electoral, entre lo que el votante dice y dicen las cifras, hay una perfecta coherencia. Esto lo están diciendo ahora los veedores, observadores electorales y hasta los representantes de los partidos opositores que concurrieron al acto. Lo único que habría que señalar con certeza, porque es por demás evidente, son las distintas formas de ventajismo que el gobierno manejar, lo que se pido evitar. Pero también es obvio que, pese a ese enorme ventajismo, el gobierno no pudo atraer mucha gente más allá de lo que llaman el voto duro.
Pero estas cifras o resultados, en definitiva, constituyen también un mensaje claro para el presidente Biden. El gobierno de Venezuela, desde la perspectiva electoral es débil. Hubo un enorme espacio y oportunidad para, por lo legal y pacíficamente, cambiar la correlación de fuerzas en los órganos del Estado y, lo hay hasta para pensar, en el revocatorio presidencial sin ocasionar los males que depara una guerra a un bando u otro. Le está diciendo que debe apoyarse en una dirigencia que le ayude a interpretar adecuadamente el acontecer nacional. Le indica que las fracasadas prácticas, por demás costosas en todo sentido, incluyendo las enormes cifras de dólares invertidos y mal gastados, de López, Guaidó y sus acompañantes a nada positivo han conducido. Tanto que, de no haber tomado cuerpo, en unos espacios y otros, los de ellos y de aquellos que están inconformes, sin que esto signifiquen les apoyen, la idea abstencionista, el gobierno hubiese sufrido una contundente derrota en esta contienda de ayer domingo.
No tendría sentido alguno que el gobierno, para su satisfacción y el contento de sus seguidores, alegue que los suyos se abstuvieron de votar, habiendo sido esta, para su interés, de trascendental importancia, tanto como que se estaba juzgando el carácter y pertinencia del gobierno, asediado por enormes fuerzas en el campo de la política nacional e internacional, diplomacia, por sentirse seguros del triunfo o "la escasa importancia del acto electoral" de ayer.