Trump el golpista

Miércoles, 13/01/2021 02:53 PM

Trump acaba de superarse así mismo. De irascible presidente del imperio más inescrupuloso del planeta, fiel representante de la elite corporativa y de la extrema derecha blanca ha pasado a liderar una peligrosa corriente golpista que busca convertirlo en un autócrata más, en un tirano, pasando por encima de la decisión de la mayoría de los votantes del Colegio Electoral.

Los vergonzosos sucesos ocurridos en el Capitolio norteamericano, epicentro político de ese país, reflejan su postrero y desesperado intento por imponerle al Congreso su caprichosa voluntad, aunque para ello haya tenido que atacar (fallidamente) a todo el sistema electoral norteamericano por la vía judicial y coaccionar, mediante públicas amenazas, a los funcionarios electorales de los estados con votos adversos a su causa.

Envuelto en su acostumbrada arrogancia, por su maquiavélica y retorcida mente no pasa la idea ni la posibilidad de entregar en buenos términos la silla presidencial. Ha saboteado con todas sus fuerzas la transición presidencial y hasta confirmó que no asistirá al acto de toma de posesión de Joe Biden el próximo 20 de enero. Es decir, aún Trump está en modo negación, queriendo aferrarse al poder político por la fuerza, como un guapetón, como el líder de una camorra que impone su voraz voluntad, incluso teniendo que torcer las leyes y las instituciones para preservar sus exclusivos intereses.

El mundo vio las imágenes de un descontento Donald Trump retorciéndose de la ira, como un niño malcriado, totalmente enajenado, arengando a su turba de seguidores. Incitándolos con sus estrafalarias teorías de fraude (sin prueba alguna) a desconocer los resultados electorales y sabotear por cualquier medio la consumación de los pasos legales necesarios para la confirmación definitiva de Biden, incluyendo agresiones personales, en los distintos estados, en contra de los representantes Demócratas.

El resultado no pudo ser otro que una muchedumbre iracunda atacando y superando a la policía, asaltando por la fuerza el Congreso, destruyendo sus instalaciones, invadiendo las oficinas y hasta el propio hemiciclo donde se desarrollaba la sesión de certificación de los votos de su adversario político, el nuevo presidente Joe Biden.

Estos actos de verdadera desesperación por parte de Trump, revelan finalmente su infausta faceta como un rotundo perdedor en la arena política. Sus garrafales errores en la conducción del país y su incapacidad de diálogo y mediación con sus adversarios políticos lo pusieron al frente de una cruda realidad que solo sumó fatales derrotas en sus 4 años de gobierno: perder ampliamente la elección presidencial frente a un candidato de poco carisma y aceptación, reflejando que muchos de los votos fueron más en rechazo a Trump que en apoyo a Biden; incapacidad para ganar los escaños suficientes en la Cámara de Representantes para recuperar la mayoría; perder el control del Senado justamente con los votos de Georgia, estado donde había insinuado falazmente la existencia de irregularidades de manera masiva; derrota de su equipo legal ante el sistema judicial, pues ninguna de sus disparatadas denuncias de fraude prosperaron en tribunales, convirtiendo el proceso en un circo mediático sin credibilidad o legalidad alguna; y, finalmente, Trump logró dividir al propio partido Republicano, cuyos partidarios rechazaron las objeciones a los votos electorales de Pennsylvania, facilitando la certificación de la victoria de Biden en el Congreso. Trump cosechó las antipatías y repudios que sembró con su odio y arrogancia durante todo su tumultuoso mandato.

Lo peor es que Trump acaba de arrastrar por el fango el supuesto halo de pureza y perfección que sobre la noción de democracia y libertad proyectaba Estados Unidos sobre el resto de los países del planeta. La verdad se revela y todo huele mal al interior del imperio putrefacto y decadente. El impoluto referente moral ha dado paso a una nueva realidad difícil de esconder: la democracia, la justicia y el poder son manejados por una logia de corporaciones (militares, financieras, tecnológicas, farmacéuticas, etc.) que en nada tienen que ver con las necesidades de los ciudadanos y solo persiguen su afán de lucro mediante la imposición de su lógica de dominación. Frente a nosotros han caído las máscaras de la quimérica democracia estadunidense, del espejismo de libertad vendido como souvenir (y propaganda) por el Tío Sam.

Ante las demostraciones de debilidad y los errores de Trump, los Demócratas piden su cabeza en bandeja de plata. Al ególatra caído lo quieren destituido y, más adelante, tras las rejas por todos los delitos cometidos durante su mandato. Van tras él buscando destruirlo política y moralmente mediante el impeachment por la violencia ocurrida en el Congreso a la cual han llamado correctamente "incitación a la insurrección". El juicio político arranca con la contundente acusación de los Demócratas de que Trump "puso en grave peligro la seguridad de Estados Unidos y sus instituciones de gobierno", y "Amenazó la integridad del sistema democrático, interfirió con la transición pacífica del poder y puso en peligro a una rama del gobierno equivalente". Los Demócratas están empeñados en que Trump jamás pueda volver a la Casa Blanca.

Los violentos seguidores de Trump que asaltaron el Capitolio se enfrentan a penas de entre 20 años de cárcel y cadena perpetua por los delitos federales cometidos. Ninguno se salvará. Es tiempo de decir Goodbye a mister Trump y a sus nefastas bandas neofascistas (como los Proud Boys).

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