Rápidamente, la administración Bush aprovechó la oportunidad generada por el miedo a los ataques para lanzar la guerra contra el terror, pero también para garantizar el desarrollo de una industria exclusivamente dedicada a los beneficios, un nuevo sector en crecimiento que insufló renovadas fuerzas en la debilitada economía estadounidense. El término "complejo del capitalismo del desastre" la describe con más precisión; tiene tentáculos más poderosos y llega más lejos que el complejo industrial-militar contra el que Dwight Eisenhower lanzó sus advertencias al final de su mandato. Estamos ante una guerra global cuyos combates se libran en todos los niveles de las empresas privadas cuya participación se subvenciona con dinero público, y cuya misión sin fin es la protección del territorio estadounidense a perpetuidad, al tiempo que debe eliminar todo "mal" exterior. En apenas unos años, el complejo ha extendido su presencia en el mercado bajo distintas y cambiantes formas; desde la lucha contra el terrorismo hasta las misiones de paz internacionales, desde la seguridad municipal hasta la reacción con motivo de los desastre naturales. El objetivo último de las corporaciones que animan el centro de este complejo es implantar un modelo de gobierno exclusivamente orientado a los beneficios (que tan fácilmente avanza en circunstancias extraordinarias) también en el día a día cotidiano del funcionamiento del Estado; esto es, privatizar el gobierno.
Entre el tráfico de armas, la privatización de los ejércitos, la industria de la reconstrucción humanitaria y la seguridad interior, el resultado de la terapia de shock tutelada por la administración Bush después de los atentados es, en realidad, una nueva economía plenamente articulada. Nació en la era Bush, pero existe independientemente de una administración concreta y seguirá funcionando entre los intersticios del sistema hasta que la ideología supremacista y empresarial que la propulsas quede en evidencia, aislada y en entredicho. El complejo empresarial está en manos de multinacionales estadounidenses, pero su naturaleza es global: las compañías británicas aportan su experiencia con una red de ubicuas cámaras de seguridad, las empresas israelíes su pericia en la construcción de vallas y muros de última tecnología, la industria madera canadiense vende casas prefabricadas que son diez veces más caras que las del mercado local, y así podríamos seguir indefinidamente. "No creemos que nadie se haya planteado la industria de la reconstrucción tras los desastres naturales como un mercado inmobiliario hasta ahora", afirmó Ken Baker, presidente de un grupo de industriales madereros de Canadá. "Es una estrategia que nos permitirá diversificarnos a largo plazo".
En cuanto a su escala, el complejo empresarial surgido del capitalismo del desastre está en pie de igualdad con los "mercados emergentes" y el auge de las tecnologías de la información que tuvieron lugar en los años noventa. De hecho, las fuentes consultadas afirman que las cifras barajadas son mucho más altas que entonces, y que la "burbuja de la seguridad" inyecto vida en el mercado cuando el negocio de Internet empezó a flaquear. Junto con los grandes beneficios de la industria de los seguros (se cree que alcanzaron un record de 60.000 millones de dólares en el año 2006, sólo en Estados Unidos), así como los excelentes resultados de las compañías petrolíferas (que crecen con cada nueva crisis), la economía del desastre quizá haya salvado al mercado mundial de la tremenda recesión que amenazaba con desatarse en la víspera de los atentados de 2001.
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