Pero el insaciable jardincito de largas manos que es Europa también coloniza, roba y saquea a la India, a Ceylán y a casi toda Indochina.
Los ingleses se ocuparon de colonizar y saquear ese continente que es la India, a la que llamaron la joya de la corona, y se mantuvieron como dueños de ella por 2 siglos, desde mediados del siglo XVIII hasta mediar el siglo XX. La colonización, despojo y saqueo arqueológico y cultural de esa inmensa y múltiple India, que había sido a lo largo de siglos rico reino o poderoso imperio, tuvo por ello rasgos peculiares. Los indios, cualquiera fuese su pueblo y su religión, tenían clara conciencia de su riqueza arqueológica y cultural. Además, sus templos y palacios no eran, como en Mesopotamia, monumentos de un pasado glorioso muerto y enterrado hacía milenios que se debía redescubrir y desenterrar, sino monumentos vivos, actuales, sobre todo los templos, tanto los hindúes, que eran la gran mayoría, como los musulmanes, sikhs o jainistas. Ambas cosas sirvieron para limitar en cierta forma el saqueo de grandes templos y monumentos, además de que eran casi todos de piedra y no de arcilla o barro. Pero eso no impidió robos parciales y mutilaciones. Por supuesto, había templos y palacios abandonados y hasta perdidos, y fue sobre todo contra ellos que se llevó a cabo el saqueo, el cual no significó traslado sino destrucción parcial, mutilación o robo de esculturas y relieves.
Pero los conflictos de imposición colonial también facilitaron los saqueos. El caso principal se produce a raíz de la derrota de la rebelión de los cipayos en 1858. Tras aplastarla, los ingleses no sólo destruyeron y saquearon palacios y templos en todo el centro y norte de la India, en Agra, Delhi, o Lucknow, sino que saquearon y robaron de todo: desde antigüedades, esculturas y pinturas, hasta monedas, joyas personales, vajillas, lámparas, sedas y alfombras, pillaje desenfrenado que hizo ricos a miles de oficiales y soldados ladrones. Sus herederos vendieron luego muchas de esas piezas robadas, a museos, sobre todo al Británico, por supuesto, y también en subastas y a coleccionistas privados.
De todos modos, el robo y el saqueo, patrocinados por virreyes, cónsules y funcionarios en complicidad con ladrones privados y con colonizados ricos y corruptos, se ejercieron en especial sobre esculturas de diosas y dioses y fragmentos de templos, lo mismo que sobre pinturas y miniaturas. Ese saqueo fue enorme a lo largo del dominio inglés. Pero también franceses y alemanes sacaron algo de él. El hecho es que los grandes museos de Europa, y no sólo el Museo Británico están llenos de tesoros robados también a la India y a Pakistán.
Ceylán.
En Ceylán, actual Sri Lanka, los ingleses aprovecharon el dominio colonial para saquear templos y apropiarse de tesoros culturales de todo tipo. El más importante de esos ladrones fue Robert Brownrigg, gobernador inglés de la isla entre 1811 y 1820. Durante su gobierno los ingleses se anexaron el reino de Kandy en el centro de la isla, luego de una corta guerra colonial. A continuación, saquearon el rico reino, liderados por el ladrón Brownrigg; y así este acumuló una colección enorme de tesoros culturales cingaleses. Las piezas más bellas e importantes que robó, verdaderas joyas del arte universal, fueron 2 estatuas de la diosa Tara, esposa de Avalokitésvara, de casi metro y medio de altura, ambas de bronce recubiertas de un brillante baño de oro. Las dos pasaron luego a poder de Hugh Nevill, otro coleccionista inglés, es decir, otro ladrón, alto funcionario colonial que ejerció su cargo en Ceylán entre 1869 y 1889 y logró acumular en esas dos décadas una colección impresionante que se llevó al regresar a Londres y la vendió al inefable Museo Británico. En él están hoy, exhibidas con orgullo como tesoros, las 2 bellas estatuas de la diosaTara, principal botín de ese saqueo.
Indochina, Camboya, Angkor.
El saqueo económico y cultural de la India fue monopolio de los ingleses. El de Indochina, esto es, de Vietnam, Laos y Camboya, fue obra casi exclusiva de Francia (los ingleses controlaron sólo Birmania, la actual Myanmar, mientras que Siam, la actual Tailandia, logró conservar su formal independencia). En esa Indochina francesa que pasa de colonia a protectorado francés desde 1887, después de 3 guerras brutales de dominio colonial y varias guerras intermitentes, la última contra China en 1884-1885, quiero examinar el saqueo arqueológico y cultural de Camboya, que se concentra en Angkor, uno de los sitios culturales más grandes, bellos e importantes del mundo, espacio central de la civilización de los antiguos khmeres a lo largo de muchos siglos.
A diferencia de los tesoros arquitectónicos indios, distribuidos en templos y monumentos distantes unos de otros, las extensas ruinas de Angkor, que cubren muchos kilómetros en medio de la selva camboyana, estaban abandonadas, pero no destruidas, desde 1431; y su "descubrimiento" por Europa habría sido obra de los exploradores franceses de la mitad del siglo XIX, en especial de Henri Mouhot, descubrimiento doblemente falso porque la existencia de las extensas ruinas, que son verdaderas ciudades, bellas e imponentes, era conocida de los camboyanos y porque algunos viajeros y misioneros europeos (portugueses y franceses) las habían visitado en los siglos XVI, XVII y XVIII.
El explorador y ladrón más importante fue Louis Delaporte, que inicia a mediados del siglo XIX la exploración y organización de las ruinas en beneficio de Francia. Como Belzoni en Egipto, Delaporte estudió y describió las ruinas y al mismo tiempo dañó templos, arrancó trozos, robó esculturas y sacó las más grandes usando mano de obra local y grandes balsas y aprovechando los ríos para sacarlas hacia Francia. La mayor parte de esas piezas pasaron a ser, y son hoy, parte de los tesoros del famoso Museo Guimet de París, creado y enriquecido décadas más tarde, desde 1888, por Émile Guimet, millonario francés coleccionista de antigüedades asiáticas e inevitable cómplice de su robo por exploradores y funcionarios coloniales.
Eso caracterizó a la segunda mitad del siglo XIX. En el siglo XX, el sistema colonial francés intentó reducir el saqueo, aunque el resultado fue pobre porque Angkor se puso de moda y empezó a ser visitado por turistas y curiosos, la mayor parte de los cuales se dedicó a robar piezas y a dañar templos aprovechando que muchos de ellos seguían inexplorados.
En 1923 se produjo el recordado escándalo Malraux, por el nombre del famoso escritor progresista que años más tarde fuera testigo de la Revolución china (Los conquistadores, La condición humana) y de la guerra civil española (La esperanza) y que, en su madurez, convertido en hombre de centro-derecha, fuera también ministro de cultura de la Francia gaullista. Malraux, que en 1923 era sólo un joven y prometedor intelectual francés casado con una mujer rica, pero que sufría dificultades económicas, andaba en busca de aventuras y se las arregló gracias a su mujer para obtener un pasaporte oficial francés y se fueron ambos a Camboya a robar antigüedades.
En Camboya, la pareja, junto con un amigo francés, monta una expedición para saquear el pequeño y bello templo de Banteay Srey, verdadera joya, distante de los principales templos y entonces casi abandonado. Le arrancan frisos y relieves y se roban bellas estatuas, pero son descubiertos y capturados en Saigón por las autoridades coloniales, que los llevan a juicio. Este hace escándalo, pero acaba en nada, porque la esposa de Malraux consigue el apoyo de la intelectualidad francesa de entonces. Así Malraux, de ladrón de antigüedades, se convierte en intelectual de izquierda y publica una novela: La voie royale, que es un relato crítico del sistema colonial.
Tomado del diario Últimas Noticias.