Nota: 3 viejas crónicas que hablan de la pequeña historia.
I.- EL PARTE POLICIAL
Eligio Damas
Ramón González, tiene 21 años; desde hace más de cinco dejó la escuela; no tuvo otro camino, pues ni siquiera sabe quien fue su padre y el único ingreso de la familia era el salario de doméstica de su madre.
Antonio Pérez, se vino de Bergantín casi guindando de un camión de estacas, cuando apenas acababa de cumplir quince años. Había estado antes en la ciudad por los lados de "La Chica" y desde entonces soñaba con venir a quedarse. Le parecía que las mujeres de Barcelona tenían el culo más grande que las del pueblo y para él, casi enloquecido del tedio, eso era un gran atractivo. Con un certificado de sexto grado, doblado, sucio de grasa y con manchas de café, abordó furtivamente el camión del indio Guaimacuto aquel domingo que vino a vender verduras al mercado.
A José Arenas, se lo trajo de Cumaná una buena familia del barrio "Buenos Aires"; tenía entonces 14 años y estaba como atemperando, desde hacía tres lapsos, en el aula de quinto grado. Lo único que le atraía de la escuela eran las piernas de la maestra. Cuando su madre le propuso que se viniese con aquellos parientes de su padre que le ayudarían a hacerse de un oficio, arregló sus cosas casi con alegría y se dijo así mismo, "allá deben haber mejores".
Los tres, sin ayuda oficial, sin palanca alguna, se fundieron en el obrero Ramón Antonio José que se acurrucó y acomodó lo mejor que pudo en el pequeño espacio que le dejaron.
Ramón Antonio José, nacido en Barcelona Bergantín Cumaná, joven de seis manos y seis ojos, es el ejemplo del barrio.
- "¡Póngase contra la pared ciudadano!", le dijeron una noche a Ramón Antonio José.
La frase fue pronunciada con violencia y desde ese momento presintió que le estaban mudando la piel.
- " ¡Muéstreme sus papeles y no se propase con la autoridad!", rugió de nuevo el agente Conoto Pericaguán Chanchamire, incorporado al cuerpo policial poco después que le dieron de baja en el cuartel. Llegó a la ciudad como recluta desde Caigua El Carito Puerto Píritu. En el cuartel se destacó por su buena conducta y disposición para el trabajo.
-" ¡Móntese en la patrulla que usted va preso!", dijo el agente mostrando desconfianza desde el fondo de sus seis pupilas. Le pareció sospechoso que un tipo parecido a él, de apariencia humilde como él y en todo como él, tuviese, sin ser policía, cédula, libreta militar, certificado de salud y hasta constancia de trabajo.
Tres días después, los diarios intentan aclarar que Ramón Antonio José, de Barcelona Bergantín Cumaná, no es malandro ni azote de barrio, como se dijo en un parte policial, publicado en primera plana
- "Ruego se aclare", dijo el joven, "que me llevaron preso y me tuvieron dos días en un calabozo, según me dijeron, porque le falté el respeto a la autoridad".
El parte policial que ocupó seis columnas en los diarios, convirtió a Ramón Antonio José en delincuente peligroso y desempleado.
El burocratismo policial, inhumano, insensible e indiferente, no hizo nada por ayudarle a quitarse la gruesa capa de excremento que le vació encima.
II.- "¡Cédula y Constancia de trabajo, si no vas preso!"
Eligio Damas
El general de brigada Moisés Arriojas, del Comando Regional No. 7 de las FAC, reiteró, no sin preocupación, a los medios de comunicación, que ese cuerpo exigirá a la ciudadanía la cédula de identidad y la constancia de trabajo. Dijo además que, quienes no porten dichos documentos "serán trasladados al Comando" para averiguaciones. Consciente como está de la gravedad y lo complicado de la medida que debe poner en práctica, lamentó las molestias que eso acarreará a la población y sentenció que "era indispensable hacerlo".
La magnitud de las incomodidades que eso reportará a la ciudadanía y el nivel de preocupación de las autoridades, como el general Arriojas, encargadas de ejecutar esa medida, se cuantifican si recordamos las impactantes cifras de desempleo que se manejan hoy en Venezuela. En el sector oficial, que siempre es muy conservador en esto, se habla del 15 por ciento de desempleo del total de la población económicamente activa; esto es, de cada cien personas en capacidad de trabajar 15 están desocupadas. Para el Estado Anzoátegui, según la dirigencia sindical, en esto también muy comedida, el índice de desempleo está en el 13 por ciento. En el Estado Sucre - nuestro vecino, circunstancia muy significativa - se habla en la prensa de un 35 por ciento.
La cosa es más grave si consideramos que existe un margen ostensible de desempleados encubiertos y que un número elevado de personas, dentro o fuera de la población económicamente activa, desempeñando alguna función útil, difícilmente podrá obtener una carta de trabajo, por lo menos de origen confiable para las autoridades.
De modo que las autoridades policiales están expuestas a restringir el derecho constitucional al libre tránsito y a la incomodidad que significaría detener, aunque se le llame eufemísticamente "traslados al comando", a 20 ó 25 personas de cada cien que anden por las calles. A menos que la picaresca criolla de pronto nos revele que en este país, bajo fuerte depresión económica, no hay desempleo. En este caso, los cuerpos policiales serían víctimas de un gran fraude.
Aplaudo el esfuerzo de las autoridades por combatir la delincuencia, pero no con procedimientos de esa naturaleza. Movido por mi condición ciudadana, de docente y padre de familia, quiero advertir que, exigir a la población el porte obligatorio de una constancia de trabajo para evitar ser "trasladados al comando", significa, aparte del desconocimiento de la cédula de identidad y un acto discriminatorio contra los venezolanos que no tienen la culpa de estar desempleados, emitir un juicio muy atrevido, cuyas connotaciones están en un nivel de peligrosidad muy por encima del que normalmente tiende a asignársele y por supuesto, muy diferente a los propósitos que, de abundante buena fe, le asignaron a la medida. Eso sería como sugerir que todo desempleado es un delincuente en potencia, en lugar de una víctima del Estado en primera instancia; y en consecuencia, buscar colocación se convertiría en una actividad clandestina, para las sombras de la noche.
Por último, para evitar mayores males, habría que colocar vallas en las vías que conducen a este Estado donde se diga "Amigo turista, si no traes constancia de trabajo devuélvete".
La preocupación policial es mayor, porque bien saben que esas dificultades y prácticas antipáticas pueden obviarse disponiendo de recursos que permitan mejor organización y más eficiencia.
Deliberadamente no hicimos mención a lo de la cédula de identidad, en un país donde sacar ese documento es casi una odisea. Los más cargan un comprobante, que suele destruirse fácilmente, otorgado por seis meses, plazo que se eterniza por la ineficiencia de la oficina de identidad. Lo que quiere decir, que aún en contra de su voluntad, gran parte de la población también carece de ese documento esencial.
Bna. , Domingo 25-08-85.
III.- Cuando el desempleo es delito
Eligio Damas
Y entonces... el desempleo se convirtió en delito. Y los empresarios que, presionados por la crisis económica, despedían trabajadores, sin saberlo, se estaban convirtiendo en fabricantes de delincuentes.
Y cuando fue necesario, hubo de salir a buscar trabajadores cesantes en las catacumbas, en las noches más oscuras, a las orillas de los ríos. Y contactar con ellos, valiéndose de intermediarios, en las profundidades de las selvas, en las partes más altas de las montañas, detrás y dentro de las iglesias, con la complicidad generosa de los curas.
Las ciudades se iban quedando solas; unos pocos estaban en sus sitios de trabajo, de los demás sólo se sabía a través del discreto comentario de los amigos. No obstante, un número apreciable se atrevía a salir y llevaban orgullosos, adheridas al pecho, copias fotostáticas gigantes de sus constancias de trabajo, las más de origen fraudulento. Otros recorrían la ciudad en horas de trabajo, enfundados en trajes lujosos y otros a bordo de vehículos elegantes; iban de un lado a otro de la urbe en el ejercicio de una nueva y lucrativa actividad, la venta de constancias de trabajo falsificadas e injustificadas, a una clientela de todo tipo en la que predominaban delincuentes que entonces podían moverse sin dificultad; y la ciudad era recorrida de noche por estos en pequeños grupos que iban de un sitio a otro a cometer fechorías.
Un osado ciudadano, pese a su dignidad y su ejemplar vida, a su larga etapa de monaguillo y todo su empeño en defender su barrio de las agresiones de la delincuencia, que se le ocurrió salir a solicitar trabajo y tomó el centro mismo de la calle, fue a parar a la policía para averiguaciones por no llevar constancia de trabajo y cuando lo soltaron, volvió a salir por terco y lo volvieron a detener. Días después tuvo que zambullirse en las alcantarillas y esconderse entre ratas y la clase más baja, la de los delincuentes sin constancia.
Diario de Oriente Columna: Ayer y hoy
Bna. , 22-12-85