Mi compañera, docente jubilada, egresada del insigne Pedagógico de Caracas, quien hizo una larga carrera profesional con abnegación, vive atrapada por los informes del Covid. Esos que en la televisión aparecen como simples informes de prensa, comentarios reporteriles, hasta los que tienen carácter oficial y pone mucho interés en cerciorarse cuántos contagios y hasta muertes pudieran encontrarse, entre ellos del Estado Anzoátegui, acá en este espacio venezolano donde fijamos nuestra residencia desde hace 55 años.
Está enterada como nadie de las cifras en unos cuantos países del mundo. En la mañana, cuando en Telesur un alto funcionario del área sanitaria de Cuba da los detalles de lo acontecido en el día anterior en su país, ella, mi compañera, allí está escuchando con atención. Porque Telesur, no sé porqué, el único informe "oficial" que reporta diaria y directamente es ese. Y por cierto, como un detalle curioso, vale la pena resaltar algo que ya dijimos, que de dar ese reporte no se ocupa el presidente Díaz Canel ni ningún otro funcionario del alto gobierno de la isla, sino uno del área sanitaria, a quien uno cree le corresponde.
Pero otro detalle curioso es que en los reportes diarios del alto gobierno venezolano, dados con lujo de detalles, más de lo que necesario, como el resaltar la culpa de Colombia o Brasil, con un espíritu por lo menos extraño, como maníaco, casi nunca o pocas veces aparece algún contagiado o muerto en el Estado Anzoátegui. Como que los que conocemos de manera directa, para que nadie nos los discuta, no han aparecido en esos números. Y es difícil que aparezcan por la sencilla razón que en la entidad, empezando por el hospital Luis Razetti, según se nos dice, no hay cómo hacer las pruebas o las pocas que existen en algún puesto asistencial las tienen muy reservadas para muy específicos casos. Sobre el carácter de la especificidad no sé bien los detalles, pero si sé de manera directa, como tener los pelos en las manos, hay quienes habiendo presentado síntomas del mal, "removido cielo y tierra" para hacerse la prueba no hallaron como, aunque sí les dieran medicamentos; pasado el tiempo, pareciendo haber superado la enfermedad, tampoco ahora encuentran cómo hacerse la prueba para confirmar su verdadero estado.
Pero pese eso, el número de contagiados a nivel nacional, admitidos oficialmente, tiende a crecer, como también la cifra de muertos, aunque todavía muy por debajo de otros países, donde se asumió una estrategia frente a la pandemia distinta a la venezolana.
Muchos de esos detalles los sé por mi compañera, quien comienza a preocuparse en demasía por los efectos de la pandemia y porque le ha tocado muy cerca. Pero ocurre que quien esto escribe, vive obsesionado por la miseria del salario de los trabajadores, del sector privado y particularmente de aquellos al servicio del Estado. Por ejemplo, ayer temprano hube de pagar lo equivalente a una quincena de salario por un simple examen de orina y cuando lleguemos al diagnóstico y a partir del él, los nuevos medicamentos, habré de consumir todo lo que me pagaron de bono vacacional y todavía quedaré buscando a quién pedirle para cubrir los gastos. Si de la pandemia se trata, para combatirla y salir de ella con vida, se requieren muchos recursos, más si no habiendo pruebas no entras en las estadísticas y digno de ser atendido. Es decir, salario y Covid corren parejos.
El miserable salario de los trabajadores que tiene un efecto atroz, devastador en la vida de la gente casi toda, como el no tener acceso a la dieta alimenticia indispensable y necesaria, como que ese informe de orina revela que tengo la hemoglobina muy baja, aparte de otras cosas, es una pandemia tan espantosa, aterradora, como la del Covid-19.
Lo del salario lo sé pues porque también tengo los pelos en las manos y partiendo de mi propia experiencia, y por haber aprendido poco, pero lo suficiente para imaginar a partir de ella, cómo será la vida del venezolano mayoritario, percibo una amenaza hasta mayor que el Covid solo. Pues si a este se suma el hambre, la derivada de los bajos salarios y el efecto multiplicador de estos, el arma se vuelve doblemente mortal.
Pero el hambre sola genera mucha muerte, ella mata y por ella matan. Y cuando se hacen los reportes de muertes, incluyendo los del Covid, nadie a ella la asocia, pero está allí como el ingrediente fundamental.
Pero el Covid, que pudiera estar produciendo muchos efectos inesperados, hasta como poner en evidencia la injusticia del sistema, la distribución exageradamente desequilibrada, el poco interés por cuidar la vida de quienes hacen posible la renta y las ganancias y hasta poner en peligro la reelección de Trump, pues según las encuestas Biden le lleva una ventaja enorme, también sirve para ocultar otras injusticias o para que a partir de él, se desate una propaganda, un discurso que hace del hambre una cosa insustancial y de los salarios una bandera para ser guardada hasta los nuevos tiempos.
Hoy Pascualina Curcio, en últimas Noticias y en este portal de Aporrea, ha vuelto a hablar de los salarios. Y ella lo hace con cifras en la mano para demostrar no sólo la miseria que representan sino además en un momento cuando el Estado y dueños del capital más atesoran y reciben ingresos.
Ella le habla a quienes están en Carmelitas, la esquina caraqueña donde, si mal no recuerdo de mis muy viejos tiempos cuando viví en esa ciudad, está la vicepresidencia de la República y el BCV, justo el espacio donde identifica a los responsables de este genocidio salarial. Una estrategia muy usual, eso que llaman no "quemar las naves", como haría si habla de Miraflores. Pero por lo menos habla del asunto y destaca como con el salario también se mata al venezolano y hasta se hace más fácil la tarea del Covid.
Y es trascendente que eso ella haga, pues es en cierto modo una voz disidente del gobierno o mejor como una cuerda que se rompe del violín. Y lo es, porque el instrumento todo toca al Covid.
El Covid es como un cobijo enorme, aparecido de repente en medio de la tempestad, una balsa grande que pasa al lado de la nave que se hunde y a la que todos se lanzan con desespero. Y es así, porque el gobierno de Maduro es como un barco sin brújula, timonel, timón, oficiales y menos capitán, perdido en medio de la tempestad y asediado por fieras marinas, rayos y centellas, al cual de repente se le apareció de la nada el Covid.
No teniendo pues el gobierno espacio, discurso ni siquiera qué hacer, se ha pegado del Covid para aplacar por miedo al hambre, contener todas las luchas que ella motiva, como los reclamos salariales. Para el gobierno hay un motivo superior, como la defensa de la vida puesta en peligro por el Covid, y de ella se pega como a un santo. Todas las tardes y en veces en la noche, como para despertar más inquietud, se nos viene con el reporte como un motivo para que callemos y pongamos todas las banderas en cuarentena. Y debo reconocer que en eso hay algo de nobleza y hasta sensatez; por algo en las plazas de toros, allá abajo, en el redondel, ponen los llamados burladeros, donde peones de brega, banderilleros y hasta toreros se refugian ante las arremetidas del toro.
Y es tanto así, que de esos informes diarios, dados con el bien intencionado propósito que la gente esté atenta, dispuesta y orientada para la lucha contra el Covid, nada se dice del salario, ni se dan cifras de precios, enfermos y muertos por los efectos del hambre, no se ocupa cualquiera, ni siquiera el ministro de salud, que uno supone que uno hay, pero desconoce hasta el nombre, sino un altísimo funcionario, hasta el presidente mismo, como para que el proceso subliminal sea más eficiente.
Pero da igual si morimos de hambre o por Covid y lo que es más o quizás peor, si el hambre le da más fuerzas al Covid o a nosotros no las quita para que aquél ataque con más saña. Da igual que nos "pele el chingo" si nos espera con más saña "el sin nariz.
"Más cornás, da el hambre", decía El Espartero", un viejo torero español, famoso por su temeridad de acercarse como nadie al toro, cuando algún periodista le preguntaba, ¿no teme usted a una cornada?