Venezuela es víctima de una polarización política, social y afectiva, inducida en un ambiente de confrontación extrema de odio y retaliaciones mutuas, entre dos cúpulas del poder constituido, que encabezan las dos fuerzas políticas de mayor responsabilidad en la conducción y gobernabilidad del país, y cuentan con los mayores recursos financieros para ello: el Poder Ejecutivo y el Poder Legislativo quienes hace tiempo tomaron la decisión equivocada de exterminar uno al otro. Mientras continúa ese proceso de antagonismo reciproco suicida es imposible aspirar a la solución de la profunda crisis compleja y en crecimiento exponencial, que amenaza incluso nuestra soberanía y la integridad del territorio nacional, como ya se vislumbra con la muy probable pérdida total y definitiva de la Guayana Esequiba.
Las características y dimensiones de esta crisis aparentemente insoluble son en gran parte de dominio público, hasta el punto de presentarse coincidencias y similitudes entre diagnósticos hechos por ciudadanos que manifiestan simpatías por las más diversas corrientes políticas –derecha, centro, izquierda- o por quienes rechazan cualquier compromiso ideológico. Se trata de hechos mensurables como la hiperinflación, que perdura por obra de la emisión continuada de dinero inorgánico. La quiebra de PDVSA en medio del derrumbe de todo cuanto concierne a la producción y comercialización de hidrocarburos. El deterioro hasta ahora indetenible del aparato productivo tanto estatal como privado, y que ha conducido a una economía de puertos que parece eternizarse en manos de una neoburguesía paraestatal. El desplome catastrófico de los servicios públicos. La dramática situación de la educación pública y privada, ahora considerablemente agravada por el coronavirus. La falta de un adecuado sistema nacional de salud aun reconociendo importantes aciertos en materia pandémica.
No ocurre así respecto del manejo del lacerante problema de nuestra enorme diáspora, la cual también presenta facetas inéditas; tanto por la multitud de compatriotas que se nos han ido como de quienes por motivo del coronavirus o de la xenofobia viene retornando en número menos elevado al suelo patrio.
Si bien, tanto el inicio como la expansión de nuestra megacrisis se remontan, como mínimo, a un lustro verdaderamente frustrante, no podemos atribuirle todos los desaciertos y la responsabilidad entera al Gobierno Nacional. Hasta cierto punto, pero en buena medida, la oposición y toda la ciudadanía comparten esa corresponsabilidad. También resultan evidentes los graves daños causados al país por el bloqueo y las sanciones económicas impuestas, ante todo por el gobierno de los Estados Unidos. Pero el difícil presente histórico nos exige que consideremos en primer lugar la existencia fáctica e innegable de una megacrisis compleja que nos demanda, a todos los venezolanos/as – y solamente a los venezolanos, aunque aceptamos el acompañamiento solidario de naciones amigas- aprestarnos para su solución certera, comenzando en forma inmediata, ya que Venezuela, nuestra cuna y hogar común no negociable, ya no resiste más tiempo de espera. Incluso la asignación puntual de responsabilidades a cada quien debe esperar hasta que logremos en el país un clima de tolerancia, sindéresis, mutuo reconocimiento y entendimiento proactivo; para enrumbar la República por un proceso de reinstitucionalización y democratización integral; de un desarrollo sustentable y sostenible en lo económico, socio-cultural y ambiental. Mas ahora mismo debemos concentrarnos en propiciar el logro de un Gran Acuerdo Nacional equilibradamente pluralista y verdaderamente inclusivo de todos los actores, sectores y fuerzas sociales que hacen vida en el país. Desde las más pequeñas asociaciones de vecinos con ánimo de ejercer la constitucional participación protagónica hasta los movimientos comunitarios, regionales, culturales, étnicos, deportivos, empresariales, gremiales, sindicales, académicos, científicos, filantrópicos, interreligiosos, juveniles, femeninos, propiamente políticos y otros sin límites preestablecidos; para hacerles el necesario contrapeso a unos poderes constituidos extremadamente autocráticos, egocéntricos, polarizados, polarizantes y conflictivos, con un escalamiento sin precedentes en nuestra historia contemporánea.
Así como la ciudadanía entera le exige al Gobierno el cumplimiento mucho más estricto de todos los derechos humanos constitucionalmente establecidos, también se observa felizmente en su seno una tendencia creciente a fomentar el cumplimiento de todos nuestros deberes para con la Patria, para con el Prójimo y para con las demás Criaturas y Obras de la Naturaleza a escala local, nacional, planetaria y cósmica. Nuestra multiforme sociedad ciudadana, cada día más organizada y poderosa, está suficientemente preparada para una gran movilización, firme pero pacifica, severa y siempre disciplinada, mediante un multidiálogo constructivo y propositivo con la alta y media dirigencia política; por muchos cuestionada pero fácticamente muy poderosa y renuente a sacrificar aun lo mínimo de sus amplios y abultados privilegios. No creemos en la antipolítica, pero tampoco en la política desprovista y vaciada de todo contenido humano en el sentido más noble de este término.
Sería fácil ejemplificar la urgencia de atender a nuestro llamado en una diversidad de ámbitos tales como los servicios públicos, el descalabro educacional o la destrucción sistemática, perversamente anti ambiental y anti humana de la mitad del Sur del país, con el sacrificio de sus hermosas culturas indígenas. Pero para lograr mayor eficacia vamos a centrarnos esta vez en un solo tema de máxima estridencia: la inmensa tragedia del salario cero en nuestra martirizada Venezuela.
El tan acertadamente denominado fenómeno del salario-cero, para nosotros, tal como se presenta en Venezuela, no solo es intensamente dramático sino que nos convierte en uno de los países más desiguales del orbe. Es por lo menos curioso que muy pocos analistas, de cualquier tendencia política, le haya prestado la debida atención a tan perniciosa patología, capaz de implosionar cualquier sociedad inclusive más robusta que la nuestra. Tal vez sea porque ni los políticos ni los politólogos de oficio hayan sido, en su gran mayoría, víctimas directas de ese inusitado flagelo.
Nuestro salario mínimo equivale aproximadamente a dos dólares ($2) mensuales; vale decir que no sobrepasa una limosna dispensada a un indigente, un mendigo o un trabajador esclavizado. Una caja de comida de dudosa calidad y procedencia, que se remite irregularmente a algunos sectores de la población necesitada, no compensa en modo alguno un ingreso mínimo que cubra por lo menos parcialmente, la canasta básica. También los empleados públicos, los educadores en general, los trabajadores de la salud, otros remanentes de la semi-extinta clase media, raras veces cuentan con un sueldo que llegue a veinte dólares ($20) mensuales. Sin embargo a la hora de hacer nuestras modestas compras, con mucha frecuencia se nos exige que paguemos con dólares en efectivo, a sabiendas de que la inmensa mayoría de los venezolanos no tenemos acceso a las divisas extranjeras, menos aún a la norteamericana. Tal situación es insostenible, improrrogable y ajena en grado superlativo a la dignidad humana.
Acabo de decir, "no tenemos acceso" identificándome como una de las tantas víctimas de este colosal desafuero, y lo hago con intencionalidad testimonial. Yo parto de la idea de que si uno no se respeta a sí mismo, no valora su propio trabajo, y es además incapaz de hacerse respetar, mucho menos saldrá a la palestra para luchar por los derechos y el bienestar de los demás. Eso lo tenemos bien claro quienes conocemos el funcionamiento de las sociedades indígenas. Asimismo me duele profundamente que el Presidente de la República, sin faltarle el debido respeto, haya llegado a eliminar a estas alturas de su mandato el concepto mismo de salario o sueldo, porque un óbolo carente inclusive de un valor simbólico no merece ese nombre. Pero condeno con la misma vehemencia a los sectores de la oposición intervencionista y guerrerista que han contribuido significativamente para que tal situación incalificable se produjese y se impusiese como política de Gobierno; si bien este sigue disponiendo de recursos más que suficientes para gastos propagandísticos de alta alcurnia y la adquisición de armamento sofisticado.
Deploro igualmente que las muy respetables autoridades de mi queridísima Universidad Central de Venezuela hayan aceptado sin chistar nuestra conversión de docentes e investigadores esclavizados con su evidentísimo sueldo cero, mientras los que ejercen altas responsabilidades administrativas se las han ingeniado para disfrutar de sueldos relativamente elevados. Tampoco apruebo que los señores empresarios de Fedecámaras y Conindustria insistan en suprimir todo tipo de control de precios, como si toda la población estuviese ganando en dólares y sin considerar que la gran mayoría carecemos de verdaderos sueldos y salarios. Hasta el mismo Gobierno quiere aumentar el costo de los servicios, sin comprender que para que ello sea factible hará falta una base salarial sólida, incluso convertible en dólares. Sin querer exagerar el dramatismo de mis imprecaciones, déjenme tan solo insinuar de soslayo –los buenos entendedores extraerán las consecuencias- que conozco pocos docentes universitarios en estado de total indefensión, que en algún momento de su angustiada cotidianidad no hayan manejado la idea de quitarse la vida; sobre todo ahora que por culpa del coronavirus y de la xenofobia hasta la migración a paises extranjeros dejó de ser una solución. Estamos bloqueados por todos lados, en un laberinto sin salida.
¿Esto es lo que merece uno mismo después de medio siglo de dedicación amorosa al servicio de nuestra Patria y Matria, dejando siempre en alto el nombre de Venezuela en todos los rincones del orbe terráqueo donde hemos comparecido? ¿Para esto nos han servido tantas distinciones, condecoraciones, homenajes, publicaciones, y todos los méritos acumulados en una vida altamente productiva que de repente se quiere invisibilizar? Así estoy yo y multitud de trabajadores culturales y, peor todavía, millones y más millones de venezolanos que para nada entran en los cálculos estratégicos ni tácticos de la vasta mayoría de políticos oficialistas y opositores: ellos solo buscan el poder por el poder y los réditos económicos-financieros que este acarrea. Los demás estamos sobrando.
Por ende exigimos con todo vigor y dignidad suprema que se escuche nuestra convocatoria a un Gran Reencuentro Nacional entre venezolanos/as sin excluir a ninguno, para debatir entre todos esta indeterminable situación de emergencia, que pone en entredicho la existencia misma de la Nación.
Allí tienen que converger igualmente los Poderes Públicos enfrentados, sin imponer condiciones y sin una agenda previa, para reconocerse mutuamente, sincerarse y exponer sus puntos de vista en un lenguaje de altura y mucho respeto. Con voluntad de resolver los problemas más álgidos de nuestro país y tomar como punto de partida los múltiples temas sobre los cuales podría llegarse a un acuerdo operativo con relativa facilidad. ¿No se han reunido acaso Donald Tump y Kim Jong-un; Nelson Mandela con los racistas blancos surafricanos; norteamericanos con vietnamitas?
Claro que es posible, y su logro conllevaría a la viabilidad de plantear con mayor garantía de éxito asuntos más delicados, como por ejemplo el cronograma electoral. De hecho, ya tuvieron lugar las primeras reuniones de alto nivel sobre la endemia del coronavirus y la crisis humanitaria. Ahora solo se trata de darle a ese esfuerzo pionero una mayor amplitud, dinamismo y continuidad. Está clarísimo que las propias cúpulas se están cansando de la presente confrontación, sin propósito, en un país de zombis. Y la martirizada población civil, ni se diga; está deseosa y necesitada de ir resolviendo sus principales problemas materiales y espirituales, sin condicionamiento y en tiempo real.
Este Reencuentro de venezolanos de todas las tendencias políticas sería de importancia histórica porque los dos Poderes Constituidos podrían, de mutuo acuerdo, propiciar el acceso a todas las fuentes de financiamiento. La misma profundidad de la crisis influye para que esta iniciativa noble y patriótica sea exitosa, y trascienda nuestras expectativas en beneficio de todos nosotros sin excepción admisible.
Ya con la carga de mis ochenta y un años de edad encima, sé que en estos días todos estamos, de alguna manera, interconectados en una gran Iniciativa Nacional contra el Salario cero y otras formas de Discriminación Enmascarada.
Para concluir, permítanme recordarles en el idioma caribano de Guaicaipuro, afortunadamente rescatado por un nutrido grupo de lingüistas e indígenas:
"Iworokiamo kapoyato choto nemputmai, möni yau, choto tawarono mesmenan iworokiamo maimuru"
"El demonio engañó al primer hombre; en consecuencia, el hombre sabio desprecia la palabra del demonio"
Estoy abierto a toda controversia y polémica; muy especialmente en el idioma ancestral de nuestro Gran Cacique Guaicaipuro.
Esteban Emilio Mosonyi. Antropólogo-lingüista y luchador social.
A mucha honra