El modelo socialista que han implementado Maduro y sus aliados se recoge en el título. La lucha de clases ha muerto, porque muertos están los trabajadores; pues estando como están, sin derecho a contratar ni a un salario decente y la dirigencia sindical declarada, no en cuarentena, sino en extinción y por lo mismo, no teniendo de qué cosa ocuparse, todo queda en manos del Estado y empresarios. Un modelo socialista muy extraño, donde en lugar de desaparecer la burguesía casi matan, pues encarcelan o esclavizan a los trabajadores, pero si así lo llama su dueño, así se queda.
El gobierno de Maduro, aunque uno siente como cierta pesadumbre siendo tan específico, para ahorrarse el trabajo descomunal que implicaría hacer realidad todo eso que sueña y prometió, optó por decretar a través de su persistente discurso que la sociedad venezolana es socialista, pese el mercado, la presencia de las mismas relaciones de antes que empiezan porque productores y empresarios que lo controlan ponen precios y se burlan de quien representa al Estado. Entonces, siendo la sociedad eso que dice Maduro, las clases explotadas han desaparecido y con ellas las contradicciones inherentes. Aunque no han desaparecido propiamente, sino que están presas, ocultas o secuestradas y sometidas a la explotación más intensa que conozca la historia.
Pero, según el discurso oficial, la igualdad entre nosotros es absoluta; tanto que al asomarse a la puerta de la casa, salir a la calle, ir al trabajo , al mercado, a cualquier sitio se ve a todo el mundo igual a uno y todo lo existente es de uno y de todos; como si nos estuviésemos viendo reflejados en un inmenso lago lleno de olas, cuyas oscilaciones, diferentes niveles, destellos, reproducen cientos y miles de imágenes de uno mismo y hasta las suben a las nubes y allá arriba también nos vemos repetidos. Eso que uno siente por la piel y en todos los sentidos, que es la realidad de allá fuera, según la cual todo sigue siendo como antes, no existe, son puras ficciones que vienen del pasado. Qué el salario no alcanza para comer, es mentira, es un falso reflejo de la realidad. Es como a quien habiéndole sido amputado un miembro, un pie, una mano, una pierna o un brazo todo, allí lo siente y hasta mentalmente dispara las mismas órdenes de antes esperando que habrá quien las atienda y ejecute. Como antes que Maduro gobernase éramos desiguales y se imponía la lucha de la clase, por el salario, la contratación para mejorar y subsistir, ese recuerdo sigue produciendo en nosotros una falsa imagen.
Por lo anterior pues, pareciera ser que toda esa dirigencia gremial estuviese en el paraíso, mientras sus simples afiliados o supuestos dirigidos, sujetos a la labor y reclamo de ella, hundidos en el purgatorio, hasta el infierno porque están en lo más parecido al esclavismo. Y si ella no está en el paraíso, porque para entrar allí las reglas son estrictas, si pareciera estar en la luna o silbando iguanas, lo que siempre ha sido una manera de estar en el medio, pero pasando desapercibido.
Pero decir que la clase obrera o los trabajadores están en el Purgatorio, es todavía como muy comedido, pues hablaría de momentos de falsa felicidad, lo que entre los trabajadores venezolano eso no sucede, salvo que nos creamos el cuento que libramos una gran lucha por grandes conquistas que en algún momento nos pudieran instalar en la felicidad verdadera o en "el Paraíso". Algo como eso de cuando los gobernantes y dirigentes son más cautelosos, dicen que estamos en "transición al socialismo". En este caso estaríamos como reescribiendo, a través de la historia venezolana, el discurso oficial, de cierto sector político y sindical, una versión de "El Quijote".
Sindicalista que se dice de izquierda, revolucionario y hasta heredero de Chávez, que se deja arrebatar la contratación porque confía en el Estado, un ente capitalista, como un carro sin batería que necesita le empujen para no encunetarse y hasta volverse para atrás, pareciera más bien una mojiganga y sacerdote que busca el paraíso comportándose de lo mejor, como muchachito bueno, pero de acuerdo a los cánones no de Dios, sino de los conductores. Y lo malo es que no dejan a la clase bajo los designios de Dios a quien consideramos justo y mágicamente equilibrado, sino de Maduro y Fedecámaras. El primero, al frente de un ente que es como la aguja de un peso que se inclina hacia el lado donde mayor sea la carga, sin tener la fuerza necesaria ni siquiera la voluntad por su condición humana e individualidad; mientras que Fedecámaras en su bandeja deposita toda la que es propio de su clase, y hasta todos ellos allí se encaraman, los que no han bajado sus banderas, no están en cuarentena porque primero es la economía, ni se inventan historietas idealistas y están allí, exigiendo, reclamando e imponiendo.
Maduro, por sí sólo, no tiene todo el peso, voluntad, acicate y necesita el empuje, la contención manifiesta de la clase trabajadora que cree y quiere representar. Pero siendo así, Maduro y los sindicalistas parecieran haber acordado declarar a esa fuerza y a estos que ejercen su representación en algo más que en cuarentena forzada. Y al frente queda él ejerciendo una representación que no le corresponde, más siendo el jefe del Estado, un instrumento que, como ya dijimos, se inclina hacia donde decida quienes empujan con más fuerza.
Los sindicalistas de la otrora izquierda y advenedizos recién llegados, sin siquiera convocar los respectivos congresos a los cuales están obligados, decidieron por su propia voluntad, como es usual ahora, por el universo todo, declarar la "Lucha de clases extinguida", "la sociedad venezolana socialista" y la ausencia de motivos para exigirle al patrón – que pareciera tampoco no existir, de acuerdo al cuento - la firma de contratos y no habiendo de estos, entonces no hay pues nada que reclamar ni motivos para vivir. Estaríamos en los espacios de Dios y este, con su eterna justicia, repartirá equitativamente, no sólo los beneficios del trabajo, sino la felicidad igual para todos, porque sin habernos dado cuenta de hecho, nos volvimos iguales, nos emparejamos en una noche de sueño muy largo. Pero todo es vana ilusión, un espejismo, no es Dios, sino Maduro, un humano y un uno.
Es triste ver a los sindicalistas opositores lamentándose porque la ONAPRE y ese advenedizo que ejerce de Ministro del Trabajo, les metieron los toros en el corral y más nada. Pero es deleznable, que quienes se autocalifican de chavistas y revolucionarios se muestren complacientes y en actitud de acompañar a unos burócratas que están negando el valor y significado de la contratación colectiva de los trabajadores.
Y con esa conducta le imponen a los trabajadores del sector privado bajen sus banderas y abandonen sus luchas; o lo que es lo mismo se dejen imponer por los patronos los salarios que a ellos bien les parezca menester. ¿Acaso el Estado que eso hace con sus trabajadores tendrá autoridad moral para exigir al universo privado una conducta diferente?
Además, como ya dijimos, el Estado ni siquiera en eso piensa, pues ese mundo del privado no existe, es pura fantasía; es un sueño que viene del pasado.
Los sindicalistas del oficialismo, supuestos revolucionarios, dejaron la lucha por la justicia social, lo participativo y protagónico, para ejercer cargos burocráticos en el aparato del Estado y hasta dedicarse a distribuir el Clap, pues en eso se ven combatiendo al capitalismo, haciendo la sociedad más productiva y justa. Es su manera de desatar, con la fuerza de una enorme torrentera, las fuerzas productivas y defender los intereses de la clase. "Toma tu cajita de Clap y olvídate de los contratos, tu derecho a reclamar mejor participación por el producto de tu trabajo, es una falsa ilusión."
Lo que demuestra que pese el Papa anterior cerró el limbo, este sigue abierto y vivo, como quienes venden carne al precio que les da la gana.