Bien sé que, recordar a los griegos es casi un lugar común cuando se habla de arte, poesía, escultura, pintura, filosofía, política, etc. Pero no le queda a uno otra alternativa, pese a que lo tilden de fastidioso o presumido - da igual -, que volver sobre los ilustres descendientes de Helenos y Pelasgos, cuando se trata de buscar los orígenes de muchas de nuestras instituciones políticas. Los griegos, en cualquiera de las ciudades expandidas por la parte continental europea, en el área peninsular que los clásicos llamaron el "Peloponeso" o en el sector asiático, no se andaban con remilgos o escondederas detrás de un lenguaje balurdo y presumido en el momento de mejorar su "democracia". Era una democracia esclavista y con linaje, pero sujeta a cambios frecuentes para resolver los enfrentamientos entre quienes ellos admitían como ciudadanos. Digo lo de democracia por seguir la costumbre de llamarla así, pues estrictamente hablando, tal democracia griega nunca existió, pues donde no hubo esclavos, si ilotas, que era otra forma de esclavitud, salvo que no se podía vender al sujeto a tal condición como una mercancía, pero si se dejaba en herencia.
Y, de esas ciudades griegas, la que más se destaca es Atenas. Fue en esta ciudad, ubicada en el norte del "Peloponeso", en la costa oeste del mar Egeo, donde nació la figura del representante popular a los órganos del poder público con asignación pecuniaria del Estado; es decir, allí nació eso que hoy llamamos parlamentario con sueldo, que el fisco nacional de Venezuela cancela puntualmente, sin retraso alguno y con generosidad. Se dice, sin dar datos precisos, que se trata de funcionarios del Estado que están muy contentos de serlo, más por los beneficios que reciben que por lo digno del cargo. Y es casi seguro que así sea, pues de ser lo contrario, como pensar que vayan con puntualidad a su trabajo y hasta bien vestidos y arregladitos. Además, de no ser así, ya serían ellos los primeros en protestar por lo bajo del salario. Y es por eso que hasta los opuestos del gobierno de eso nada dicen. ¿Cómo ser diputado por el Estado Sucre, siendo nativo y viviendo allá, donde se tiene la familia, ganando cuando mucho, 30 ó 40 dólares mensuales, salario de los altos entre los docentes universitarios? Lo más seguro es que, cualquier diputado, no voy a nombrar ninguno para no herir susceptibilidades, ya se hubiera vuelto "emprendedor" y puesto, por los alrededores del Capitolio, donde circula tanta gente, a vender "cuadros, elaborados y sellados" y hasta cambures o condones.
Tanto parece ser esta una verdad en Venezuela, que allí, en ese espacio, Ud. no escucha a nadie lamentándose del costo de los alimentos y las medicinas y lo bajo del ingreso. Ellos discrepan por otras cosas que no son del interés del colectivo. Justo por lo que el colectivo, como diría Elías Jaua, tampoco ahora a ellos atención les presta.
Uno de esos tantos reformadores, que en Atenas los hubo en número apreciable, creo fue Pericles, entendió un día que era un ventajismo de los grupos económicos - nobles o plebeyos - que la representación en las asambleas encargadas de legislar y vigilar la conducta del poder estatal, no fuese recompensada con un salario decente. Pues si esto no se hacía, la representación popular, cuando recaía en verdaderos representantes del pueblo, faltaba a su trabajo y en su obligación de vigilar, por carecer de los medios económicos para dedicarse con libertad a esa tarea. Pericles, Clístenes o quizás otro - ahora mi memoria no precisa - decidió que cada legislador o representante a la asamblea de la Ciudad Estado, debía recibir un sueldo; claro, no tiene nada que ver con eso tan astringente que ahora en Venezuela llamamos también salario.
Para los griegos ejercer la representación en las asambleas, se fuese noble, rico o plebeyo, era algo mucho más que un honor. Allí debían ir los mejores. Y en verdad que muchos iban. El griego poco interés tuvo en la cuantía de la mesada aquella. Al rico poco falta le hacía esa cifra de dinero. Al pobre le bastaba para cubrir sus necesidades y vivir decentemente y con dignidad.
La medida fue considerada y lo es, de carácter popular y, para el regusto de otros, progresista. ¡Hágase un templo a la palabra!
Se favoreció a los representantes populares, plebeyos pobres, pues a partir de ese momento pudieron dedicarse por entero a esas sagradas obligaciones.
Y los gobernantes atenienses, arcontes les decían, para reformar cuanto había que hacerlo, no dudaban ni un instante, ni se diluían en viscosos caldos de palabras insustanciales.
Y los representantes, con toda la sabiduría que atesoraban, no se halló entre ellos un analfabeta funcional, tampoco como ahora un contrabandista de droga, no evadían el cumplimiento de sus responsabilidades, ni se ausentaban del trabajo alegando la pequeñez del salario. No registra la historia de la legislatura ateniense que la presunta insuficiencia de la mesada, en todo caso tres y cuatro veces superior a la de un profesional medio atiborrado de trabajo, hubiese sido causa para que el representante popular cumpliese sólo a medias su trabajo.
Tampoco se ha sabido que los legisladores griegos se hubiesen valido alguna vez de su peculiar condición para hacerse aumentos pecuniarios excesivos, mientras otros trabajadores que hasta se juegan la vida y, si algo logran, generalmente es una miseria. El legislador griego, al parecer, en eso, fue muy serio y respetable.
La representación popular no es una profesión ni una ocupación mercantil, es un altísimo honor y como dijo alguien, "a mayor responsabilidad más deber y sacrificio". Y, quien esto no entienda, no debería ir al Congreso. Y además, desde los griegos, los legisladores están entre los trabajadores que más ingresos perciben.
Pero hay algo más entre nosotros, ahora en estos aciagos momentos; los legisladores, oficialmente, no son agentes del Poder Ejecutivo y menos de la clase dominante; porque por más que uno se vuelva platónico o se embarque en esa aventura de mirar el mundo al revés, para recordar a Galeano y más viéndoles comportarse como se comportan, eso no son ni deben ser. Pues en verdad, lejos de ser representantes, que lo serían de sus electores, son una extensión de lo participativo y protagónico en el ejercicio del poder popular.
Siendo esto último, tal como lo dice lo constitucional y lo afirmaba a cada instante el Comandante Chávez, a ellos les corresponde velar por el bienestar del pueblo, de los trabajadores y ancianos, más que de las clases con poder y capacidad de presionar, exigir y ser escuchadas y sobre todo atendidas. A quienes sin duda atienden. Tanto que ellas están complacidas y satisfechas.
Entonces, esos legisladores, asambleístas, que quizás por no pasar las penurias de maestros, enfermeros y los trabajadores todos, platónicamente suponen que todo el mundo anda como ellos y no sienten la obligación de velar por el resto y sobre todo tomar decisiones, lo que está en el campo de sus responsabilidades y obligaciones.
Pero como no es así y el gobierno por el discurso que viene haciendo, sobre todo el de fin de año, el de la presentación de cuenta ante la AN ahora en diciembre, donde la idea pareciera ser que los trabajadores ajusten más el cinturón, los viejos pensionados y jubilado se acaben de morir y dejen la jodedera, porque por ellos no se van a sacrificar los otros, sería saludable, justo, que los legisladores tomen conciencia de su responsabilidad, obligación y así como sacan sus cuentas y exhiben sus ajustes en la dieta, también tomen alguna resolución en favor de quienes ponen los votos para que ellos estén allí y, aún no poniéndolos, tienen pleno derecho a recibir un ingreso satisfactorio, si no tanto como el de ellos, si como para llevar una vida digna de acuerdo a lo que demandan las leyes, la justicia, el mercado y la necesidad que la sociedad tiene de subsistir.
Debe ser vergonzoso ser diputado, no importa el universo al cual se haya adherido, de un lado u otro, "porque ambos bandos predomina la misma actitud", sabiendo lo miserable del salario del trabajador, jubilado o pensionado venezolano, y mantenerse sin levantar la palabra en contra de eso. Y es más, es como un crimen de lesa humanidad