La mitología y rentismo petrolero y las luchas salariales

Sábado, 25/02/2023 03:29 PM

Desde muy jóvenes, no había caído Pérez Jiménez, comenzamos a leer y participar en conversaciones acerca de la necesidad de romper con el rentismo petrolero. Es decir, de liberarnos de la dependencia del hidrocarburo. Después supimos, como la dirigencia nacional, comenzando a deshacerse del lastre gomecista, con Alberto Adriani y Arturo Uslar, en tiempos de López Contreras e Isaías Medina, hablaron de "sembrar el petróleo". Específicamente, el autor de "Lanzas Coloradas", en el diario "Ahora", el 14 de julio de 1936, publicó un artículo con ese título.

La segunda guerra mundial creó una coyuntura propicia para impulsar el desarrollo industrial de países periféricos como el nuestro. Era significativo el ingreso petrolero y la industria de los países entonces ejes del capitalismo estaba volcada al armamentismo. Por eso, figuras de la balbuceante burguesía nacional hablaron aquel lenguaje. Lo que en definitiva no significaba otra cosa que este "rompamos con el rentismo petrolero". No habiéndolo hecho en su oportunidad, porque aquí se reprodujo una burguesía parasitaria que en gran medida nada produce sino que vive de las importaciones que facilita el ingreso del petróleo, llegamos a finales del siglo veinte con esa tarea incumplida.

Romper esa dependencia se nos volvió como el mito de "El Dorado", aquel que llevó a los conquistadores españoles "hasta más allá de más nunca", buscando una "riqueza fácil", sarcásticamente mediante un esfuerzo gigantesco, el que invirtieron en un empeño inútil, en lugar de dedicarse al trabajo creativo. Más de 200 años invirtieron los españoles en la conquista y colonización.

La tarea que tomaron para sí los revolucionarios, que bien pudo ser de aquella burguesía, se tornó contraria a los intereses de los nuevos conquistadores, el imperialismo y sus socios internos del gran capital importador. Por eso Chávez la retomó y se la planteó como fundamental para la revolución. Entonces habría que preguntarse ¿en qué hemos fallado?

Los políticos progresistas e izquierdistas de la década del 60 retomaron esa tarea dado el fracaso de toda la historia anterior. Betancourt y los suyos, quienes desde los tiempos estudiantiles bregaron por todo lo que aquella consigna implica, llegados al poder, más allá de la mitad del siglo 20, la tiraron por la borda y asumieron la sustitución de importaciones, lo que significó asociar a la economía de puerto ya existente, al modelo de ensamblar productos a medio terminar para que el capital externo aprovechase nuestra mano de obra excelente, barata y hasta nuestro propio mercado para el consumo de las mismas. Por eso, lo que entonces se llamó la "Ley del hambre" que redujo los salarios y por primera vez se devaluó el Bolívar, en Venezuela se desató una gigantesca ola de protestas de trabajadores todos, el movimiento estudiantil y el gobierno, pese el Pacto de Punto Fijo, perdió todo respaldo popular.

Fueron esos los días de la Revolución cubana y su efecto ecuménico en toda América Latina, lo que contribuyó que, en medio de aquella crisis, por lo menos en Venezuela, tomase cuerpo la idea de la lucha armada. Sus promotores, aparte de esa influencia romántica de la que ya hablamos, se fundamentaron en la feroz represión que el gobierno desató en función de defender su proyecto de entrega del destino nacional en manos del capital externo. No hubo en Venezuela una clase capitalista y tampoco una política que ofreciese una opción diferente.

La represión de Betancourt, que se fortalecía en las respuestas violentas y fuera de la legalidad del movimiento progresista y revolucionario, terminó, en convencer a una importante vanguardia, entonces con mucho apoyo popular que, "en este país están cerradas todas las salidas y no queda otra opción que lucha armada urbana y rural". Para esa vanguardia, todo resquicio de legalidad y lucha con las masas por delante, aprovechando la enorme inconformidad, estaba cerrado.

La salida o idea genial fue abandonar la legalidad, la lucha de masas y plantear una en donde el gobierno tenía todas las de ganar como en efecto sucedió y el modelo importado de Betancourt se impuso. Planteamos la lucha en donde nadie teníamos y mediante un proceder y recursos donde el contrario tenía todas las de ganar. La lucha por los salarios para entonces en los "revolucionarios" no tuvo interés alguno. Lo importante era tomar el poder, sin medir las circunstancias, para terminar en la ruina, hechos polvo y en un estado aluvional, como gustaba decir a Carmelo Laborit. Al final, Betancourt y los suyos terminaron fortalecidos, en buena medida ganándose el apoyo de fuerzas antes en discordia con ellos y su proyecto.

Desde mediados de la década del 60 del siglo pasado hasta 1998, lo que solemos llamar la izquierda, por una vieja tradición y un simbolismo bastante conocido y arraigado, fue como el archipiélago griego, un infinito número de parcelas, unas diferenciadas de las otras por pequeñeces y hasta por los recelos personales del liderazgo. Hasta que, de repente, sin que ese "liderazgo" se percatara, se sobrevino el "Caracazo". Esta vez, el movimiento popular, de manera casi espontánea, reaccionó contra las medidas neoliberales del gobierno de Carlos Andrés Pérez, que pocos meses atrás había ganado las elecciones con más del 60 por ciento de los votos depositados. Una experiencia digna de tomar en cuenta.

Y en medio de ese zafarrancho, la izquierda dividida por pequeñeces y hasta mezquindades, no tuvo respuesta y se limitó a observar desde la parte de arriba de las gradas.

En el ejército, un grupo de jóvenes presenció aquello, se impactó y hasta se sintió motivado para reactivar la lucha a su manera y eso nos llevó al 4 de febrero y al ¡por ahora!

Chávez, hecho candidato pudo unificar a todas aquellas fuerzas que ya antes se habían acercado para formar aquello que Caldera llamó el "chiripero", que terminó en lo mismo, dado que el candidato no tenía ningún compromiso ni oferta que cumplirle al movimiento popular.

Y el de Sabaneta ganó las elecciones; en su programa, consignas y espíritu y, de quienes detrás de él se alinearon, reapareció la idea de "sembrar el petróleo" y, en su optimismo o quizás por "delirantes sueños, se habló del socialismo como meta del nuevo su gobierno, lo que en la cabeza de muchos, del lado de allá y de acá, se instaló como una realidad y supuesta práctica.

Pasaron los años, más de 20. Aquel soñador "dejó este mundo" o "le sembraron", como gusta decir a mucha gente, lo que en él pudiera tener valor, que se pierde cuando se le aplica a cualquiera, pero en lo que respecta a lo de sembrar el petróleo, que sería revitalizar la economía, ni siquiera en este tiempo y bajo su mandato, nada hicimos. La tarea encontró a su paso excusas para ser pospuesta. Se impuso la idea que lo primero era consolidar el poder, como si una meta a la otra contradijese, mientras se hacían y decían otras cosas que sí se convirtieron en escollos. Pasó el tiempo y con este nuevas cosas y lo aluvional o dispersión de las vanguardias volvió a reaparecer. Y el pueblo, los trabajadores que conforman la mayoría, entraron en un estado de frustración y distancia. Y fue tanto el desconcierto y la duda que, todo terminó como un pacto, estancamiento, donde los poderosos hacen e imponen lo que les conviene. Y como en la década del sesenta, el asunto de los salarios, perdió importancia ante lo de mantener el poder. Los "revolucionarios" del 60 decantaron las luchas por el salario por alcanzar el poder a su manera y los de este tiempo para conservarlo; si es que es valedero afirmar esto.

Ante esto recuerdo a mi viejo amigo y compañero, el poeta Heli Colombani, para quien, "llegar al poder" e invertir todo el tiempo, esfuerzo y hasta la fe nuestra y de las multitudes en sólo mantenerlo, no parece un empeño satisfactorio y feliz; más si eso pasa por arriar banderas, principios, como las luchas por el salario y el bienestar de los trabajadores de todos los ámbitos de la actividad humana.

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