De Teodoro Petkof al ahora, la soledad de la muerte. Las viejas ofertas salariales, sus condiciones

Sábado, 04/03/2023 01:47 PM

¡Lo pasado, pasado! Así se suele decir, cuando se intenta olvidar algo que, el sólo hacerlo, trae beneficios, como enterrar los rencores y restablecer la amistad, deteriorada por las malas acciones de antes. Y esto suele ser bueno y por ende recomendable.

Las circunstancias políticas y particularmente económicas que aniquilan a los venezolanos, demandan revisión profunda de muchas cosas, hasta algunas tenidas como de "principios", que no lo son tanto, dicho así por no pecar de radical y restarle importancia y sensatez a lo que se diga en contrario, sino más bien diseños y ejecutorias de orden tácticos equivocados, creyendo que se puede alcanzar el cielo con un palo de escoba.

Si algo he aprendido, por lo menos yo, lo admito con la mayor sinceridad y humildad posible, es que quienes hemos estado metido en política y en posiciones contrarias al imperialismo, particularmente el que expresa la economía y el capital norteamericano, pese lo acontecido con Cuba, que es un caso muy particular, lo advierto, donde hubo expropiaciones a granel, entre grandes y pequeños, por creer que la vida es como uno se la imagina, desconocíamos la capacidad del modelo imperante para aplicar la multitud de sanciones que nos ha aplicado. Hasta los reales nos secuestraron y "escondieron los tornillos. Soñamos con una indefinida ayuda "externa", pensando en aquello del internacionalismo proletario, capaz de contrarrestar lo que podía desatarse. No voy a olvidar nunca aquella frase frecuentemente repetida por Chávez, "aunque EEUU no nos compre una gota de petróleo, nuestra revolución seguirá triunfante".

Pero por los recursos de Venezuela, que son abundantes y de distinto carácter, aquellos derivados de la sólo naturaleza y la capacidad del venezolano, podemos revertir la situación, siempre que asumamos la coyuntura y las dificultades con realismo, sentido patriótico, poniendo por delante los intereses de las mayorías y no de los grupos políticos, empresariales o personalidades. Esto implica buscar acuerdos razonables, empezando entre nosotros mismos, que hagan posible desmontar el entramado existente y donde los intereses vitales de la clase trabajadora no sigan siendo vulnerados y la inmensa mayoría sometida casi a la humillación y la indigencia.

Se impone la búsqueda de acuerdos, sin que eso implique entregar la soberanía, pero tampoco sobre la base de aspiraciones ajenas a la realidad. Seguir soñando con un cambio de relaciones a corto plazo del modelo mundial y con la aparición, de entre las brumas, de la mano extendida generosamente que nos llevará a la felicidad con modelo económico de un sólo sopetón, es infantil y nada fácil, como si se tratase de hacer una o miles de viviendas.

Todo lo anterior, nos lleva de nuevo a llamar de la atención o recordar aquel dilema que envolvió a Teodoro Petkof, bajo el gobierno de Caldera, a quien, muchos de nosotros y de quienes gobiernan, apostrofamos feamente y con justicia. Dilema que ahora envuelve a quienes gobiernan, herederos de Chávez, según sus propias expresiones, y todos de quienes se opusieron al ex líder masista. Pareciera que el espíritu de Teodoro tomase los cuerpos de quienes antes le combatieron.

Somos víctimas, eso es cierto, de unas sanciones que antes no previmos, menos la magnitud y según el parecer del gobierno, entorpecen todo intento de recuperar la economía y el derecho a vivir con dignidad de los venezolanos; de esa inmensa mayoría sujeta a salarios y pensiones de miseria. No podemos, por razones ajenas al interés de esa mayoría, prolongar esta situación a espera que surja algo novedoso, imprevisto, conducta que no parece sustentable en la realidad. Tampoco es justo que, una minoría de políticos de distintos bandos y empresarios de la vieja clase y de esa y que "burguesía revolucionaria", lo que he llamado el "proyecto Frankenstein", no afectados por esta crisis, tanto que viven hasta mejor que en los viejos tiempos, persista en mantener la situación como está. Eso no tiene justificación alguna, política ni moralmente. Pareciera más honroso perder el poder o compartirlo con aliados pertinentes, que mantenerlo como ahora, a cambio de tanto sacrificio de la gente humilde y de la inmensa multitud de trabajadores activos, jubilados o pensionados. Para mi viejo amigo, el poeta Helí Colombani, ya fallecido, eso tenía los rasgos de una canallada

Biden acaba de prorrogar el decreto de Obama que nos declaró "una amenaza inusual y extraordinaria"; lo que significa que no están en disposición de suspender las sanciones y uno supone que, algunas condiciones significativas se ponen para eso. Pero sucede, eso es por demás evidente, que esas sanciones sólo afectan a los venezolanos más humildes, empezando por los trabajadores, sujetos al pago salarial y sobre todo a quienes le sirven al Estado. Pero eso afectó además al sistema de salud, educación etc. La educación pública, particularmente, ha entrado en un período de tanto deterioro que favorece más que antes al sector privado. La mayoría de la población corre el riesgo de perder dos servicios vitales, educación y salud; si acaso no es válido decir que ya casi los hemos perdido.

¿Y todo eso a cambio de qué? ¿De consignas, ofertas abstractas, pese la buena fe que en ello haya?

Alguna salida debe haber ante este estado de cosas y hay que buscarle, pero poniendo énfasis, esto es lo fundamental, en los intereses de los trabajadores. Pero por eso debemos recordar en el texto que sigue, como Teodoro Petkof, bajo el mandato de Caldera, concibió la idea de entregar lo relativo al cambio de la forma de calcular las prestaciones sociales, bajo unas promesas que, como recordamos en lo siguiente, nunca se dieron. Y también tomar conciencia que se trata de negociar con quienes tienen la verdadera pertinencia para ello y no con payasos que se comprometen a cumplir cosas que no dependen de ellos. Nunca antes, aquello de "no se negocia con los payasos sino con el dueño del circo", se manifiesta con mayor realismo.

Pero al entrar a negociar, lo que no es nada deleznable como para llamarle diálogo infecundo, es necesario recordar la experiencia de Teodoro, sobre la cual hablamos de seguidas. Se trata de negociar para desmontar lo que sea pertinente sin entregar la seguridad y el bienestar de la clase trabajadora o para mejor decirlo, sin seguir en el status, donde ella es la única que se sacrifica, mientras quienes fingen de defensores de la soberanía, parecieran vivir en otro mundo.

Recordemos lo que pasó con Petkof

Durante años machucaron el estribillo. Hasta uno, que siempre ha sido desconfiado y predispuesto a no creerles, terminó bajeado por el vaho discursivo y de encargo de Teodoro. Y pese a que la vieja Ley del Trabajo de Caldera, era la pesada piedra a la cual atada estaba la vejez nuestra, optamos por aceptar se le modificase porque, según los entendidos, era la variable fundamental que impedía el crecimiento económico y que los panes se multiplicasen. Los del IESA, que sin duda se las saben todas, aseguraron, con sus bolas de cristal entre las manos – ¡así de grandes las tienen!-, que modificar la Ley y establecer un nuevo cálculo de las prestaciones sociales de los trabajadores, significaba un salto espectacular en la vida de Venezuela. Bonanza, paz, empleo y aumento inusitado de la producción, eran las consecuencias que nos esperaban. La democracia gozaría de buena salud de aquí a la eternidad y haríamos del "capitalismo salvaje", según el calificativo papal, un joven moderno y buenazo.

Aquella anacrónica disposición laboral, según el sonsonete de los oráculos de la economía, domadores de dinosaurios, era un dique que contenía todo el deseo de invertir, crear y generar riquezas que caracteriza al empresariado criollo.

¡Y entró en escena Teodoro! Asumió aquel discurso y contribuyó a que, hasta los asalariados pensásemos que, en gran medida, culpables éramos de esta peste que a Venezuela asola.

Los magnates de las mordidas, de los negocios fáciles y de los créditos blandos de la Venezuela saudita, como los viejos políticos y la malévola clase sindical, no sumaban los puntos necesarios para solicitarle al trabajador aquel esfuerzo. Tampoco los técnicos, cuyas letanías sonaban a lección de ultratumba o de aulas olorosas a colonia y a mobiliario nuevo. Los disturbios y alzamientos contra Pérez, la corrida vergonzosa de los banqueros -¡prominentes figuras y "dignos" depositarios de la moral del sistema!- , exigían un nuevo protagonismo. Y en esto llegó Teodoro y mandó a parar. ¡Basta ya que los trabajadores exploten a los creadores de riqueza¡ ¡No podemos permitir que una clase parasitaria se coma los recursos del país y de paso inhiba el deseo de invertir y las locas ganas de producir del sector empresarial!

A Teodoro Petkof Malev, el legendario escapista de las cárceles adecas, lo atrajo el canto cibernético de sus antiguos adversarios. Modificar la Ley, prestando para ello, su ya desleído prestigio guerrillero y fama de que ¡con los ricos ni de vaina!, lo llevaría a Miraflores sobre los hombros de camisas abiertas y levitas.

Teodoro hoy solo se encuentra. En las cárceles de antaño y en la incomodidad de una concha clandestina, gozó de afectuosa y fraternal compañía. Pese a que él, como para consolarse, diga que si bien está muy mal en las encuestas, goza del respeto de los empresarios. ¡Estamos mal y la vaina va peor! ¿Qué habré hecho, Dios mío?

Pero algo hay que hacer. No es suficiente excusarse en el rival e insensibilizarse ante el dolor de la inmensa mayoría de la población que ya ni lucha sino clama y casi llora de impotencia.

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