A la comandante Carmen Díaz

Para unos emigrantes venezolanos triunfar en Chile una dura prueba

Lunes, 01/01/2024 06:58 AM

Esta es la historia de una joven familia venezolana que se vio obligada a abandonar su país, y salir casi a escondida por las fronterizas trochas colombianas. Una familia que trataba de sobrevivir al acoso de una delincuencia prácticamente incontrolable, que se había desatado por entonces, hacía cinco años, en la capital del Estado Zulia: Maracaibo.

Todos los esfuerzos realizados no atinaban alcanzar los mecanismos policiales apropiados para frenar a los malhechores en su perversión de apropiarse de lo ajeno. La policía muchas veces lograba dar con ellos. Los apresaba. Pero resulta que por tratarse de menores de edad, a los pocos días, eran puestos en libertad, debido a que la policía no contaba con instalaciones carcelarias apropiadas para recluir a delincuentes menores de edad. Eso fue lo que siempre arguyeron las autoridades cuando liberaban a los bandidos. Y ellos al transcurrir unos días volvían a robar.

Lo cierto es que la clínica para animales de la doctora María Laura Rodríguez en Maracaibo no alcanzaba ver la luz al final del túnel. Tema que se había convertido en un especie de círculo vicioso: los delincuentes robaban, la clínica denunciaba, la policía detenía a los pillos (a quienes conocía de sobra), pero luego los tenía que poner en libertad: "cosas de las leyes doctora". Así la gran perdedora era la clínica que solo le dolía a su propietaria y a los veterinarios que trabajaban allí.

En uno de esos tantos robos los ladrones se llevaron un microscopio muy costoso, que no lo había en Maracaibo y sus alrededores. El aparato nunca apareció; se presume que los delincuentes lo desarmaron y lo vendieron por piezas en Colombia o, quizá, lo habían ofrecido en venta, en Venezuela, a algún cliente o "aguantador" ––como les llaman–– tan perversos como ellos.

Sus procedimientos se estaban convirtiendo en rutina, los bandidos volvieron a caer en manos de la policía, por otro robo, y hasta se asomó una idea severa, muy severa, para exterminarlos, pero la propietaria de la clínica no aceptó. Hasta que días después dichos pervertidos sociales, una madrugada (3:oo ó 4:oo am sería) sacaron de cuajo una ventana de hierro que estaba incrustada, bien adherida a una pared frontal del inmueble del centro asistencial para animales, bastante visible desde la calle.

Un vecino del lugar contó el día siguiente que él estuvo llamando por teléfono muchas veces (ene veces) a la policía para denunciar lo que estaba viendo desde una ventana de su apartamento, pero nadie atendió, no hubo forma que alguien en los cuerpos policiales, atendiera esa llamada.

Bueno, la doctora María Laura Rodríguez bajó la santamaría: enrolló su título universitario, agarró a su hijo de unos siete u ocho años de edad, convenció a su esposo, quien también cargó con sus credenciales académicas universitarias e incluyeron en el combo de emigración a Lila, su perrita mascota. ¡ Y se fueron sin decir a nadie !.

Segunda parte de la historia

La clínica de la doctora María Laura Rodríguez en Maracaibo ahora está cerrada. Los cinco veterinarios que trabajaban con ella ahora prestan servicios en otros puestos de trabajo. Este centro veterinario había surgido del éxito que ella tuvo en el ejercicio de sus pasantías como becaria docente, en la Policlínica Veterinaria de la Universidad del Zulia (LUZ) lo cual influyó para que especialistas en el ramo la motivaran y apoyaran en la creación de su propio centro médico veterinario. Posteriormente, en el marco de la concepción de la empresa, ella fue incorporando a otros médicos veterinarios recién graduados.

El esplendor juvenil enriqueció de magia e inteligencia renovadora el lugar, y lo hizo florecer maravillosamente. Todo iba muy bien hasta el punto que un profesor de la Escuela de Veterinaria de la universidad se sumó al grupo dándole una nueva dimensión al trabajo. A partir de su incorporación se incluyó una nueva especialidad al servicio. Se ofreció atención completa a fincas de ganadería vacuna de doble propósito (leche y carne) como también a especies equinas (caballo).

Pero todo se vino a menos cuando aparecieron los "ladrones". Cuando estos antisociales fueron informados de alguna manera de los ingresos que percibían estos honestos jóvenes profesional universitarios.

Los robos fueron ocurriendo de manera exponencial hasta que resultó imposible cubrir los gastos del centro de atención animal y mantener a los pillos en sus delitos ya descritos.

Ahora le toca a la doctora María Laura Rodríguez y su núcleo familiar repensar el nuevo horizonte, le corresponde seguir en medio de una sociedad diferente, otra cultura. Dar con una estrategia que le abra pasos a cada uno de los miembros de la familia en su respectiva inclinación y aptitud personal, asumir su propio paradigma o asimut.

 

Estamos ante una familia venezolana un tanto desarraigada de su querida Venezuela. Cinco años en Santiago de Chile. Allí nació María Daniela que ya tiene tres años de edad y por supuesto es chilena con sus documentos que la identifican como chilena de nacimiento de padres venezolanos.

Las informaciones que trascienden en la prensa internacional interesadas o sesgadas sobre venezolanos que migran no siempre se ajustan a la verdad verdadera, obedecen por lo general a intereses políticos para desprestigiar al país. Esas informaciones se afincan en los miserables de siempre: los marginales, a los que se le ubica en la orilla: los que roban celulares o carteristas. Esos medios son implacables con los de cuellos zarrapastrosos, con los nadie, pero a los de cuello blanco, no se les toca ni de vaina. A esos que se van huyendo de la justicia cargados de millones de dólares robados en las arcas públicas venezolanas a esos se les llama Su Excelencia. Los conocemos sin necesidad de ahondar mucho en detalles. Los conocemos. A esos los conocemos como al pájaro...

Pero por supuesto que no las tiene fácil ningún venezolano que migre si no descarga toda su artillería contra el gobierno. Todos somos producto de un mestizaje. Eso es bueno que se tenga presente a la hora de asumir una decisión que nos conduzca a opinar o emitir un juicio de valor, en el extranjero, sobre cualquier compatriota.

Habría que mirar hacia atrás, retrospectivamente, y partir de esa historia. No todos los países de la región son como Venezuela, caracterizada como un país brazos abiertos para cualquier foráneo.

El extranjero que vino a estas tierras desde el gobierno del general Isaias Medina Angarita (1941/1045) para acá, ubicándonos en el tiempo, a la dictadura del general Marcos Pérez Jiménez (1952/1958), e inclusive mucho más acá, durante la llamada IV República, hasta el presente, ha encontrado aquí la mano amiga del venezolano. Aquí se ha quedado y ha hecho familia. Allí está la prueba a la vista de quien lo desee. Un abanico de mestizaje cultural y raizal que ha producido belleza física y profundidad intelectual acorde con las exigencias de la contemporaneidad. Ese no es tema de este relato, pero no se elude si fuese el caso.

La doctora María Laura Rodríguez se fue abriendo paso en el pueblo sureño que conoce muy bien lo que hemos sido los venezolanos en materia de solidaridad. Allí siempre estará presente el ejemplo de don Andrés Bello, hasta los últimos grupos de chilenos víctimas de la dictadura del general Augusto Pinochet, que acudieron a Venezuela en busca de apoyo. Aquí se les ofreció a los hermanos chilenos trabajo y cobijo solidario que por modestia solo ellos serían los llamados a corroborar.

Con sus ahorros y apoyo económico paterno la joven veterinaria armó su tinglado. Comenzó vendiendo telas y baratijas en un mercado público mientras su cónyuge Daniel Briceño, profesor de deportes trabajaba en fábricas de construcción y ofrecía sus servicios en reparto de comida rápida como delivery. Hasta de barbero le tocó trabajar en medio del estrés que produce el rol de extranjero; al niño, destacado como jugador de polo acuático, le correspondió formar parte del equipo del colegio donde logró cupo después de cinco meses de haber llegado. Por su condición de deportista, recibía el almuerzo y además una bolsa de alimentos proteicos.

Así fue como esta familia de venezolanos sin mirar para los lados fue subiendo la cuesta, responsable de su papel como extranjeros –cosa que ninguno de los tres ha eludido–, todo lo contrario, ellos se sienten henchidos de satisfacción por haber subido, lentamente pero seguros, los peldaños de la pesada escalera.

La tercera fase de esta historia es digna de compartir:

la doctora María Laura Rodríguez realizó la revalida de su título universitario como Médica Veterinaria, además obtuvo un nuevo diploma expedido por la Universidad de Chile como Médica Veterinaria, y su esposo Daniel Briceño finalmente logró competir como nadador y rompió tres récors nacionales, dos fueron validados y el tercero no debido a que para el momento de la competencia aun no contaba con los documentos de residencia expedidos por la Oficina de Extranjería del gobierno chileno. A Briceño se le incluyó en la lista de atletas que representaron a Chile en el reciente VIII Campeonato Sudamericano de Natación del 15 al 18 de noviembre en Lima, Perú, compitió y ocupó el tercer puesto del Podio sudamericano, en 200 metros/espalda y, por otra parte, superó el récord que poseía Chile en esa especialidad.

Ahora dictará clases de natación en una universidad y funge como uno de los entrenadores de natación adscritos a la municipalidad de Ñuñoa en la ciudad capital.

Aquel estudiante de ocho años que comenzó jugando Polo Acuático, en el colegio donde recibía el almuerzo por su condición de atleta, ya citado en párrafos anteriores, Nelson John–Bow, ahora con diecisiete años de edad, se acaba de graduar de bachiller y le correspondió pronunciar debido a sus honores el discurso de orden de los graduandos, iniciará sus estudios universitarios en una rama poco frecuentada, en la carrera de psicología: Manejo y Prevención de Adicciones.

Ahora queda admitir estos ejemplos como válidos, y cuando ––por algún motivo–– nos corresponda emigrar decir con Mayakovski: El mundo es hermoso y es hermoso el vivir... E

invitar a Antonio Machado y cantar juntos: ¡No hay caminos se hace camino al andar!!

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