Departir en referencia a un amigo, un camarada de las eternas e irreductibles luchas, que se ha ido, a quien se le ha truncado su ruta, por un zarpazo absurdo, emboscada cruel de lo indefinible, en momentos que eran más que evidente, su acrisolada conciencia de pueblo, compromiso, aportaciones; no es nada fácil por lo impactante de la tragedia que se ensaño contra el que debería haber sido su verdadero destino.
Ser amigo de Stalin era fácil, hombre afable, de sonrisa franca y emergente; su transparencia evidente era una convocatoria a una amistad inmediata, sin pasantías zafrales o evaluaciones. La amistad con Stalin fluía de inmediato, Stalin era mi amigo.
Nos conocimos en Valencia, donde yo estaba a inicios del año 2000, en pleno hervidero y fervor de la lucha política, la llegada reciente de un gobierno que despertaba muchas esperanzas en un país agobiado y cansado de su larga historia de atropellos, vilezas y traiciones. Una reunión con amigos, compañeros de ideales y trajines militantes, fue el punto de partida de una amistad inmediata y ascendente.
Stalin en nuestras largas conversaciones, abría espacio para plantar a Trotski en el centro de ellas, le apasionaba su vida, hacía referencia a lo que fue la tragedia de ese insigne revolucionario, por la acción de sus verdugos; demostraba así su aquilatado conocimiento sobre el tema, que sin duda alguna se convertía en tributo y disfrute.
El aporte cimero, silencioso y modestamente valioso de Stalin a la causa del socialismo, es un legado producto de la constancia y sencillez militante de elevadas condiciones éticas, morales, hombre forjado en una larga historia, desde sus muy tempranos años, en valiente profusión de lo útil y necesario, para contribuir acertadamente a enfrentar desde su inobjetable valiosa trinchera, al fariseismo político, concretamente en el mundo de lo laboral, este, su razón de acción primordial, ejecutada sin aspavientos y altisonancias hipócritas, las cuales son propias de la demagogia profesional y bochornosa del sindicalismo patronal, atrasado y burocrático.
Al camarada Stalin Pérez; al que siempre veremos en el aura, en la brisa fresca y esperanzadora de los trabajadores honestos, militantes de la decencia de clase, resistiendo e insistiendo, contra las correrías de bizarrías sin concierto, huérfanas de alborada, cautivas en gargantas broncas del desatino, sin verdades, disimulando el extravío; es obligante, necesario, evocarlo, por hombre de elevada sencillez revolucionaria, marxista.
Rememorar las luchas de este amigo, camarada de las jornadas en surcos de erial de utopías, es más que un deber, es un imperativo de justicia, por historia y peso específico; es asentar en el sitial que le corresponde, las jornadas del pueblo, contra las tragedias de siempre, es escuchar su voz discrepante, eternizarla, en la continuidad de sus luchas más allá de lo temporal, cual hidalgo proletario, en huella, impronta de figura risueña e impaciente, trémulo en ansiedades de patria, en estelas vigorosas de quimeras tercas de vida y de voces en clarinada, alertando sobre rumbos o caminos angostos, estrangulados, descarriados, en noches de manto ciego, noria trágica de nuestra historia, estigma de los pueblos cuando no se han liberado.
Hablar en pasado de este amigo, quien apenas hace poco tiempo, energía y certezas derrochaba, es una sensación muy extraña, no nostálgica, ya que esto sería abrir las puertas a la injusticia cometida por la mano invisible del destino, es impotencia y rabia, y más que todo desafío al infortunio inoportuno y cruel.
Camarada Marilú, cuando la amistad se solazaba en las tertulias, durante cualquier tarde, en la fortaleza afectiva, que ha sido el hogar de ustedes, al abrigo de un café, elaborado por tu obsequiosa gentileza y la de Stalin, o del placer simple y genuino de ese encuentro, se estaba construyendo futuro, amistad, camaradería revolucionaria, nunca olvido.
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