La rebeldía, a los ojos de todo aquel
que haya leído algo de historia,
es la virtud original del hombre.
Oscar Wilde
Los políticos no son necesarios,
pero ellos nos convencen de que los necesitamos
para resolver los problemas
que, sin ellos, no existirían.
Fernando Sánchez Dragó
La siguiente historia es real. No nace en los surcos de una mente creativa, ni en bocas airadas y amigas del rumor. No. El relato que a continuación se presenta surge desde la protesta del corazón que ama la justicia, que rehúye al estatismo y se enamora de la inconforme postura.
Soy venezolano, caraqueño de nacimiento, tuyero de corazón y luciteño “por necesidad”. Hace poco más de 6 años que mi sustento depende de un “quince y último” otorgado por mis diversos servicios como funcionario público del Gobierno Municipal del municipio Paz Castillo (Valles del Tuy), en el Estado Bolivariano de Miranda, donde me he desempeñado como redactor de notas de prensa, diseñador gráfico, fotógrafo, jefe de Relaciones Públicas, investigador de la historia local y apoyo al sector cultural y turístico (logrando con todo esto recabar un extenso archivo fotográfico e historiográfico acerca del municipio, el cual no he dudado en compartir con estudiantes de diversos niveles educativos, así como grupos culturales populares). En fin, y no queriendo que se tome todo esto como vulgar “vanagloria”, he abusado de mis cargos sólo para profundizar en el conocimiento de la localidad donde me tocó vivir desde los 13 años, y, por lo tanto, difundirlo entre mis coterráneos, sin otro interés que el de garantizar el conocimiento exacto sobre el terruño que pisamos.
Soy amante de lo justo y lo correcto, de lo bien hecho y lo bien logrado. Me alejo de lo que se destina a dañar a otros y a mí mismo, no consintiendo ni apoyando con “espaldarazos” las incapacidades de quienes poseen una legítima responsabilidad con las masas, cuésteme lo que me cueste. Para finalizar, y para también evitar la formación en sus mentes de una imagen “de perfección” sobre quien esto escribe, debo decir con total responsabilidad y lejos de toda vanidad, que soy el más imperfecto de los hombres.
Pero hoy una amenaza se cierne sobre estos huesos. ¿Es posible renunciar a ser “ciudadano” para convertirse en “funcionario público”? No lo sabría explicar, las leyes, desde que se crean, caen casi de inmediato en el foso de la indiferencia.
Hace pocos días hice un reclamo al alcalde de este municipio, de quien soy empleado “de confianza” o “de la casa”, según sus propias palabras y las de sus delegados (aun cuando en la actualidad, aparentemente para alejarme del centro del poder municipal, me hallo desempeñando funciones en el Concejo Municipal de Paz Castillo, en comisión de servicio). Dicho reclamo consistió en un mensaje de texto a su celular -cuyo número él mismo da como garantía de su comunicación con el pueblo que él gobierna- donde, después de varios llamados sobre el estado de destrozo y abandono en el que se encuentra la calle donde vivo junto a mis padres y hermanos, le expresé irónicamente y como ciudadano habitante de su municipio, que “estaba cansado de llegar al trabajo con los zapatos llenos de barro”. Minutos después, por boca del presidente del Concejo Municipal, en el patio central del Palacio local de gobierno, me enteré de una nefasta noticia: el burgomaestre, en vista de mis reclamos “como ciudadano”, quería sentarse conmigo “para negociar” mi renuncia.
Tamaña sorpresa la mía, jamás había pensado que este alcalde haría tal cosa. Desde mucho antes de ser alcalde se perfilaba como tal, siendo diligente y escuchando a su pueblo desde una curul, pues antes de su llagada al cargo de burgomaestre fue concejal y presidente del cabildo local. En vista de ello no dudé ni un segundo brindarle mi apoyo, ejerciendo mi derecho a elegir libremente a nuestros gobernantes.
Casi de inmediato a mis reclamos, que no fueron los únicos, puesto que dos hermanos míos y algunos vecinos también habían reclamado lo mismo –el insuperable mal estado en que se encontraba la calle donde vivo-, el mandatario local envió una máquina y cuadrillas para intentar “paliar” el problema, logrando sólo aumentar los males, con la diseminación del barro no solamente en el resto de la calle, sino ahora también en las aceras, únicos espacios que permitían el tránsito sin tener que sufrir el “embarre” de nuestros zapatos.
Esta calle, que hace más de 8 años recibió un re-asfaltado completo, fue destrozada sucesivamente por los trabajos de Hidrocapital para reparar averías en el tubo matriz de agua, con la apertura de “hoyos” inmensos a lo largo de la calle, los cuales nunca volvieron a cubrir con asfalto, dejando que el clima y los vehículos de carga pesada –cabe destacar que a través de esta calle se accede a una zona industrial muy activa de lunes a viernes- se encargaran de terminar la destrucción. En la actualidad esta calle y sus alrededores se encuentran totalmente “intransitables”, habiéndose convertido en un río y lodazal en época lluviosa, y en polvorientos médanos en tiempo de sequía. Vecinos, transeúntes ocasionales, trabajadores, obreros, niños, choferes diversos, todos sufren estos destrozos. Y en mi opinión, el Gobierno Municipal no ha tenido la voluntad para revertirlos.
Con frecuencia algunos concejales, incluso el mismo alcalde, me habían dado la cola hasta mi casa, teniendo que recorrer la calle destrozada. Con sorna e ironía hacia sí mismos llegaron a expresar que “¡no hay gobierno en Paz Castillo!”, mientras circulaban dificultosamente el tramo vial, y mientras las llantas de sus lujosos vehículos caían irremediablemente en los huecos y charcas de mi calle. De hecho, recuerdo que muchas veces el alcalde me llevaba no hasta mi casa, sino hasta la entrada de la calle, en aparente “desgane” por tener que pasar la destrozada calle donde habito.
La amenaza de despido sobre mí, disfrazada de “negociación de renuncia”, práctica típica de estos gobiernos provincianos para deshacerse de funcionarios o personal con formación crítica y autocrítica, y eficaz tan sólo con empleados amorales y poco éticos que lo que esperan es una fuerte suma a cambio de su firma, es un signo de debilidad. Creo que nos dice que “esta sociedad no está apta para aceptar o entender que aún existen personas con una alta moralidad”, la cual no está supeditada a intereses materiales. Simplemente, la moral no se vende, ni se compra.
Los funcionarios públicos, ciudadanos también, pienso, debemos convertirnos en los “ojos” de los gobernantes, y más allá de utilizar la crítica como bandera desestabilizadora (algunos equivocados lo hacen), el interés de la misma debe centrarse en la resolución de problemas específicos, o al menos en “llamar la atención” del gobernante sobre el problema, para que lo conozca y tome las decisiones justas a la hora de su resolución.
Esta experiencia que describo, lo que me sucede en la actualidad, para que sea entendida como un problema alejado de los turbulentos vórtices de la “política partidista”, pero cercano, muy cercano, de los deberes que como ciudadanos TODOS tenemos que cumplir. De eso se trata una REVOLUCIÓN, la remoción de un sistema de valores culturales ajenos a la naturaleza social del ser humano, para la elevación de éste al nivel de aquello que siempre se ha denominado “EL HOMBRE NUEVO”. Pero aún seguimos pensando rupestremente.
jcarrasco31@gmail.com
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