Ramón Palomares: El viaje perpetuo de la palabra encantada

La huella de los poetas impregna la vida.

El mensaje del verbo refleja lo divino, y lo divino es lo que trasciende los tiempos en el lenguaje sublime de los pueblos.

Ramón Palomares es la palabra del común, de aquellos que -con la sencillez del lenguaje coloquial-, enriquecen los registros de la imaginación creadora:

Metete vos en el caldo, Juan León,

Juan León

que no hay nadita qué comer,

que descasea la carne y la yuca y las alverjas,

metete en la olla y hacete humo

aunque sólo tengás huesos y pellejo y dos dientes de abajo

Juan León

El gran vate del lar de las Nubes, es, también, luminoso depositario de la sapiencia poética que nos viene de Garcilaso, Calderón de la Barca, Sor Juana Inés de la Cruz y muchos más, que han habitado nuestro idioma con las palabras de Dios:

Esto dijéronme:

Tu padre ha muerto, más nunca habrás de verlo.

Ábrele los ojos por última vez

Y huélelo y tócalo por última vez.

Con la terrible mano tuya recórrelo

Y huélelo como siguiendo el rastro de su muerte

Y entreábrele los ojos por si pudieras

Mirar adonde ahora se encuentra.

Los poetas son, al decir de Vicente Huidobro, pequeños dioses. Por eso se aposentan en las almas, como Ramón, con la sublimidad de las querencias.

Comulgué -con devoción-, en su palabra pregonera. De muchas maneras, su impronta está presente en mi quehacer literario. El poemario El despertar de las piedras fue concluido en su casita de La Culata merideña, al influjo del arcano salmodiar del Mucujún.

Imborrable en mi memoria el certamen escritural en el cual participamos Palomares y su hijo Laurencio, Lautaro Ovalles, Pedro Ruiz y quien esto escribe.

Se entresacaban palabras o imágenes y procedíamos a votar.

No recuerdo que el bardo escuqueño perdiera en el certamen. Y por eso suelo llamarlo el "Poeta Invicto".

Ese contrapunteo lírico enriqueció un texto en el que se narra que las piedras tienen vida propia.

En mi libro Convite de Momoes rendí tributo "al profeta de la palabra encantada" con el poema Travesía, y, con reverencia le canto:

Hablo el lenguaje de castas palomas que arrullan los inquietos borbollones (…)

Con anillos de neblina las montañas me regalan su guarapo (…)

Bandadas de pájaros pueblan de arco iris el techo de árboles centenarios (…)

En no pocas ocasiones, en eventos para homenajear a la palabra o en encuentros de amistad o familiares, con voz reverencial, me urgía a la conversa:

"Vamos más allá. Hablemos de poesía; de Cervantes y de Shakespeare; de Gerbasi y de Melville. De la vida honrada por la poesía".

Su obra de ciudadano con alma de Patria, y su lírica trascendental serán bendecidas por quienes reverenciamos la palabra encantada.

Desde esta ciudad de Ginebra, bañada por un fino tapiz de nieve, rememoro, en esta hora de dolor, mi entrañable compartir con Ramón Palomares.

Ahora "El Sietecito" ha emprendido su vuelo hacia la eternidad.

Nos veremos donde moran las musas que han alimentado tu decir.



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Jorge Valero


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