"Los efectos de la conquista y todo el largo tiempo de la humillación posterior
rompieron en pedazos la identidad cultural y social
que los indígenas habían alcanzado".
Eduardo Galeano.
Desde la llegada de los invasores europeos al Continente Abya Yala, como ya lo he anotado en varios entregas publicadas, la cultura autóctona ha sido agredida de manera inmisericorde; fueron atacadas de manera brutal, las tradiciones originarias; las religiones, la cultura ancestral milenaria, los dioses naturales relacionados con la cosmovisión aborigen, basada en las ideas sagradas de los pueblos primitivos, fueron destruidos, para imponerles por la fuerza una cultura extranjera, completamente ajena a la forma de ser del habitante nativo, coartándoles la libertad natural y el don más preciado: la espiritualidad y sus territorios esparcidos de mitos, misterios y leyendas, que servían de sustento espiritual y a la vez eran el asiento vital para la producción de sus alimentos: la tierra que les fue arrebatada.
Es de notar que en las ceremonias de la Danza de Las Turas de los Ayamanes, nos encontramos con ciertos elementos que no pertenecen a la cultura originaria aborigen. Se pueden evidenciar una serie de símbolos que nos trasmiten la influencia del sincretismo católico que según Neftalí Herrera Pacheco plantea que:
A primera vista, la presencia de la cruz o del Santo Patrono de la comunidad que celebra el ritual, podría indicamos la incorporación de elementos provenientes de la tradición cristiana al ritual de las Turas. Por el contrario, nosotros hemos observado aquí un proceso inverso en el que los elementos de la tradición cristiana son indigenizados. Si consideramos este proceso como un método de camuflaje por medio de la aparente asimilación al cristianismo, nos atreveríamos a decir que dicho método fue tan efectivo para el ocultamiento de los elementos reales relacionados con el ritual de las Turas que incluso hoy, cuando escuchamos hablar de éste último, se asegura que hay una incorporación de elementos católicos en el ritual sin observar la resemantización de dichos elementos claramente indigenizados.
Pero, ¿cómo vemos indigenizados los elementos cristianos presentes en el ritual de las Turas?. Una de las acciones de indigenización, en el caso de la cruz, lo observamos cuando el capataz de turas derrama chicha de maíz o alguna otras bebida alcohólica sobre ella. Anteriormente, hemos asociado este acto con los rituales de purificación entre los que encontrarnos también el bautismo. Aquí, la cruz es indigenizada y, podríamos decir, bautizada. Este ritual de "bautismo" de la cruz, lo observarnos en todas las ejecuciones del ritual de las Turas: la cruz debe ser consagrada y, por tanto, purificada.
Cuando analizamos estas observaciones, es importante entender que la presencia de elementos del catolicismo en la Danza de las Turas, como la cruz, las imágenes del santoral católico y los rezos, fueron impuestos mediante el proceso de asimilación y sometimiento a los habitantes aborígenes, partiendo desde la influencia colonizadora de las personalidades religiosas que intervinieron en el proceso de conquista y colonización, que finalmente constituye el arma fundamental, para el dominio y extinción de los aborígenes en el territorio del Continente Abya Yala, lo cual significa la presencia de una transculturación sistemática con un matiz de violencia enmascarada, que obligó al aborigen a asumirla aún en contra de su voluntad y no de manera sumisa como nos han hecho creer; por la persuasión controlada a través de la prédica evangelizadora, por parte de los curas doctrineros que obligaron a que los nativos, poco a poco fueran des-haciéndose de su cultura originaria y, en este caso la cruz como símbolo principal del catolicismo, sustituye al árbol de Copey, que era el centro de veneración como Árbol Mayor en los rituales sagrados de los Ayamanes: árbol aposentador de la diosa Gioma (lluvia), en lo alto de las serranías, donde reposaban las nubes, antes de derramarse sobre los sembradíos en los conucos donde se producía la alimentación del pueblo Ayamán.
Entonces la indigenización de los elementos católicos, a la que se refiere la autora mencionada, se da bajo una sujeción de dominación, espiritual, psicológica y cultural, a través de métodos persuasivos de opresión, con la presentación de relatos ficticios que condicionan el mito relacionándolo con los elementos de la Religión Católica y tratan de transformar de forma persuasiva la consistencia espiritual del ritual de la danza de las Turas, cuando vemos por ejemplo a los mismos tureros, narrando estas relaciones míticas alejadas de la realidad aborigen, como esta que cita Herrera Pacheco:
Ese es un baile que sacaron ellos de las montañas donde ellos vivían y cuando nuestro señor Jesucristo andaba en la tierra lo cargaba su mamá en los bracitos Se le pegó la corte de fariseos a la virgen pa' matarla. Ella tomó rumbo y pasó por una montaña y se encontró con el baile de Turas. Le dijo el capataz de la Tura: Déntre, déntre para acá y se acomoda aquí con su niño. Se acomodaron en el altarcito. Entonces, llegaron los fariseos: ¿Por aquí (…) no ha pasado una señora con un niño? Decía el capataz: 'jopeen, cazadores". Y no le dan contesta "Jopeen, Cazadores". "¡Eh!", dijeron ellos. No, esos son una partida de locos. Y se devolvieron. Y ella quedó ahí.
Después que ellos se van, que ya han rematado sus sones de turas, le dice la Virgen a José: ¿Qué primicia le dejamos a la tura de los indios? Le contestó el niño en los brazos: "La cruz y la gracia soberana. Comerán de la sangre mía y beberán de la leche tuya que es el máiz. La leche del máiz. Y lo demás del Máiz que es la sangre de Cristo". Y remata este relato, aseverando con acentuada certeza, el turero narrador: "Este es todo el significado que tiene ella. Y por eso la debemos ejecutar con fe y con derecho. Sabe, una herencia que tenemos de allá" (Enríquez, Las Turas 1979-Trabajo audiovisual. Citado por Herrera).
Y en cuanto a los santo que les hacen homenajes con la Danza de Turas, ó, santos indigenizados, es la misma estrategia de la religión católica que impone a los pueblos originarios, fiestas a los santos y a las vírgenes que podemos entender como un proceso de asimilación sincrética continua, en el ritual turero, como la siguiente narración donde los tureros por expresiones propias, narran una "afirmación" mítica impregnada de argumentos de contenido ficticio, que no concuerdan con la mitología aborigen:
"La celebración de las turas se debe a que el maíz es un Dios. (Dice el turero narrador)
La virgen de las Mercedes, al reconocerlo como tal y con el fin de rendirle pleitesía, comenzó a sonar una maraca y San José, al verla en aquel afán y con el objeto de acompañarla, sopló también una flauta que hizo de carrizo. Al producirse aquella música tan bonita y selvática los dos comenzaron a danzar alrededor del Dios Maíz. Al finalizar el baile la Virgen tomó de la mata una mazorca y la desgranó. Al secarse los granos ambos personajes sembraron estos frutos de a cinco por cabeza.
Ese año la cosecha de maíz se dio en abundancia y la Virgen le dijo a los indígenas que, para que nunca les faltara el carato y la jata, todos los años ellos hicieran lo mismo que ella y San José habían hecho". (Domínguez 1984, p. 53. Citado por Herrera)
Y al final de la narración termina, el narrador, acotando que "Este es el motivo por el cual nosotros, los descendientes de aquellos indígenas, practicamos el rito de las turas, y motivo por el cual consideramos a las Mercedes como una Virgen Turera y Diosa de las lluvias" (Ibidem).
Sin duda alguna esta narración forma parte del producto del discurso evangelizador de los curas doctrineros, y demás adoctrinadores: conquistadores y colonialista, que influenciaron, con la violencia psicológicamente muy bien camuflada como acción pacífica y pacificadora, para inducir a los aborígenes al desconocimiento de sus propios íconos hasta, lograr la cristianización de sus elementos de consagración vital, tanto religiosos como sociales y culturales, con métodos de persuasión y dominio a los pueblos originarios y la indigenización de los elementos del catolicismo. Sabemos del papel cómplice y de participación directa, que vino a cumplir la Iglesia Católica, en el desarrollo del proceso de conquista y colonización de nuestro Continente, donde se realizó el holocausto más grande cometido, en la historia de la humanidad, que aún cobra justicia.
Y cuando utilizo el argumento de contenido ficticios, no niego que siempre las narraciones míticas de los pueblos aborígenes van acompañadas de contenidos de supuestos hechos, cósmicos-espirituales que conjugan una historia desconocida en su origen, pero que identifican la razón de la existencia de todo el ser cómico natural, y lo identifican con un entorno, donde la comunidad y los elementos naturales, enlazan hechos históricos (aunque supuestos) que relacionan la espiritualidad originaria de los pueblos. Pero en el caso de los relatos aquí expuestos, como parte histórica en el origen de las turas, no encontramos una relación válida, ya que estos relatos no configuran una argumentación histórica natural-cósmica, que lo asemejen con la tradición, y cultura religiosa de los pueblos aborígenes, sino con la religión católica y sus elementos, que le han sido impuestos por el colonialismo.
Con todo el respeto que se merecen los valientes tureros, descendientes del bravo pueblo Ayamán, quiero decir que estas narraciones míticas, donde se expresa abiertamente el sincretismo católico, deben ser objeto de revisión etnohistórica, no queriendo decir que las tachamos. No. Tampoco las reprochamos, porque querámoslo o no, se han hecho "pertenencia" impuesta del imaginario histórico de pueblo descendiente de los Ayamanes. Respetamos estas apreciaciones mitológicas, que sabemos que son de falsa procedencia y sabemos que no pertenecen originalmente, ni a los ancestros Ayamanes, ni a los actuales descendientes. Pues, hagamos historia y analicemos con sentido crítico.
En cuanto a la primera narración, donde el turero narrador dice: "… cuando nuestro señor Jesucristo andaba en la tierra lo cargaba su mamá en los bracitos Se le pegó la corte de fariseos a la virgen pa' matarla. Ella tomó rumbo y pasó por una montaña y se encontró con el baile de Turas". Al revisar esta narración, que se ha hecho, "propia" de los tureros, la podemos asociar con la persecución ordenada por el Rey Herodes, al Niño Jesús, que había nacido en Belén, ciudad ubicada en la región de Judea, en territorio de Palestina, actualmente ocupada por Israel desde 1967. Como podemos ver es una zona remotamente lejana, del Territorio de las Turas de los Ayamanes, por lo que podemos describir como un mito inadmisible, desde el punto de vista histórico, que ni siquiera cuadra con el contexto de la historia bíblica cuando en el Evangelio según Mateo, dice:
"(…) he aquí un ángel del Señor apareció en sueños a José y dijo: levántate y toma al niño y a su madre, y huye a Egipto, y permanece allá hasta que yo diga; porque acontecerá que Herodes buscará al niño para matarlo". (Mateo: Capítulo 2, versículo 13).
De Belén huyen a Egipto, que es un estado situado al Noreste de África; ubicado a miles de kilómetros del Territorio Abya Yala. Tampoco cuadra con el momento cronológico, ya que esta historia bíblica, hace dos mil años que sucedió, con el inicio de la Era actual. Y en cuanto a la invasión a nuestro Continente, se produjo hace quinientos años, o sea, mil quinientos años después, mal podemos tomar esta narrativa mitológica como propia del aborigen ayamán. Cuando tratamos de comparar históricamente, estos momentos y espacios remotos, nos damos cuenta que ninguna relación cierta tienen, con la mitología, religión y tradiciones vernáculas de nuestros ancestros Ayamanes, que fueron visitados en modo de guerra exterminadora, por primera vez, por el conquistador Alemán Nicolás Federmann en el mes de octubre del año 1530. Los hechos históricos plasmados en el Nuevo Testamento no concuerdan con las expresiones de los tureros, aquí expuestas; son propias del sincretismo católico, que se les impuso a los pueblos originarios mediante la manipulación religiosa.
Y cuando se dice en las narraciones anteriores: "consideramos a las Mercedes como una Virgen Turera y Diosa de las lluvias", podemos ver que la Virgen de las Mercedes es indigenizada, y consagrada por los tureros de Mapararí, como lo han hecho con la cruz, sustituyendo de manera parcial la veneración o adoración de las deidades naturales del pueblo Ayamán, propiciadoras de la lluvia y protectoras de las aguas de los arroyos, ríos y quebradas.
Pero para aclarar este punto desde la percepción histórica religiosa, veamos de donde procede la advocación de la Virgen de Las Mercedes. Es una veneración mariana que tiene su origen, según el santoral católico, desde el año 1218. O sea, 274 años antes de la invasión de Cristóbal Colón a estas tierras aborígenes del continente Abya Yala en 1492, cuando la Virgen María, según el santoral católico, se apareció por separado a tres ilustres personajes de Barcelona España: a San Pedro Nolasco, el fundador de la Orden de la Merced; al rey Jaime I, Rey de Aragón, conocido como "el conquistador"; y a San Raimundo de Peñafort. Cuyo acontecimiento se presenta muy distante, en tiempo y espacio de estas tierras Ayamanes, lo que no implica ninguna relación natural, que no sea impuesta al ritual de las Turas, con la Evangelización a nuestros aborígenes, en la que la orden de la Merced participó desde los inicios de la conquista y colonización, extendiendo la devoción por todo nuestro Continente, pero es en el año 1924, cuando Belarmino Vázquez, comerciante, procedente de San Luis, Estado Falcón, llega a Mapararí, de este mismo estado, funda allí, un expendio de medicinas que denomina Botica "Las Mercedes", es el momento cuando Instaura la devoción a la Virgen de Las Mercedes, combinándola con el ritual de las turas, con los tureros de la zona, donde esta virgen se convierte en un importante símbolo de Las Turas, que desde esa época se celebran los días 23 y 24 de septiembre. Así lo relatan los tureros de Mapararí en el referido documental de Henríquez.
Nunca he estado, ni estaré en contra de la tradición oral y el anecdotario histórico popular, que pasa a ser un tesoro cultural y folklórico, de la creencia mitológica de los pueblos, PERO EN ARAS DE LA DESCOLONIZACIÓN DE LA MEMORIA, EL PENSAMIENTO Y LA CONCIENCIA, se hace necesario aclarar el concepto religioso sincretizado que se maneja de manera inductiva, en la conducción histórica del anecdotario tradicional, respecto al origen del Ritual de la Danza de Las Turas de Los Ayamanes, que no se ajusta a la realidad histórica científica; que no cuadra con los estudios antropológicos sobre la mitología aborigen en relación con la tradición cultural aborigen, que debe dársele a la historiografía étnica, aun cuando sea de carácter místico o místico, de los acontecimientos de la narración que debe tener por contenido la memoria histórica, que transfiere los conocimientos aproximados del acontecer del enigmático origen de las tradiciones primitivas, relacionadas con mitos y leyendas propias de las culturas aborígenes, (no extraídas de culturas de imposición foránea, como el caso que estudiamos) porque las culturas propias son las que abordan el sentido identitario de la etnicidad ancestral vernácula, de, cómo los pueblos primitivos interpretaron ó, aún interpretan, los diferentes fenómenos y acontecimientos relacionados con la teoría del principio de la vida y, de las cosas circundantes en su entorno natural y social, en franca armonía con la esencia espiritual en relación cósmica de su entorno vital.