A modo de regalo especial para los niños esta aventura: El dueño del infinito.
Cuando se escribe para potenciales lectores en cualquier país de nuestro mundo y se conoce que ya sean uno, centenas o miles los que han de buscar las ideas lanzadas al espacio digital como semillas que germinarán en certezas y convicciones, el autor está obligado a agradecer a cada una de las personas aunque nunca los llegue a conocer personalmente. Sin embargo, debe afirmarse que ellos, esos lectores pacientes y pertinaces, están ahí como el basamento fundamental de la conciencia ajena y cercana.
Por lo tanto, amigos lectores, siempre habrá motivos suficientes para el agradecimiento a los que dedican la atención y lectura de unos minutos para proveerse de enfoques que pueden serles sistemática o coyunturalmente de cierto interés.
Por eso en estos días finales de octubre, un mes muy saturado de acontecimientos de la historia patria, he pensado, a modo de regalo especial, incluir uno de los 16 relatos de mi libro Aventuras de Rapolvo, con el objetivo de que lo hagan llegar por cualquier vía al niño o niños que se relacionen con Uds. de alguna manera, o incluso para el niño que cada adulto lleva adentro de sí.
He aquí el relato titulado EL DUEÑO DEL INFINITO.
En el jardín se reúnen los niños Rapolvo, Netico, Pochi y Pacho. Forman un círculo silencioso con un palito cada uno, con los cuales escarban la tierra para descubrir tesoros.
Netico extrae una piedrecita lisa y exclama alborozado mientras danza que es el dueño de todas las piedras del mundo. Pochi, desenterrador de un caracolito, reclama la atención dando saltos como un chivo encabritado. ¡Soy el dueño de todos los caracoles!, dice desgañitándose. Al fin Pacho encuentra una lata vieja que le da derecho a los millones de latas del mundo con sus contenidos. ¡Tremendas riquezas las de Pacho! Rapolvo se siente desesperado puesto que aún la suerte no le ha favorecido. Cuando sus amigos le creen vencido, y comienzan a desafiarle con sus risas, se agacha lentamente, como para no caerse, coge un puñado de la arenita fina, y se levanta triunfante con la mano que abre ante los ojos desorbitados de Netico, Pochi y Pacho. Con este acto se proclama dueño y señor de todas las tierras, incluyendo aquellas que forman las montañas.
Al poco rato, sentados sobre las yerbas, reinician el juego de ilusiones de poderío. Pochi, apresurándose, se hace dueño de las aguas. Y todos saben, que eso significa que sólo Pochi autorizará a bañarse en los ríos y en el mar. Pero Pacho no se apoca por esto, y pide para sí a todos los animales. Rapolvo siente que justamente ahora Pacho le ha arruinado su caballo. Igual piensa POchi con respecto a su perro.
Le llega su turno a Netico, que con una exclamación imperativa se hace amo de la bolita del mundo. ¿Y qué será más grande que la bolita del mundo, eh? Ahora sí que Netico sería el amo absoluto.
¿Y tú de qué serás dueño?, preguntaron a Rapolvo. Este guardó silencio. La bolita del mundo de Netico le había dejado confuso y aturdido. Ya iba a responder que no le quedaba nada, pues no se podía pensar en otra cosa. Miró hacia su alrededor, y no encontró ni una palabra. Oyó que el ruido de un avión se volvía intenso. Luego observó que el avión se alejaba surcando el espacio. Fue en ese instante que recordó una palabra. ¿Cuál era la palabra?, se dijo para sus adentros. Y casi forzadamente, temeroso de no acertar, expresó que sería dueño del infinito. Boquiabiertos e incrédulos a la vez, los niños se miraron. Ninguno esperaba una respuesta. Tampoco conocían la significación de esta palabra. Por eso Netico replicó que su bolita del mundo era lo más grande que podía existir. Y Pacho y Pochi no sabían que opinar.
Rapolvo comprendió que debía disputarle la primacía con algo convincente. ¿Tú vas a saber más que mi hermano? Lo dijo porque le había escuchado la palabra y, además como mayor, los conocimientos de su hermano infundían respeto. Sin embargo, Netico siguió en sus trece; y Pacho y Pochi llenaban con dudas sus cabezas.
El debate se resolvió gracias a Pacho, quien preguntó al vecino que pasaba: ¿Puede usted decirnos cuál es mayor entre el infinito y la bolita del mundo?
El juez admitido por todos se dignó ofrecer una lacónica respuesta; Nada es mayor que el infinito; este no tiene fin.
En ese momento los tres admiraron a Rapolvo por su acierto. Y cuando se madre lo llamó a casa, se quedaron los tres como pasmados. Se sentían pequeñitos como hormigas, porque imaginaban que Rapolvo se llevaba a cuestas a su infinito. Los dueños de las aguas, de los animales y de la bolita del mundo, sentían que los invadía una sensación extraña porque se quedaban solitarios y con tan pocas cosas.
Sin embargo Rapolvo se deshizo enseguida de su infinito inmenso. Sin darle la mayor importancia a su hallazgo, tomó solamente una porción minúscula, la imprescindible, con la cual entró a la casa, ante el llamado de su madre.