Carta del EPA a la señora: Michelle LaVaughn Robinson Obama

 Con el debido respeto por usted, señora Michelle LaVaughn Robinson Obama, reciba el saludo de una pequeña pero consciente organización política de la izquierda venezolana que, siendo sinceros, levantamos la bandera del antiimperialismo como condición sine quo non para poder construir un mundo nuevo donde no reinen los más fuertes sobre los más débiles, y nadie deba usar la fuerza bélica y el chantaje para gobernar en perjuicio de otros. Ese mundo nuevo es, para nosotros, el socialismo que usted ni su esposo, el Presidente Barack Obama, comparten. No exigimos que lo compartan. Nosotros somos respetuosos de las ideas, aunque tenemos el deber de expresar las nuestras y de luchar contra las que creamos llaman a los pueblos a la resignación ante quienes les explotan y oprimen.

Usted, señora Michelle LaVaughn Robinson Obama, es –actualmente- la primera dama de la nación estadounidense por ser la esposa del Presidente Barack Obama. Pero antes de ese privilegio y compromiso es usted madre y es, igualmente, abogada. Y eso significa, por un lado, que conoce del amor por los hijos, de la alegría de tenerlos a su lado, de saber que no pasan necesidades, que tienen un futuro asegurado de bienestar. Usted nunca, así lo creemos, ha vivido en carne propia el dolor de saber que sus dos hijas hayan sido sometidas a un nivel de injusticia social que cause demasiado dolor a su pecho, en su amor de madre y, especialmente, por la impotencia o la imposibilidad de hacer valer la justicia. Y, de otro lado, usted es abogada, lo cual hace asegurar que usted sí conoce de leyes, de procesos jurídicos, de cómo se tejen redes cuando se trata de convertir a la víctima en victimario, al inocente en culpable, cómo se compran testigos falsos que terminan haciendo que el inocente sea condenado por un delito que jamás ha cometido. No estamos ni diciendo ni creyendo que usted, señora Michelle LaVaughn Robinson Obama, haya tenido participación en bochornosos procesos judiciales para condenar a inocentes y que son realidades muy frecuentes en la administración de justicia jurídica en su país pero, al reconocer verdades, igualmente se cometen en muchos otros países.

Tal vez, ni siquiera usted muestre interés en leer nuestra carta o, quizás, nunca llegue a sus manos. En el primer caso no se lo reprocharemos y en el segundo mucho lo lamentaríamos. Está usted en su pleno derecho en decidir lo que debe o no leer. Demasiados dolores de madres existen en América Latina por culpa de la administración de justicia jurídica en Estado Unidos, donde usted es su primera dama. Y la única manera de sanar esos dolores es logrando la libertad de quienes siendo inocentes han sido condenados –como culpables- en juicios amañados en Estados Unidos. Usted, como abogada y como primera dama, sabe que no estamos mintiendo. Muchos, pero muchísimos de su raza, han sido víctimas de artimañas, de juicios decididos en el Gobierno y condenados por tribunales a sufrir los rigores carcelarios siendo inocentes. 

Queremos, en esta oportunidad, invocar su condición de mujer, de madre y de abogada para plantearle vuelva su mirada y vuelque sus sentimientos en el caso que a continuación le exponemos y que ya es demasiado conocido en el mundo entero.

No somos cubanos de origen, somos venezolanos de nacimiento pero nos sentimos seres humanos como cualesquiera otros seres humanos sin detenernos en apreciar diferencias de raza, nacionalidad, sexo o edad. Por ello, es que nos hacemos eco –sin que ello nos sea solicitado- de las inquietudes y de los dolores de esas madres, de esos padres, esos hermanos, esas hermanas, esos hijos, esas hijas, esos primos, esas primas, esos amigos y esas amigas que claman que con sus familiares presos en Estados Unidos se haga verdadera justicia jurídica y sean puestos en libertad lo más inmediatamente posible. En verdad, no sabemos cuánto puedan influenciar sus palabras en la mente de su esposo, El Presidente Barack Obama, quien ganándose un Nobel de la Paz debería estar obligado a ponerse de lado de las causas justas y no de las injustas.

De seguro, señora Michelle LaVaughn Robinson Obama, a usted no le sea extraño haber escuchado, por tantas veces repetidas y por tantas vías de comunicación hecho público, el caso de los cinco compatriotas cubanos antiterroristas que fueron juzgados y condenados por terrorismo en Estados Unidos. Cinco nombres son pronunciados diariamente en el mundo como sinónimo de la injusta administración de la justicia jurídica en Estados Unidos: Gerardo Hernández, Ramón Labañino, Fernando González, Antonio Guerrero y René González.

Se ha demostrado, señora Michelle LaVaughn Robinson Obama y usted como abogada podría verificarlo sin mayores inconvenientes, que todos los procesos judiciales o jurídicos a que han sido sometidos los cinco compatriotas cubanos han estado plagados de vicios, irregularidades, maniobras, testigos falsos, testimonios adulterados y bajo la influencia –especialmente- del Gobierno del expresidente George W. Bush, quien jamás escondió su odio a la Revolución Cubana y sus líderes esenciales, como los hermanos Fidel y Raúl Castro. Para el señor Bush un principio de sus políticas de intervencionismo y de rapiña fue siempre: paguen justos por pecadores. Sobre todo si los pecadores alzaban banderas de la justicia social. Esa ignominia y aberración jurídica la heredó el Gobierno presidido por su esposo, el Presidente Obama, quien, por una u otra razón, no se ha atrevido a ponerle punto final a tan escandaloso mal ejemplo de la administración de justicia jurídica en Estados Unidos.

Sólo el poder de la fuerza bélica y la prepotencia de un sistema de Gobierno que no tenga el más mínimo respeto por la verdad verdadera, es capaz de acometer un abominable acto como ha sido el de haber sentenciado –como terroristas- a cinco cubamos que cumplieron con el deber de alertar al Estado estadunidense de auténticos planes terroristas que se elaboraban dentro del propio territorio de Estados Unidos sin que los organismos de seguridad estadounidenses hicieran algo para evitarlos. Por lo demás usted, señora Michelle LaVaughn Robinson Obama como abogada, debe saber que condenar a reos a varias cadenas perpetuas o a una de ellas más otra cantidad de años, no sólo es una burla a la administración de justicia jurídica, sino un antagonismo con la más elemental concepción del derecho penal o procesal.

Bien debe conocer usted, señora Michelle LaVaughn Robinson Obama, el último escándalo que ha copado la opinión pública mundial sobre la compra de periodistas –testigos falsos- para que crearan una matriz de opinión que perjudicara a los cinco cubanos antiterroristas para imputarlos como terroristas y poder crear las condiciones subjetivas para juzgarlos y condenarlos, tal como lo hicieron posible. Eso se conoció en 2005 como la: “tormenta perfecta de prejuicios y hostilidad”. Hoy que todo eso está al descubierto y se ha convertido en una deshonra para la administración de justicia jurídica en Estados Unidos, nada debería evitar que se repare el daño que se le ha causado no sólo a los cinco inocentes injustamente condenados y a la propia administración de justicia estadounidense sino, igualmente, a la democracia y la credibilidad del régimen político de Estados Unidos. Su esposo, el Presidente Barack Obama y haciéndole honor al Premio Nobel de la Paz que le fue otorgado, tiene un compromiso moral con la reparación de esos daños.

Señora Michelle LaVaughn Robinson Obama: nosotros no somos gobierno en ninguna región del planeta, no tenemos esferas de influencia política en ningún Estado, no somos profesionales del Derecho, no somos ni jueces ni fiscales para juzgar y condenar a nadie, no tenemos vocación de terroristas, no somos invocadores de la violencia pero sí tenemos oídos receptivos, estamos hechos de sensibilidades y sentimientos humanitarios y amamos la paz con verdadera justicia social. Por esas razones, señora Michelle LaVaughn Robinson Obama, imploramos a usted que haga valer su condición de mujer, de madre, de primera dama y de abogada para que su esposo, el Presidente Barack Obama, antes de concluir su primer mandato, haga valer los principios jurídicos que garantizan la libertad a los inocentes, porque han sido inventados y manipulados con muy mala intención -como el uso de testigos y documentación falsos- los delitos de que fueron injustamente imputados.

Señora, Michelle LaVaughn Robinson Obama, le reiteramos nuestro respeto. Si usted se hace eco de los nobles sentimientos de justicia que invocamos en esta carta, independiente de sus resultados, seguro será premiada por la Historia que es mucho más importante que los premios que otorgan los hombres y mujeres vivientes en este mundo. Quisiéramos, señora Michelle LaVaughn Robinson Obama, que un día a algún Gobierno de Estados Unidos le doliera los dolores que le duelen a los pueblos y que son, precisamente, las libertades que les faltan por conquistar. Ese día nacerá un fíat lux para toda la humanidad.

El Pueblo Avanza (EPA)
Venezuela

 



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