Un factor que desencadenó la puesta en práctica de las tácticas de tortura fue la determinación de Rumsfeld de dirigir el ejército como una empresa moderna subcontratada. Planificó el despliegue de tropas no tanto como un secretario de Defensa sino más bien como un vicepresidente de Wal-Mart intentando recortar algunas horas de la nómina. Después de reducir los 500.000 soldados que solicitaban los generales a menos de 200.000, todavía seguía viendo material donde cortar; en el último minuto, y para satisfacer al director general que lleva dentro, recortó en varios centenares el número de soldados presentes en los planes de guerra.
El proceso de cambio se puede seguir claramente a través de una serie de documentos desclasificados que vieron la luz tras el escándalo de Abu Ghraib. Las pruebas escritas comienzan el 14 de agosto de 2003, cuando el capitán Wllliam Ponce, oficial de inteligencia en Irak, envió un correo electrónico a sus colegas repartidos por el país. El texto, ya famoso, contenía las siguientes indicaciones: "Se acabaron las contemplaciones con los detenidos [un coronel] ha dejado claro que tenemos que acabar con ellos. Las bajas están aumentando y tenemos que empezar a recopilar información para proteger a nuestros soldados de nuevos ataques". Ponce pedía ideas para las técnicas que los interrogadores podrían utilizar con los prisioneros (la llamada "lista de deseos"). Las sugerencias no tardaron en llenar su bandeja de entrada; entre ellas figuraba la "electrocución de bajo voltaje".
El 31 de agosto, el general Geoffrey Miller (alcaide de la prisión de Guantánamo) llegó a Irak con la misión de convertir en otro Guantánamo la prisión de Abu Ghraib. Dos semanas después, el 14 de septiembre, el teniente general Ricardo Sánchez (comandante en jefe en Irak) autorizó un despliegue de nuevos procedimientos de interrogatorio basados en el modelo de Guantánamo; incluían la humillación deliberada ("sofocar el orgullo y el ego"), "explotar el temor de los árabes a los perros", la privación sensorial ("control de la luz"), la sobrecarga sensorial (gritos, música a todo volumen) y el "estrés postural". Poco después de que Sánchez enviase la circular a principios de octubre, tuvieron lugar los incidentes documentados en las infames fotografías de Abu Ghraib.
Peter Maass —reportero del New York Times Magazine— viajó como reportero con un comando del policía especial formado por James Steele. Maass visitó una biblioteca pública de Samarra convertida en una prisión macabra. Vio prisioneros con los ojos tapados y grilletes, algunos con señales visibles de golpes, y una mesa con "manchas de sangre". Escuchó cómo alguien vomitaba y gritos que describió como "escalofriantes, como los gritos de un loco o de alguien a punto de volverse loco". También oyó claramente el sonido de dos disparos procedentes "del interior o de detrás del centro de detención".
En El salvador, los escuadrones de la muerte fueron conocidos por utilizar el asesinato no sólo para deshacerse de los adversarios políticos, sino también para enviar mensajes de terror a la población en general. Los cuerpos mutilados que aparecían en las cunetas transmitían a la comunidad que el individuo que mostrase su disconformidad podría ser el próximo cadáver. Con frecuencia, los cuerpos torturados presentaban la "firma" del escuadrón: Mano Blanca o Brigada Maximiliano Hernández. Este tipo de mensajes eran habituales en las cunetas, prisioneros que habían sido vistos por última vez en manos de comandos (relacionados con el Ministerio del Interior) aparecían con un solo orificio de bala en la cabeza, las manos todavía esposadas a la espalda, o con orificios de taladro en el cráneo. Los Angeles Times informó de que a la morgue "llegan todas las semanas decenas de cuerpos a la vez, incluyendo numerosos cadáveres con esposas de la policía" (esposas que después son devueltas).
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