Las migraciones contemporáneas no son fenómenos aislados, sino el rostro más crudo de una crisis civilizatoria global. Expulsadas por guerras, extractivismo y violencias estructurales, las poblaciones indígenas y tribales del Sur Global enfrentan un desarraigo de igual manera las poblaciones nativas que también emigran por otras múltiples razones, entre otras económicas y políticas, sufren fractura su salud mental colectiva, mientras potencias imperiales convierten estas poblaciones migrantes, en chivos expiatorios de sus crisis internas. Este fenómeno no es fortuito ni meramente producto de decisiones singulares, sino la consecuencia estructural de un modelo de dominación basado en el despojo territorial, el saqueo de recursos y la guerra como estrategia de control geopolítico. La salud mental colectiva de las poblaciones migrantes se ve gravemente afectada por estas condiciones, lo que exige una mirada decolonial para comprender sus impactos en el presente y su proyección futura. Este artículo explora cómo el capitalismo depredador y racista, las políticas públicas xenófobas y la herida colonial configuran un panorama de geopolíticas del desamparo, pero también de resistencia.
La migración forzada: síntoma del colapso socioambiental
El desplazamiento de comunidades originarias por megaproyectos mineros, agroindustriales o energéticos ha aumentado un 67% en la última década en Nuestramérica[1]. Los pueblos indígenas, guardianes del 80% de la biodiversidad mundial, son despojados mediante estrategias que combinan violencia paramilitar, marcos legales extractivistas y presión económica[2][1]. Este destierro no solo implica pérdida territorial, sino también:
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Desintegración de redes comunitarias que sostenían prácticas ancestrales de salud mental comunitarias
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Afectaciones nutricionales y espirituales al romperse el vínculo con territorios sagrados[1].
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Trauma transgeneracional por la imposibilidad de realizar rituales de duelo colectivo[3].
La Organización Internacional para las Migraciones (OIM) reporta que el 89% de migrantes forzados presenta síntomas de ansiedad o depresión, es decir, que el sufrimiento psicológico y malestares colectivos prolongados en el tiempo, han generado trastosnos psicopatológicos, están enfermos, han perdido su salud mental y menos del 15% accede a atención especializada[4].
Geopolítica del caos: migrantes como armas y chivos expiatorios
Estados Unidos y sus aliados de la Unión Europea y las burguesías de los países del Sur Global, han desarrollado y perfeccionado un doble juego geopolítico:
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Generar crisis migratorias mediante sanciones económicas (como el bloqueo a Cuba y Venezuela), apoyo a Golpes de Estado y conflictos armados internos[5].
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Criminalizar a los migrantes desplazados, utilizando narrativas xenófobas para desviar atención de las causas estructurales[5].
El reciente Mecanismo Tripartito sobre Migración Irregular entre Colombia, EE.UU. y Panamá ejemplifica esta lógica: se militarizan fronteras, mientras se ignoran los flujos de capital ilícito que devastan economías locales[5]. Los migrantes se convierten en "población sobrante" para un sistema que necesita mano de obra barata, pero rechaza garantizar derechos humanos básicos[2].
Salud Mental Colectiva Decolonial en la encrucijada colonial
Las Políticas Públicas de Salud Mental para migrantes suelen caer en tres trampas coloniales:
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Psicologización individual que ignora traumas históricos (esclavitud, colonización y colonialidad)[3].
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Intervenciones asistencialistas occidentales sin participación comunitaria y sus saberes ancestrales.[6].
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Negación de saberes ancestrales sobre curación colectiva[3].
En Chile, refugiados nuestroamericanos reportan que el 73% de sus problemas mentales se agravan por discriminación institucional y falta de mediación cultural[6]. Mientras, la Organización Internacional de Migraciones (OIM) prioriza talleres de "adaptación" sobre procesos de reparación histórica[4].
Decolonialidad y resistencia: caminos hacia la sanación colectiva
Colectivos migrantes están reinventando prácticas de cuidado desde:
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Archivos emocionales comunitarios: recopilación de relatos que visibilizan el no reconocimiento del “otro” como igual, subalternizándolo, inferiorizándolo, causándole trauma racial[3].
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Rituales de memoria que conectan luchas actuales con resistencias ancestrales[1].
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Alianzas sur-sur para crear redes de apoyo transnacionales[3][1].
La experiencia de la diáspora afrocaribeña en Madrid muestra cómo el imaginario social radical -ensoñaciones colectivas de futuros sin fronteras- opera como tecnología de sanación política[3].
Reflexión final: La cura es política.
La Salud Mental Colectiva Decolonial en contextos migratorios exige desmantelar la arquitectura de colonialidad como patrón ideológico de poder, saber, ser y el capitalismo racial.
Mientras persista el despojo extractivista y la guerra por recursos minerales, energéticos y biodiversos, seguirá habiendo migraciones forzadas.
La verdadera intervención en Salud Mental Colectiva Decolonial debe ser la autodeterminación de los pueblos, el fin de las políticas públicas genocidas y la construcción de sistemas de cuidado arraigados en la justicia epistémica. Como señalan activistas antirracistas: "Nuestro duelo no cabe en sus diagnósticos"[3].
El desarraigo, la discriminación, la explotación laboral y la criminalización generan un deterioro profundo en la salud mental de las poblaciones migrantes.
Las experiencias de persecución, violencia y exclusión afectan tanto la subjetividad singular como los lazos comunitarios, provocando ansiedad, depresión, estrés postraumático y ruptura de la identidad cultural.
Desde una perspectiva decolonial, la salud mental colectiva no puede ser reducida a una interpretación patologizante dentro del marco psiquiátrico occidental.
Fundamental es reconocer las raíces estructurales de esta crisis y promover estrategias de resistencia, reconstrucción comunitaria y fortalecimiento de redes de solidaridad entre migrantes y comunidades de acogida.
A largo plazo, la actual crisis migratoria tendrá repercusiones en la capacidad de los pueblos para organizarse y construir sociedades más justas, igualitarias e incluyentes.
Si no se detiene el modelo extractivista y neocolonial que perpetúa el desplazamiento forzado, la herida colonial en Nuestramérica y en el mundo continuará profundizándose.
Si se fomentan alternativas basadas en la justicia social, la soberanía territorial y la autodeterminación de los pueblos, la migración puede convertirse en una herramienta de resistencia para la transformación y no en un mecanismo de opresión.
El reto radica en descolonizar las políticas migratorias, reconocer el derecho de los pueblos a su territorio y garantizar condiciones de vida dignas para todos, desmontando el entramado de exclusión y genocidio que define el actual sistema-mundo capitalista racial y geopolítico del despojo, caos.
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