Nietzsche decía que era mejor atender la conciencia que la razón, porque ante los fracasos la primera podía encontrar las disculpas, lo cual era la respuesta del porque la mayoría de la gente era consciente, pero poco razonable.
Desde su exordio, el axioma tenía dos vertientes, una con suma preponderancia en la lógica, y la otra relacionada con el ámbito matemático; bastaba la construcción de un silogismo para convertirlo en religiosidad del conocimiento, es decir, no había posibilidad de duda sobre lo escrito. Con ello estaba demostrada su infalibilidad. Posteriormente, la axiología se extendió al campo de las ciencias sociales con una perspectiva general de los valores, los cuales en la actualidad, y esencialmente por la corriente tecnológica y de crisis en los ámbitos sociales, políticos y económicos que sacuden a los pueblos, también deben ser revisados.
Por ello, los valores se han convertido en bigardía. Ahora, importan los seudovalores, aquellos apartados por el control del Estado, la sociedad, la religión, y hasta de las propias familias. Valores que han sido amparados bajo la huella tácita de la complicidad; es decir, dejar hacer, dejar pasar. Vemos como las “modas” se aglutinan sobre un mundo que cada vez consume sin disimulo cualquier tipo de banalidades. Mostrar equipos de la era tecnológica, o alteraciones a los cambios físicos en mal llamadas cirugías estéticas, (especialmente en el sexo femenino), hasta un aumento en el consumo de drogas, bebidas alcohólicas, tabaquismo y temprano e irresponsable ejercicio de la sexualidad (germen de la pobreza), aunado con la corrupción y el tráfico de influencias que sacuden los estratos de gobierno de todos los niveles y tendencias políticas, que se han cubierto con el manto de una legalidad, que aunque pudiera argumentarse como vida en libertad es evidente que tal vida ha ido haciéndonos presos de tales “libertades”.
Semejante “libertad” se ha convertido en un paralogismo. Peor aún, tales libertades son en buena medida, responsables de la violencia (incluyendo la selectiva) en los distintos niveles de la sociedad, multiplicando asesinatos, atracos, robos, violaciones, accidentes, todo ello combinado en una diáspora que en vez de llevarnos hasta la cima como seres humanos, nos obliga ir hacia la sima (profundidad) moral y ética, cuyo diámetro va ensanchándose y con ello esa profundidad, también ensancha las grandes diferencias sociales y de podredumbre, en donde nuestra educación no encuentra o genera respuestas para revertir los males que afrontamos como país.
Por consiguiente, debemos comenzar a transformar nuestros espacios del saber. Generar una educación desde el pensar, para el pensar, y por ende, generadora de pensamientos creativos y proactivos; que comprenda que nada puede hacerse con “enseñar” valores en la escuela, mientras la sociedad está llena de anomia. Necesitamos de personas críticas con plena compresión de los fenómenos políticos, económicos y sociales, rescatados desde una propensión geo-histórica con autonomía en el ejercicio de sus derechos y cumplimiento de sus deberes.
Si persistimos con una educación subsumida por un juego político y pragmático, que si bien ha tenido avances en lo social, en relación con la inclusión de millones de niños y niñas, garantizándoles educación, alimentación y hasta equipos tecnológicos, pero con una valoración por el trabajo docente casi nula; y una sociedad apartada de la escuela y viceversa; además afectada por un currículo agotado en lo pedagógico y educativo, no hay duda que estamos en presencia de una educación cuya “libertad” sólo está marcada por el sometimiento de intereses subalternos promovidos por factores internos y externos, verbigracia; la palabra educación es simple quimera.
La educación liberadora, aquel planteamiento de Freire o del maestro Prieto Figueroa, hoy está aprehendido en nuestra educación como metástasis para un nuevo pensamiento. No podemos seguir dividiendo la educación entre "derechas o izquierdas". Ese pensamiento murió con el ejercicio de una politiquería que sólo emerge con burbujas e intereses por el poder. La educación es la miel, el polen, la luz de nuestra sociedad. Para lograr el desarrollo es necesaria una auténtica educación, y hoy, estamos muy distantes de ese porvenir.
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