No discuto la vieja cantaleta de que la “universidad forma profesionales requeridos por el país”, que “en la universidad se discute el pensamiento universal”; que la universidad es un espacio (privilegiado) para la “confrontación”, para la “crítica” y cuanta cosa se les ocurra a los mistificadores de las instituciones, a pesar de que la institución no es otra que una instancia creada para que ordene, moldee y secuestre la vida. Todas estas afirmaciones bien pudieran tener algún sentido; pero la universidad que conocemos en Venezuela es, de alguna manera, una “trampa jaula”; tiene su engaño abierto; presenta la fruta del conocimiento para atrapar al pajarito y de allí llevarlo a la jaula, a una residencia donde tendrá comida y agua todos los días, sin poder volar en otros espacios. Y cuando digo universidad, me refiero a las que un catedrático de un doctorado de la UCV en entrevista en el canal de la G amarilla, nombró como “universidades serias”, esto es, las que él dice en su genial inteligencia, como universidades autónomas, semejante calificación es la musa que me inspira el artículo de la semana.
Así actúa la universidad que conocemos y heredamos: allí, en ella, está servida el agua y la fruta del conocimiento; allí pulula la academia; allí están los paradigmas; allí, en la universidad, están dispuestos todos los “ismos”, desde los más arcaicos, hasta los más novísimos, incluyendo otro “ismo” que no se nombra como tal “ismo”, sino como una totalidad monolítica, como la fría piedra de las leyes entregadas a Moisés; escrituras incuestionables, sobre las cuales no tiene sentido la re-lectura; este “ismo”, que no quiere asumirse como tal, llega al extremo de asumirse como “pensamiento único”… la esfera intelectual, ideológica y política, el desierto, donde ya no puede ararse, donde queda encerrada la historia que ha sufrido una muerte repentina, una muerte decretada por quienes no quieren participar de ella más que como fardos; una muerte que se produce, precisamente, muy casualmente, cuando los pueblos envilecidos del mundo asoman sus proyectos libertarios.
No puede haber peor trampa-jaula que aquella que es asumida, que es internalizada, como una “suite” “cinco estrellas”. La universidad es y la generalizo, hoy por hoy, una especie de cementerios, con una convivencia activa de “cadáveres intelectuales”. Alguien que me diga qué asombra en la universidad hoy, en esta universidades conocidas, otrora espacio de lucha llena de esperanzas, hoy convertida en sifrinismos corporativos. La universidad tiene tiempo que viene convirtiendo a sus estudiantes en animales tecnificados, muy prestos para enfrentar tareas prácticas, sin miramientos de orden social; animales tecnificados cuyo deber y derecho es cumplir con la compañía; ilusionarse con el corazón en muchas de ellas, de la tarjetería plastificada (el carnet) que están obligados a cargar hasta para entrar en el “water clock”; concibiéndose como una “pieza” de un engranaje mayor; entendiéndose como un “serial”. Y, nada que decir de aquellos estudiantes de eso que llaman, “sociales”. Arrebujados en prejuicios que le hacen “dueños” de un saber despreciado por aquellos que no analizan o casi no lo hacen, se sienten especie de dioses; sólo ellos son capaces de descifrar un texto, tal y como los brujos o como los sacerdotes, únicos dotados de la capacidad de entender lo que dicen los espíritus o los dioses.
La crítica en ellos tiene un raro olor a cloroformo; lidian, critican pero,… en el “cementerio universitario”, su discusión es en recintos cerrados como atascados son sus diálogos, cuando salen es a programas acondicionados. Sí como en el cementerio, los muertos habitan apaciblemente, las teorías sociales, filosóficas, antropológicas, se enfrentan pero conviven, respetándose, así como un muerto puede estar definitivamente “sembrado” al lado de otro cadáver que bien pudo ser, en vida, su más acérrimo enemigo; después de esos depósitos de seres humanos, tocados por el virus de la muerte, que son los cementerios, en la única parte en Venezuela donde se respira “la paz de los sepulcros” es en las universidades.
En las universidades se respira un profundo perfume a sagrario intelectual; allí se rinden canonjías al intelecto, poco importa hacia donde gravite; poco importa el aire que respire, a pesar de lo maloliente que sea; y es que la universidad otorga la franquicia para el “culto al genio”. No se trata aquí, en nosotros, de un “análisis en frío”; todo lo contrario, se trata de una posición que, como todas, incluso aquellas que se pretenden asexuados teóricamente, es una posición, comprometida tanto política como éticamente.
La universidad termina siendo algo así como un “cursillo de cristiandad”, donde todos terminan siendo hermanos. El estudiante viste la toga reivindicando, casi siempre sin saberlo, su carga medieval, su contenido de dominación eclesiástico. La universidad, dicho sin tapujos, puede formar técnicos, profesores, ingenieros, científicos, sociólogos –científicos sociales”-… pero, como señalaba Stiner al referirse a la escuela, no crea hombres para la acción, no crea hombres, no crea seres humanos.
Por eso no me siento mal al hacer esta apreciación de la universidad, siendo un universitario. Se requiere del análisis o de “esa cosa” que llaman el diagnóstico para asumir el compromiso de la transformación como sueño de vida.
Hay una chatarra ideológica que ubica a la universidad como el reservorio universal del saber o del conocimiento. Esto es una gran mentira. La universidad no es ese reservorio del saber o del conocimiento, porque simple y sencillamente en el claustro universitario no se debate ni el saber, ni mucho menos el conocimiento popular. Y no hablemos de ese adefesio de interpretación que hacen con el servicio comunitario como ley.
Revisemos quiénes son los rectores, los decanos y toda esa burocracia medieval, esa caterva familiar de nepotismo descarada que no permite que pase nada en la universidad, cada vez que una autoridad entra a una de las oficinas lo que se escucha son las bendiciones familiares.
En ese contexto se inscribió como lo “demostraron” ahora, los fieles andaderos de la picaresca FAPUV, hoy debilitada por quienes decidimos irnos de esa cacatúa que “regresa sin regresar” con el “rabo entre las piernas”, después de sus “vacaciones buchúas” al bla bla bla, sin debate ni nada que se le parezca, sólo la amenaza de siempre, el mismo cotorreo de “Normas de Homologación” y el porfiado de creer que estamos en los 80 y 90 donde las asociaciones, fundaciones y el “sifrinismo” de ONG eran representaciones genuinas para discutir beneficios socioeconómicos
La universidad poco a poco se ha ido vaciando, ahuecando hasta convertirse en un ocioso atestado, colmado, repleto: un vacío lleno de vacíos. Fundamentalmente por contar con “autoridades” y “gremios” como los que existen.
Prefiero, por tanto, a los fines de las perspectivas, de las implicancias o implicaciones de la crisis actual, preocuparme, por la responsabilidad de los intelectuales. No debemos aspirar en gran medida, que el intelectual se forme en las aulas universitarias: el intelectual es tal, antes de llegar a la universidad; antes de entrar en la trampa-jaula” ya el hombre intelectual está estructurado; ya tiene ese “sello”, sólo necesita pulirlo; pulirlo para beneficio personal, caso en el cual no termina de alcanzar esa categoría de intelectual: se casan con el conocimiento, pero no lo preñan de compromiso, con el país, con el hombre, con la vida.
Hoy en Venezuela como ayer cuando los intelectuales adquieren un compromiso, lo adquieren con el empresario, con el consorcio, pero casi nunca con el país; cuando trabajan con el Estado lo hacen en áreas donde realmente pudieron vincularse con el pueblo (arte, redes de bibliotecas, ambiente, etc), pero sus funciones, cuando más, llegan a la promoción de eventos, a su planificación, no más; incluso sin aparecer en tales eventos. Su vinculación con la sociedad queda reducida a espacios señoriales, aristocráticos, es decir, a distancia del resto de la sociedad.
Esto sigue siendo así en un proceso ya quinceañero que ha intentado quebrar las anomalías del “capitalismo de estado” alimentado del circuito económico rentístico petrolero, hoy intacto y de la dependencia del capitalismo periférico de órbita norteamericana, con toda sus contradicciones en la relación global-local (con grandes avances en el mundo de la integración y de unidad latinoamericana).
No obstante ello, un altísimo número de profesores universitarios, pareciera habitar en una piedra angular donde la sociedad, en construcción, desaparece o escapa; bajo el criterio de la “incultura” del hombre común, éste no tiene cabida; el hombre y la mujer quedan reducidos, incultos reducidos a la incultura: la víctima es su propio victimario. Un intelectual de este tipo coloca a la vida, como expresión de su manera de ser; la vida del colectivo queda anulada en los meandros de su estilo de vida: su vida de intelectual es el parámetro de vida que los otros deben seguir; si existe el “socratismo”, como idea de vivir intelectualmente, este parámetro nunca será el suyo o el de ellos. Y así, la vida se les va y con o junto con la extinción de su vida se anulan las posibilidades de producir en el colectivo una vida digna de ser vivida, o por lo menos morir sabiéndose haber sido y haber hecho algo con sentido por la vida, como para que la vida hubiere sido el reservorio de algo que supone sublime y digno como la existencia humana.
En mi país, Venezuela, se abren alamedas de diálogos, críticas y debates en colectivos que no se llaman universidades y que hoy la trascienden en el espíritu que a ellas le ha dado la historia, por eso la democracia asambleística, participativa y protagónica expresada en la multiplicidad de estructuras organizativas que viene dándose con la politización del pueblo exige ser radicalizado y consolidado para que la universidad pase por su mayor desafío histórico.
Nuestros colegas universitarios creen o pretenden hacernos creer que aún en la época de esa nueva-vieja careta de imperialismo, conocida como “globalización”, siguen incólumes, aunque sea formalmente, los valores de la Revolución Francesa: Igualdad, libertad y confraternidad. Encapsulados en la caja que les asoma el orden pasan por la calle sin percibir su olor y sin escuchar sus lamentaciones, terminando por convertirse en prisioneros de los fantasmas que desde épocas pretéritas fueron soltados para que atribularan sus mentes, durante sus noches; durante el anochecer de sus ideas.
Tenemos entonces el reto, el desafío de transformar la universidad, para ello la fachada de su eslogan y mistificaciones dichas anteriormente pasa a ser un primer elemento a considerar. Al vitorear la decisión tomada desde la perspectiva reivindicativa política, de conformar una gran federación sindical única de los miembros de la comunidad universitaria y propiciar su gran encuentro con los “concejos de defensa de la autonomía en soberanía” con los excelsos ideales que nos reterritorializa desde la toparquía en compromiso ético político por una “academia” fusionada en el gentilicio de la gran escuela llamada Venezuela hay que asumir entonces esta provocación.
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