Vivimos tiempos interesantes. Estamos ante una tragedia de magnitudes insospechadas. Aunque la aparición de un nuevo coronavirus era esperada, nadie pudo predecir la magnitud del efecto del Síndrome Respiratorio Agudo Severo-Coronavirus-2 (SARS-CoV-2) sobre diversos aspectos de la vida humana. Aquellos países en los que sus gobiernos, motivados solo por la preservación de la economía, trataron de minimizar los efectos de la enfermedad COVID-19, sus habitantes, sobre todo la clase trabajadora, están pagando muy caro su insensatez. En nuestro país, el Gobierno del Presidente Nicolas Maduro hizo un llamado a la población para que le acompañaran en una serie de medidas drásticas para contener la propagación de nuevo coronavirus en nuestro país. Sabemos que, por diversas razones, nuestro sistema de salud pública tiene serias limitaciones físicas, tecnológicas, profesionales, etc. Las medidas para contener la demanda de servicios especializados en hospitales y otras instalaciones de salud son acertadas. Vemos que esta ha sido una de las principales causas del fallecimiento de cientos de miles de personas en otros países, la falta de servicios adecuados de salud para su atención. Estas medidas de contención, de distanciamiento social, de cuarentena, etc. nos han llevado a redefinir nuestras prácticas y rutinas cotidianas. Una de las más afectadas ha sido la educación.
Una de las primeras medidas tomadas por el Ejecutivo Nacional fue suspender las clases en todos los subsistemas y niveles de nuestro sistema escolar. El Ministerio del Poder Popular para la Educación (MPPE) anunció que se iniciar el plan "Cada Hogar una Escuela". Las y los docentes comenzaron, muchos de ellos espontáneamente sin contar con lineamientos precisos, a asignar actividades a sus alumnos para que las realizaran en casa. Conozco algunas de esas experiencias. También inició el MPPE, aunque tímidamente a mi manera de ver, una programación educativa por televisión. Recientemente fue anunciado oficialmente que no habrá retorno a clases presenciales este año escolar, en palabras del propio Presidente Maduro el año escolar será culminado "on-line". Lo cierto es que hemos visto de parte del MPPE una serie de iniciativas para adecuar la educación formal a esta novedosa situación por la que estamos pasando. Lo mismo no puede decirse del Ministerio del Poder Popular para la Educación Universitaria (MPPEU).
Cada universidad, de gestión pública o privada, a su buen saber y entender tomo medidas por su cuenta. Las universidades tradiciones, llamaremos así a las universidades que requieren a sus estudiantes asistir personalmente a clases, no tenía otra alternativa que suspender sus actividades regulares. Continuar con las clases presenciales ya no era opción. Las universidades suspendieron incluso sus actividades administrativas, aunque se trata de servicios esenciales. Solo realizan aquellas actividades que garanticen el pago de los sueldos y salarios, y la vigilancia de sus instalaciones. No cuento con una evaluación general de todas las universidades tradicionales, tampoco del MPPEU ha dado noticias de su situación. Reitero, que las universidades tradicionales suspendan las clases presenciales en estas circunstancias era de esperarse, es lógico. Pero que la única universidad a distancia de Venezuela suspenda sus actividades es totalmente incomprensible.
La Universidad Nacional Abierta (UNA), no es realmente una institución de educación abierta, es la única universidad a distancia en nuestro país. La UNA fue creada en el primer gobierno de Carlos Andrés Pérez, la llamada "crisis del cupo" aceleró su apertura. En ese momento, la educación universitaria a distancia fue vista como una alternativa para aliviar la presión por nuevos cupos a la que estaban siendo sometidas las universidades tradicionales. La otra estrategia fue la creación de los institutos universitarios de tecnología y los colegios universitarios. La UNA fue diseñada bajo el modelo industrial de economía de escala. Esta universidad logró atraer a miles de nuevos estudiantes, en su mayoría adultos trabajadores, y mantuvo un alta matricula estudiantil hasta hace pocos años. En lo últimos años la UNA ha visto decrecer su matrícula drásticamente, en particular en las menciones de la carrera de educación. Hay diversas explicaciones para esta reducción creciente de la población estudiantil: la ampliación de otras alternativas de educación universitaria municipalizada, las pocas opciones de formación que ofrece la UNA (no ha creado prácticamente ninguna nueva carrera desde su fundación en los años setenta del siglo pasado), los problemas con el suministro del material didáctico impreso a los alumnos (núcleo del modelo de educación a distancia de la UNA), la reducción de su funcionamiento académico a un semestre por año (un estudiante de la UNA que apruebe todas las asignaturas todos los semestres se graduaría de ingeniero o licenciado en diez años), etc. Pero, por otro lado, la UNA ha crecido en lo que respecta al número de estudiantes inscritos en programas de postgrado. Aún tomando en cuenta este panorama no se justifica que una universidad a distancia no esté en funcionamiento en estas circunstancias y que no esté brindando su apoyo al resto de la sociedad en esta coyuntura.
La UNA debería tener la capacidad para seguir atendiendo a sus alumnas y alumnos porque no requiere presencialidad. Debió haber introducido modificaciones en su sistema de evaluación para adecuarlo a las actuales circunstancias. Debió haber dado instrucciones claras y precisas a las y los asesores en los centros locales a lo largo y ancho del país sobre cómo conducir las asesorías a distancia. Entendemos que para ello requeriría de recursos adicionales, la UNA no escapa de las consecuencias de la situación económica del país, que tendría que haber gestionado ante el MPPEU. Algunas medidas podrían haber sido solicitar la conexión a internet de las y los profesores en sus hogares, el acceso a teléfonos celulares inteligentes a bajo costo, garantizar el suministro de alimentos (CLAP) en los hogares de los trabajadores universitarios, etc. Y, además, la UNA debería estar ahora mismo al frente como ente coordinador de todos los esfuerzos de educación a distancia que nuestra sociedad requiere en este momento. No hay ninguna justificación para que la Universidad Nacional Abierta esté cerrada en este crucial momento cuando la sociedad más la necesita.