Hace unos años,si mal no recuerdo el año anterior a la declaración de la pandemia por la COVID-19, me ofecí como profesor para atender a un grupo de profesores de matemáticas de Educación Media que cursaban estudios en una especialidad enseñanza de las matemáticas en un programa gubernamental para la formación de profesores. En la primera reunión con dicho grupo de profesores,supuestamente conformado por unos 15 personas, solo asistieron tres de ellos. Según me informó el vocero del grupo, a él no le habían dicho nada de esa reunión y por lo tanto no convocó a sus colegas. Por casualidad él se encontraba en esa escuela dando clases a un grupo de estudiantes de pregrado de ese mismo programa. Lo cierto es que aparecieron en el lugar en el transcurso de la mañana dos profesores más. Además, al parecer el grupo se había reducido considerablemente. En fin, iniciamos la reunión.
En la reunión tratamos varios puntos importantes y los profesores manifestaron sus preocupaciones. Algunos de los asuntos tratados fueron: el trayecto ya estaba bastante avanzado y ellos aspiraban que yo les colocara alguna calificación por el tiempo que había pasado, que ellos aspiraban al título de Maestría y no el de Especialización y, para mi la más importante, el vocero del curso delimitó con precisión el contenido y el alcance del curso. Él dejó bien claro que ellos estaban allí para un curso de didáctica de las matemáticas. La manera en que fluía la conversación me resultaba muy interesante. Se trataba de un proceso de elaboración democrática del currículo. Una situación que muy pocas veces se le presenta a un profesor. Avanzamos en los detalles. El profesor vocero del grupo afirmó vehementemente, palabras más palabras menos, que quería dejar bien claro que se trataba de un curso de didáctica de las matemáticas,que éste no era un curso de matemáticas. A lo cual agregó, con mayor claridad, "Yo ya sé toda la matemática que hay que saber para dar clases de esa materia en bachillerato". Por tanto, este profesor asumía que él no necesitaba aprender más matemáticas.
Esas palabras retumbaban dentro de mi cabeza. Mi confusión era tal, que por un momento no sabía si era cierto lo que había oído. Me preguntaba: ¿Dijo este profesor realmente lo que yo escuché? Seguramente hice algún gesto que reveló mi confusión y ante el cual el profesor se sintió obligado a enfatizar: "Si profesor, como ya le dije, yo sé toda la matemática que se necesita saber para ser profesor". Después de esas palabras la reunión no duró mucho más. El profesor vocero regresó al salón de clases donde lo esperaban sus estudiantes, un grupo de futuros profesores de matemáticas.
Abandonamos el lugar. Los otros dos profesores que estaban en la reunión se fueron conmigo, porque vivían en algún lugar por la vía que yo tomaría para ir a mi casa. Durante el trayecto tuvimos una conversación muy agradable. Ni un comentario sobre las lapidarias palabras del profesor vocero del grupo. Cada uno se quedó donde mejor le convenía. Nos despedimos muy cordialmente. Nos manifestamos el deseo de vernos pronto nuevamente. Yo no regresé, otro profesor asumió el trabajo voluntario con ese grupo de profesores. Hasta el Sol de hoy no he vuelto a tener noticias de esos profesores. Seguramente culminaron sus estudios de postgrado, algunos de ellos tal vez se han jubilado. Y con mayor seguridad pienso que aquel profesor seguirá convencido que él no tiene que aprender más matemáticas.